Noche (Comandante Servaz 4)

Bernard Minier

Fragmento

9788417384005-1

Contenido

Portada

Dedicatoria

Lema

Preludio

KIRSTEN

1. Mariakirken

2. 83 souls

3. Teleobjetivo

MARTIN

4. Fulminado

5. En una región contigua a la muerte

6. Despertar

7. Sefar

8. Visita nocturna

KIRSTEN Y MARTIN

9. Todavía era de noche

10. Equipo

11. Noche

12. Noche 2

13. Sueño

14. Saint-Martin

15. Escuela

16. Regreso

17. Huellas

18. Conmociones

19. Bang

20. Gold Dot

21. Belvedere

22. Retrato robot

MARTIN

23. La madre naturaleza, esa perra sangrienta

24. El árbol

25. Un encuentro

GUSTAV

26. Contactos

27. Una aparición

28. El chalet

29. Implacable

30. Pájaros

31. Abandona todo orgullo, tú que penetras aquí

32. La cautiva de ojos claros

33. Un golpe de suerte

34. Alimentos

35. Bilis

36. H

MARTIN Y JULIAN

37. Los hijos nos vuelven vulnerables

38. Como lobo rodeado de corderos

39. Margot

40. Dos menos

41. Confianza

42. Alpes

43. Preparativos

44. El cebo

45. Vivo o muerto

46. Hombre muerto

Epílogo

Agradecimientos

Créditos

9788417384005-2

Dedico a Laura Muñoz esta novela,
que también es la suya.

Y a Jo

9788417384005-3

¿Quién cabalga tan tarde

a través de la noche y el viento?

Es el padre con su hijo.

GOETHE

Otra vez.

Todavía era de noche.

YVES BONNEFOY

9788417384005-4

Preludio

Mira el reloj. Falta poco para medianoche.

Tren nocturno. Los trenes nocturnos son como fallas espacio-temporales, universos paralelos: la vida queda de repente en suspenso, reina el silencio, la quietud. Los cuerpos se entumecen, invadidos por el sopor, el sueño, los ronquidos... Y luego, el traqueteo regular de las ruedas sobre los raíles, la velocidad que traslada los cuerpos —esas existencias, esos pasados y porvenires— hacia otro lugar todavía oculto en las tinieblas.

¿Acaso alguien sabe lo que puede suceder entre el punto A y el punto B?

Un árbol caído en la vía, un viajero malintencionado, un conductor soñoliento... Piensa en todo eso, pero sin angustiarse, más por distraerse que por miedo. Viaja sola en el vagón desde que han parado en Geilo y, que ella haya visto, nadie ha subido hasta el momento. Ese tren para en todas partes. Asker. Drammen. Hønefoss. Gol. Ål. A veces incluso en estaciones que se reducen a un par de barracones simbólicos, y cuyos andenes no tardarán en desaparecer bajo la nieve, como en Ustaoset, donde se ha bajado una sola persona. Distingue luces a lo lejos, minúsculas en medio de la inmensa noche noruega. Unas cuantas casas aisladas donde dejan encendidos toda la noche los faroles de la entrada.

No hay nadie en el vagón: es miércoles. Con la llegada del invierno, de jueves a lunes el tren va bastante abarrotado, sobre todo de jóvenes y de turistas asiáticos, porque cubre la ruta de las estaciones de esquí. Y en verano, los cuatrocientos ochenta y cuatro kilómetros de la línea Oslo-Bergen tienen fama de ser uno de los tramos de ferrocarril más espectaculares del mundo, con ciento ochenta y dos túneles, viaductos, lagos y fiordos. Sin embargo, en pleno otoño nórdico, en una noche glacial como ésa, entre semana, no hay ni un alma. El silencio que reina de una punta a otra del pasillo central, entre las hileras de asientos, es sin duda un poco opresivo, como si una señal de alarma hubiera vaciado el tren sin que ella se hubiera percatado.

Bosteza. A pesar de la manta y el antifaz que le han dado, no consigue dormir, no del todo. Siempre está al acecho en cuanto sale de casa. Su profesión se lo exige. Y ese vagón vacío no la ayuda para nada a relajarse.

Aguza el oído. No detecta ninguna voz, ni siquiera el ruido de un cuerpo que cambia de postura, de una puerta que alguien empuja o de un equipaje movido de sitio.

Desplaza la mirada por los asientos vacíos, los paneles grises, el pasillo central, desierto, y los cristales oscuros. Suspira y, con esfuerzo, cierra los ojos.

El tren rojo surge del túnel negro, como la lengua de una boca en el paisaje helado. En el azul pizarra de la noche, el negro opaco del túnel, el blanco azulado de la nieve y el gris un poco más oscuro del hielo. Y luego, de repente, una franja de color rojo vivo... Como si un reguero de sangre se extendiera hasta el borde del andén.

La estación de Finse. A mil doscientos veintidós metros de altitud. El punto culminante de la línea.

Los edificios de la estación estaban atrapados bajo un caparazón de nieve y hielo, y los tejados, cubiertos por edredones blancos. Una pareja y una mujer esperaban bajo las farolas amarillas del andén, transformado en una pista provisional de esquí de fondo.

Kirsten despegó la cara del cristal y fuera todo volvió a sumirse en la oscuridad, eclipsado por la iluminación del interior del tren. Oyó el susurro de la puerta y percibió un movimiento en el límite de su campo visual, en el extremo del pasillo. Era una mujer de unos cuarenta y tantos años, como ella. Kirsten volvió a abstraerse en la lectura. Había logrado dormir cerca de una hora, pese a que hacía más de cuatro que habían salido de Oslo. Habría preferido coger el avión, o dormir en el coche cama, pero sus superiores le habían asignado un billete sencillo de tren nocturno, con una plaza de asiento. Cosas de las restricciones presupuestarias. Las notas que había tomado en el teléfono aparecían en ese momento en la pantalla de su tableta: habían encontrado un cadáver en una iglesia de Bergen. Mariakirken, la iglesia de Santa María. Una mujer había sido asesinada en el altar, rodeada por los objetos de culto. Amén.

—Perdona.

Kirsten levantó la vista. La mujer que había subido al tren estaba parada frente a ella, sonriente, con el equipaje en la mano.

—¿Te importa que me siente delante de ti? No te molestaré, es que... bueno, en un tren nocturno tan vacío... No sé, me sentiría más segura.

Sí le importaba. Correspondió sin entusiasmo a su sonrisa.

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