El último Dickens

Matthew Pearl

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Primera entrega
Capítulo 1. Bengala, India, junio de 1870
Capítulo 2. Boston, el mismo día de 1870
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7. Bengala, India, 18 de junio de 1870
Capítulo 8. Boston, a la mañana siguiente, 1870
Capítulo 9
Capítulo 10
Segunda entrega
Capítulo 11. Dos años y medio antes:Boston, 19 de noviembre de 1867
Capítulo 12
Capítulo 13
Tercera entrega
Capítulo 14. Kent, Inglaterra, 30 de junio de 1870
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21. Bengala, India, julio de 1870
Capítulo 22. Londres, noche profunda, 1870
Cuarta entrega
Capítulo 23. Boston, 24 de diciembre de 1867
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Quinta entrega
Capítulo 27. Londres, Inglaterra, 16 de julio de 1870
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30. Ciudad de Nueva York, 16 de julio de 1870
Capítulo 31. Provincias del sur, India, al día siguiente, 1870
Capítulo 32. Los muelles de Liverpool, a la mañana siguiente
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35. Bengala, India
Capítulo 36. Sanatorio mental McLean, Boston, noche cerrada
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Sexta entrega
Capítulo 40. Boston, diciembre de 1870, cinco meses después
Nota histórica
Agradecimientos
Notas
Biografía
Créditos
Grupo Santillana
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PRIMERA ENTREGA

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1
Bengala, India, junio de 1870

 

 

 

 

A ninguno de los jóvenes policías montados le agradaban aquellas comarcas de la provincia de Bagirhaut. A ninguno le agradaba la selva, en la que podía ocurrir todo tipo de cosas, inesperadas, imprevistas, como había ocurrido unos años antes cuando un pobre teniente fue desnudado, apaleado y arrojado al río por intentar recaudar los impuestos de distribución de bebidas alcohólicas.

Los oficiales hincaban con más fuerza los talones de las botas en los flancos de sus caballos. No es que estuvieran asustados, sólo eran precavidos.

—Hay que ser cautos siempre —le dijo Turner a Mason al tiempo que se agachaban para esquivar ramas bajas y lianas—. Ten la seguridad de que los nativos de India no valoran la vida. Ni siquiera al nivel del más pobre de los ingleses.

El más joven de ambos, Mason, asentía pensativo ante las palabras de su imponente compañero, que tenía casi veinticinco años, que tenía otros dos hermanos que habían venido desde Inglaterra para incorporarse al Servicio Civil de la India y que había luchado en la rebelión india unos años antes. Era un experto donde los hubiera.

—Tal vez deberíamos haber traído más hombres, señor.

—Vaya, ¡muy bonito! ¿Más hombres, Mason? No necesitaremos más que nuestras dos cabezas para capturar a un puñado de dacoits[1]. Recuerda que el caballo con coraje no se detiene ante setos ni zanjas.

Cuando Mason llegó de Liverpool a Bengala a ocupar su nuevo puesto, aceptó la oferta que le hizo Turner de «convivir», compartir ingresos y gastos comunes y pasar su tiempo libre jugando al billar o al cróquet. Mason, a sus dieciocho años, agradecía los consejos de una persona tan experimentada en las lides de la policía bengalí. Turner podía enumerar los lugares a los que un policía no debía ir nunca solo a causa de las tribus coles, santales, asamis, kukis y las montañesas de la frontera. Algunas de las bandas criminales de estas tribus se componían de dacoits, bandoleros; otras, le advirtió Turner, llevaban hachas y codiciaban las cabezas de los ingleses. «Los nativos de India sólo valoran la vida en la medida en que puedan asesinar mientras lo hacen», era otro de los proverbios de Turner.

Afortunadamente, aquella mañana de agotadora temperatura no habían salido en busca de esa clase de bandas sedientas de sangre. En lugar de eso, investigaban un descarado y simple robo. El día anterior, un largo tren de unos veinte o treinta vagones cargados de ganado había recibido una lluvia de piedras y rocas. En medio del caos, los dacoits provistos de antorchas volcaron los vagones y huyeron llevándose unos valiosos cofres del convoy. Cuando en la comisaría de policía tuvieron conocimiento de estos hechos, Turner se personó en el despacho del jefe para ofrecerse como voluntario junto a Mason, y su comandante les envió a interrogar a un conocido perista de objetos robados.

Ahora, mientras el terreno se iba despejando, se acercaban a una casa con tejado de paja junto al arroyo. Una columna de humo ascend

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