El círculo Octogonus

Peter Harris

Fragmento

El_circulo_octogonus-1.html

Créditos

1.ª edición: mayo, 2017

© Peter Harris, 2007

Autor representado por Silvia Bastos, S. L., Agencia Literaria

© Ediciones B, S. A., 2017

para el sello B de Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-730-6

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

El_circulo_octogonus-2.html

Contenido

Portadilla

Créditos

PRIMERA PARTE

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

SEGUNDA PARTE

27

28

29

30

31

32

33

34

35

36

37

38

39

40

41

Agradecimientos

Bibliografía

El_circulo_octogonus-3.html

PRIMERA PARTE

PRIMERA PARTE

El_circulo_octogonus-4.html

1

1

Roma, 13 de enero de 1939

La espuma en el pelo de tejón acarició su rostro y le trajo recuerdos de otro tiempo, cuando paseaba por la plaza de San Marco, con su madre del brazo, llena de orgullo porque su pequeño Niccola, que ahora le sacaba la cabeza —medía uno ochenta y cinco—, era ya un sacerdos Iesus; un jesuita ante el que se abría un futuro pleno de esperanzas, como el que ella había soñado desde que derramaba ternura junto a su cuna de bebé.

Niccola Storzi recordaba que fue una tarde plomiza cuando entraron en una lujosa tienda de caballero donde su madre compró aquella brocha de afeitar. Acostumbrado a la sobriedad impuesta en sus años de seminario, el precio le pareció casi un dispendio.

«Ser sacerdote no significa renunciar a los placeres que Dios nuestro señor ha puesto a nuestro alcance», le dijo, mientras indicaba al dependiente que envolviese el estuche.

La mayor parte de las cosas que hacen más agradable la vida estaba al alcance del bolsillo de la familia Storzi, una de las que habían configurado la historia de aquella ciudad. Entre sus antepasados se contaban ilustres marinos que rindieron importantes servicios a la Serenísima y poderosos mercaderes que amasaron fortunas considerables. A finales del siglo XIX, las últimas generaciones de Storzi se dedicaron a actividades financieras y a la especulación bursátil con resultados menos brillantes de lo que esperaban. Pero conservaban importantes propiedades, sobrados recursos para una vida placentera y gozaban de una envidiable posición social.

Empezó a rasurarse y recordó que fue entonces la última vez que vio a su madre con vida, porque el corazón le jugó una mala pasada. Habían transcurrido ya más de siete años; entonces se encontraba en Alemania, de donde tuvieron que sacarlo rápidamente porque los nazis pretendían detenerlo. Oficialmente se dijo que Roma lo había reclamado para ejercer la docencia en uno de los más prestigiosos centros de estudios vaticanos.

Se vistió despacio, como si colocarse cada una de las prendas de su indumentaria sacerdotal respondiese a un ritual. Sobre su impoluta sotana, ajustó a la cintura el fajín que distinguía a los jesuitas. Cogió de la mesilla de noche su reloj de pulsera, un Omega de oro que su padre le había regalado cuando terminó el bachillerato y que era un reflejo del bienestar económico de su familia. Finalmente se puso un ligero abrigo de lana y dejó caer sobre sus hombros una bufanda.

Se prometió viajar a Venecia el primer fin de semana que tuviese libre, que sería el último de aquel mes, y pasar aunque solo fuesen unas horas con él. El viejo Storzi ya tenía setenta años cumplidos y había abandonado la judicatura, sin acogerse a la posibilidad de seguir ejerciendo, por disconformidad con el régimen fascista. Gozaba de una excelente salud y dedicaba buena parte de su tiempo a lo que habían sido las grandes aficiones de su vida: la lectura y la filatelia. Poseía una extraordinaria colección de sellos en la que había invertido mucho tiempo y no poco dinero. A Niccola, que a veces tenía la sensación de tener olvidado a su padre, le tranquilizaba el hecho de que su hermano Alvise viviese en Venecia.

La imagen que tenía de su padre era la de un hombre cariñoso y dedicado a la familia cuando se desprendía de la seriedad de la toga. Lo recordaba paseando por la finca que poseían en la campiña toscana, donde transcurrieron los veranos de su infancia y adolescencia, o encerrado en su biblioteca del palazzo Storzi sumido en una placentera lectura o inmerso en sus colecciones con una lupa y unas delicadas pinzas en sus manos, escudriñando los detalles de alguna pieza filatélica.

Jamás olvidaría el gesto que tuvo cuando, a

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos