Madame B

Sandrine Destombes

Fragmento

cap-2

2

Hacía una semana que Blanche esperaba pacientemente un nuevo encargo. Había vuelto a su estudio de la rue Hallé, en el distrito XIV de París. En cualquier otra parte se habría pasado los días caminando arriba y abajo, pero allí el techo abuhardillado no le permitía dar más de cinco pasos seguidos. Había aprovechado el obligado descanso para poner sus documentos en orden.

Oficialmente, Blanche se comprometía a eliminar todo rastro de sus intervenciones. Una vez cumplida la misión, los clientes no tenían nada que temer. Estaba en juego su propia reputación. Adrian incluso le había dejado una frase preparada por si le preguntaban sobre el tema. Pero Adrian también la había advertido acerca de la precariedad laboral del sector y la necesidad de tomar ciertas precauciones. Aparte de obligarla a abrir un plan de ahorro al inicio de su carrera profesional, el viejo hombre le había enseñado cómo cubrirse las espaldas. No se trataba de chantajear a nadie, sino de tener un seguro de vida. Si llegasen a detener a uno de sus clientes, Blanche necesitaba poder recordarle hasta qué punto era imprudente implicarla. Por eso conservaba con sumo cuidado un souvenir más o menos incriminatorio de cada misión: el arma del crimen, una fotografía, un mensaje... No era una decisión premeditada, pero hasta la fecha sus grandes limpiezas siempre le habían permitido hacerse con algún elemento inculpador. Los objetos los almacenaba Adrian en su cobertizo, y Blanche se encargaba de digitalizar y archivar lo demás en su ordenador.

Una base de datos le facilitaba tener los expedientes actualizados. Blanche acababa de rellenar la ficha 92 y se preguntaba qué sentiría cuando llegase a la número 100. Puede que se regalase un viaje para celebrarlo. Soñaba con conocer Argentina, pero siempre encontraba alguna excusa para posponerlo. En realidad, Blanche era incapaz de alejarse de Adrian. Era un pilar para ella, su protector. Desde hacía un tiempo la animaba a que se distanciase un poco, a que pasase unos días sin contactar con él. Sin embargo, el resultado era poco convincente. Blanche había vuelto a morderse las uñas y se olvidaba a menudo de tomar la medicación. Este último argumento había sido más efectivo que ningún otro, así que Adrian la esperaba a última hora del día. Mientras tanto, Blanche ocupaba el tiempo como podía.

Catalogar el último encargo que había hecho no le llevó más de media hora. Era un caso clásico de limpieza que no había exigido demasiado trabajo. A un hombre de negocios casado y con dos niños se le había ido la mano con el trabajador sexual que había recibido en casa mientras su pequeña familia disfrutaba de la nieve en Courchevel. Su primera reacción fue llamar a su abogado, quien le aconsejó los servicios de RécureNet & Associés.

Al principio, Blanche se había ayudado de los contactos de Adrian. Después había ampliado la lista considerablemente. Había acudido durante semanas a los tribunales para observar cómo los abogados defendían a sus clientes. Cuanto más tendenciosos eran sus argumentos, mejor posición alcanzaban en su lista. Una vez concluida esta primera fase de reconocimiento, Blanche había contactado uno por uno con los que le habían parecido menos íntegros. Por supuesto, los había abordado como es debido, con un discurso plagado de sutilezas. En el caso de que alguna conversación fuese grabada, nada de lo dicho podía incriminar a ninguna de las partes. Y si se cerraba el acuerdo, en realidad el abogado solo se comprometía a recomendar una buena empresa de limpieza a domicilio en caso de necesidad. La principal ventaja de la compañía era que estaba disponible veinticuatro horas al día, siete días a la semana, sin necesidad de contrato oficial. De esta manera Blanche Barjac había duplicado su volumen de negocios en tres años.

De ahí que Monsieur R hubiera marcado el número de RécureNet & Associés a las once de la noche, mientras el cuerpo de un joven yacía sobre la alfombra barata de su dormitorio. Monsieur R, que al principio había entrado en pánico, recobró la compostura en cuanto Blanche le anunció sus tarifas. Por algo había comprado aquella alfombra en una gran cadena de tiendas suecas. A Monsieur R le gustaba que la gente supiese que era rico, pero no creía que mereciese la pena gastar dinero en lo que no se veía. Así que Blanche le había propuesto una solución muy económica. Sabía variar las ofertas en función del cliente. Si Monsieur R se ocupaba él mismo del cuerpo, ella solo le cobraría un tercio del precio total. Recabó el máximo de información por teléfono, evitando decir nada que pudiese inculparlos, y escogió los productos y accesorios más apropiados.

Una vez en el lugar, Blanche tomó posesión del móvil de la víctima y el ordenador de su cliente. Este último había admitido que lo usaba para cazar a sus presas por internet. Contactaba con ellas a través de las redes sociales, siempre bajo el mismo seudónimo, y a veces conservaba fotos de sus retozos. A Blanche ya no le sorprendía lo tontos que podían llegar a ser algunos de sus clientes. Cuanto más alta era su posición social, menos se protegían. La vanidad parecía nublarles el sentido común. Adrian opinaba que justamente ese riesgo era lo que los excitaba. Entretanto, Blanche tenía una amplia variedad de elementos comprometedores donde elegir.

Llevaba a cabo una buena docena de encargos similares al año. Eran, por así decirlo, su sustento. Servían para pagar las facturas y el importe recibido era bastante fácil de justificar. Pero esas intervenciones no eran sus preferidas. Durante los primeros años las acometía con el entusiasmo de una principiante deseosa de perfeccionar su técnica, pero ya hacía tiempo que ese tipo de encargos no le despertaban ninguna emoción. Al fin y al cabo, ¿qué mujer de la limpieza se regocija con el trabajo bien hecho tras quince años de profesión? Quince años y noventa y dos misiones. Eso representaba apenas seis actuaciones por año, aunque era un cálculo erróneo. Había tardado casi cinco años en hacerse un nombre. Cuando Adrian anunció a sus clientes que pasaba el relevo y que su sucesora sería una mujer de veinticuatro años, obtuvo una respuesta más bien tibia. Algunas limpiezas quedaban claramente fuera del alcance de una mujer.

Blanche tuvo que demostrar su valía. Aceptó encargos mal pagados, realizó tareas que se salían de su campo de acción. Tuvo que recorrer un largo camino antes de conseguir que nadie pudiera cuestionar su trabajo. En la actualidad era un referente en el sector, e incluso habría podido permitirse rechazar el acuerdo con Monsieur R. Si seguía aceptando desplazarse por tan poco era únicamente para conservar su reputación. La empresa tenía buena fama, pero las intervenciones que le asegurarían una jubilación de oro obviamente no podía declararlas.

Así pues, Blanche archivó el expediente de Monsieur R sin sentir ni un ápice de emoción. Se disponía a apagar el ordenador cuando apareció un mensaje entrante en la parte superior de la pantalla. La apatía de Blanche se esfumó al instante.

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