El alienista

Caleb Carr

Fragmento

cap

Prólogo a la presente edición

por Paco Cabezas

Prepárate para viajar en el tiempo.

El destino: Nueva York, 1896.

Si dependiese de mí estas dos frases compondrían el prólogo más corto de la historia.

Por dos razones: una es el extremo agotamiento, y la otra es el inmenso respeto que le tengo al autor, Caleb Carr. No sé en qué estarían pensando los editores de este magnífico libro que descansa en tus manos para pedirme, precisamente a mí, que escribiese estas palabras. Debe de ser por el hecho de que ahora mismo me encuentro dirigiendo la serie El alienista, dando carne y vida a esta historia tras la cámara, con un increíble elenco, cientos de extras vestidos de época hasta en el mínimo detalle (peinados, sombreros, zapatos, instrumental de cirugía... hasta los helados que comen los personajes están verificados por un historiador), y todo en un estudio construido en Budapest que reproduce milímetro a milímetro la gran y podrida manzana de finales del siglo XIX. De ahí, como decía, el extremo cansancio.

Y, por otro lado, el respeto hacia Caleb Carr. Para mí, el titánico esfuerzo de este escritor, empujando cual Sísifo una piedra inmensa a lo largo y ancho de Manhattan, lo convierte en un verdadero héroe. El amor hacia sus personajes, hacia Laszlo, Sarah, Moore, Stevie... es lo que me ayuda a levantarme cada día a las cinco de la mañana, después de haber dormido apenas cuatro horas, pensando en cómo rodar una escena en la morgue con el cadáver de un niño o cómo rodar una persecución por los tejados de la ciudad, y, perdóname el spoiler pero se me hace muy difícil hablar de esta novela sin desvelar lo que me fascina de ella. Así que déjame advertírtelo una última vez: si quieres viajar en el tiempo, ahora mismo, sin saber en absoluto hacia qué oscuros rincones del alma te va llevar esta travesía, no sigas leyendo este prólogo y zambúllete en la lectura de El alienista. Debo de ser el único autor de un prólogo que le pide a gritos al lector que deje de leerlo...

¿Sigues ahí? En ese caso déjame contarte lo que significa para mí ser un contador de historias. Para mí, que no creo en los genios ni en los artistas, el buen contador de historias es un artesano. No sé lo que significa la palabra artista (a menos que hablemos de Lola Flores) y hace tiempo que dejé de creer en el concepto del arte en sí. Para mí, el arte decidió prostituirse hace mucho y vive en un pisito en la Rambla de Barcelona, retirado y tranquilo. En lo que sí creo es en el trabajo y en las historias bien contadas. En las historias como un bálsamo para soportar los absurdos y brutales vaivenes de la vida, que te dejan con cara de tonto, sin entender nada.

La vida no tiene actos, no tiene desenlance ni estructura dramática, ni siquiera cómica, la muy puñetera. La vida nos duele: se te muere un hermano o de repente lees la noticia de alguien que asesina y abusa de un niño o en un instante —¡crash!—, ya no estamos aquí, dejamos de ser, corte a negro, ni siquiera un maldito fundido.

Y tratamos de buscarle un sentido a esa catarata de cosas que nos pasan, o, más que un sentido, convertir ese ruido en una melodía, la furia y el ruido en algo bello.

Y eso es lo que hace tan bien Caleb Carr: convertir el horror en belleza, dotar a la muerte de sentido, de música, acompañarnos en este viaje espeluznante que es la vida y encontrar la luz en los lugares más oscuros.

No te equivoques, El alienista es un libro muy oscuro, es un libro violento, triste, brutal, pero también bello. Se parece más a una composición de Wagner o a un tema de The Pixies, operístico, apasionado y a veces incómodo. Y es que, como decía Radio Futura (y prometo parar con las referencias pop): «Hay cosas en la noche que es mejor no ver.» O igual sí.

El alienista explora temas que te van a perturbar, que probablemente activen zonas de tu cerebro que no quieras explorar... La prostitución infantil, asesinatos en serie, cuerpos destrozados, deseos oscuros insatisfechos... Hay cosas en este libro que me recuerdan a la primera serie que rodé, Penny Dreadful. Tanto aquellos personajes como estos son esclavos de sus propios deseos y conforman una extraña familia que necesita expresarse más allá de los corsés que les imponen, las rígidas costumbres de una sociedad opresiva en la que andan enmarañados. Y, curiosamente, solo a través de esta aventura, de esta busqueda extraña y clandestina, conseguirán revelar quiénes son en realidad.

Si hay aún esperanza para el arte —vayamos un momento a su pisito de Las Ramblas y llamemos al telefonillo a ver si está— es a través de la provocación. El alienista es una novela provocativa para los tiempos políticamente correctos en que vivimos. Hay temas de los que preferiríamos no hablar, lugares que preferiríamos no visitar, y la narración de Caleb Carr es tan minuciosa que realmente te trasladas a prostíbulos infantiles, te ves yendo de la mano de un adolescente travestido, subiendo a una de las habitaciones del Golden Rule. ¿Quiere Caleb Carr ponernos en la piel del monstruo? Porque no olvidemos que vivimos rodeados de monstruos, monstruos que hacen cosas terribles, y Laszlo Kreizler cree que puede acercarse a ese monstruo, comprenderlo, estudiarlo sin mancharse las manos de sangre. Pero el acercamiento científico solo sirve para teorizar en una pizarra; la vida real te mancha.

Te estoy empezando a aburrir, así que voy a ir al grano: lee este libro hasta el final.

Este libro habla de muchas cosas, pero después de reflexionar durante estos meses de rodaje creo que he encontrado la razón por la que me fascina. El alienista habla de la pérdida de la inocencia. De la inocencia de Nueva York como metrópoli y la de estos niños de la calle que han crecido demasiado rápido. La terrible inocencia de un mundo de «adultos infantilizados» que cenan en Delmonico’s mientras la gente muere de hambre en las calles, o van a una subasta para la prevención de la crueldad de los huérfanos mientras estos mismos niños sirven la comida.

No es muy diferente el Nueva York de 1896 del mundo en que vivimos ahora. Sigue habiendo pobres muy pobres y ricos muy ricos, y todos seguimos contemplándonos en el mismo espejito sin mirar demasiado a los lados, no vaya a ser que nos hagamos daño. El ruido nos abruma. La furia nos confunde.

Es por eso por lo cap te pido que devores este libro, que llegues hasta el final. Cuando lo hagas, habrás cambiado, habrás despertado en ti un nuevo sentido que no conocías. Reclínate y escucha a tu alrededor, quizá descubras, al igual que Laszlo Kreizler, que los hechos que nos rodean están conectados, que hay un orden dentro del caos. Que

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos