Yo, él y Raquel

Jesse Andrews

Fragmento

cap-1

 

Nota introductoria de Greg Gaines,

autor de este libro

No tengo ni idea de cómo escribir este estúpido libro.

¿Puedo sincerarme con vosotros un momento? Lo que acabo de decir es la pura verdad. Cuando me propuse escribir este libro, se me ocurrió empezarlo con la frase: «Fue la mejor época de mi vida, y también la peor». De verdad creía que podía empezar un libro así. Me dije que era la clase de frase con que suelen arrancar las novelas. Pero no tenía ni idea de cómo seguir a partir de ahí. Me pasé una hora mirando la pantalla y lo mío me costó no salir corriendo. Desesperado, intenté jugar con la puntuación y el formato del texto. Ahí va un ejemplo: «¿Fue la mejor época de mi vida? ¡¡¡Y también la peor!!!».

¿Qué demonios quiere decir eso, para empezar? ¿Y cómo se le puede ocurrir a nadie escribir algo así? Es poco probable, a menos que tengas un hongo devorándote el cerebro, que bien podría ser mi caso.

Total, que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Y eso se debe a que no soy escritor, sino aspirante a cineasta. Así que ahora mismo seguramente os estaréis preguntando:

1. ¿Qué hace este tío escribiendo un libro en lugar de dirigir una película?

2. ¿Tendrá algo que ver con eso que ha dicho del hongo en el cerebro?

Clave de respuestas

1. Me dedico a escribir un libro en lugar de dirigir una película porque me he retirado del mundo del cine para siempre. Concretamente, después de haber hecho la peor película de todos los tiempos. Por lo general, la meta de todo ser humano es retirarse tras haber alcanzado la perfección en aquello que hace —o, mejor aún, tras haber muerto—, pero yo hice todo lo contrario. Un breve resumen de mi carrera tendría más o menos este aspecto:

i. Muchas películas malas

ii. Una película mediocre

iii. Algunas películas pasables

iv. Una película decente

v. Dos o tres buenas películas

vi. Un puñado de películas cojonudas

vii. La peor película de todos los tiempos

Koniec. ¿Que cómo de mala era esa película? Mató a alguien, con eso os lo digo todo. Causó la muerte a una persona de carne y hueso. Ya lo veréis.

2. Digamos que muchas cosas serían más fáciles de entender si realmente tuviese un hongo devorándome el cerebro. Eso sí, tendría que llevar ahí dentro desde que nací, más o menos. A estas alturas del campeonato, lo más probable es que se hubiese aburrido y largado, o muerto de inanición.

Por increíble que parezca, tengo algo que añadir a todo lo dicho antes de dar paso a este libro espeluznantemente estúpido. Quizá sepáis que va de una chica con cáncer, así que también es posible que estéis pensando: «¡Genial! Seguro que está repleto de sabias reflexiones en torno al amor, la muerte y el paso de la infancia a la edad adulta. Seguramente me hará llorar como una magdalena de principio a fin. Qué ganas tengo de empezarlo». Si lo anterior describe con acierto lo que estáis pensando, lo mejor que podéis hacer es tirar este libro al cubo de la basura y salir corriendo. Porque debo decir que no aprendí absolutamente nada de la leucemia de Rachel. De hecho, si de algo puedo presumir después de todo lo que pasó es de saber menos aún acerca de la vida.

Creo que no me estoy expresando demasiado bien. A lo que voy es: este libro no contiene una sola «lección vital importante», ni una sola «verdad como un puño acerca del amor», ni un solo ñoño y lacrimógeno «momento en que comprendimos que habíamos dejado la infancia atrás para siempre», ni nada que se le parezca. Y, a diferencia de la mayoría de los libros en los que sale una chica con cáncer, podéis estar seguros de que no hay una sola frase almibarada y paradójica de esas que ocupan todo un párrafo y se supone que encierran alguna reflexión profunda porque están en cursiva. ¿Sabéis a qué me refiero? Me refiero a esto:

El cáncer le había arrebatado los globos oculares, y sin embargo veía el mundo con más claridad que nunca.

Puaj. Ni de coña. El hecho de haber conocido a Rachel antes de que muriera no ha hecho que mi vida tenga más sentido. Si me apuran, tiene incluso menos sentido que antes. ¿De acuerdo?

Venga, lo mejor será que empecemos de una vez.

(Acabo de caer en la cuenta de que tal vez os estéis preguntando qué es eso de koniec. Es un término que he sacado del mundillo del cine, está en polaco y significa: «Esta película se ha acabado, y menos mal, porque seguramente no habéis entendido ni jota; es lo que tiene el cine para intelectuales».)

Ahora sí, koniec.

cap-2

1

¿Cómo es posible existir siquiera

en un lugar tan asqueroso?

Para comprender todo lo que ocurrió, hay que partir de la premisa de que el instituto es un asco. ¿Aceptamos esa premisa? Por supuesto que la aceptamos. Que el instituto es un asco lo sabe todo el mundo, es una verdad como la copa de un pino. De hecho, es en la rutina del instituto cuando uno toma contacto por primera vez con la duda existencial más básica de la vida: ¿cómo es posible existir siquiera en un lugar tan asqueroso?

Si hay algo todavía más lamentable que la escuela secundaria es la escuela primaria, tanto que no me veo con fuerzas para escribir sobre ello, así que centrémonos en el instituto.

Vamos allá. Permitid que me presente: Greg S. Gaines, diecisiete años. Mientras escribía este libro iba al último curso del instituto Benson High, en la encantadora si bien deprimida ciudad de Pittsburgh, Pensilvania. Antes que nada, conviene que nos detengamos a examinar la vida en Benson High para determinar exactamente por qué es un asco.

Benson High queda en la frontera de Squirrel Hill, un barrio próspero, y Homewood, un barrio pobre, y el alumnado se compone a partes más o menos iguales de gente que vive en uno y otro barrio. En las series de la tele suelen ser los chavales con pasta los que llevan la voz cantante en el instituto, pero la mayor parte de los chicos realmente ricos de Squirrel Hill van a la escuela privada local, Shadyside Academy. Los que van a la pública son demasiado pocos para imponer ninguna clase de orden. A veces lo intentan, pero resultan más entrañables que otra cosa. Como cuando Olivia Ryan se pone histérica por el charco de orina que aparece en uno de los huecos de la escalera casi todos los días entre las diez y media y las once de la mañana, y le da por increpar a gritos a quienes pasan por allí en ese momento en un descabellado y torpe intento de averiguar quién lo ha hecho. Te entran ganas de decirle: «¡Oye, Liv, que seguramente quien haya sido no ha vuelto a la escena del crimen! Pichafloja debe de andar muy lejos ya». Pero, aunque se lo dijeras, lo más probable es que no parara de chillar como una posesa. De todos modos, a lo que voy es que sus ataques de histeria no tienen ninguna repercusión. Es como cuando un gatito intenta cargarse algún insecto a mordiscos. Es evidente que cons

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