Mensajero de corazones rotos

Alexander Vance

Fragmento

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

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Para Jessica,
que me dijo que sería la persona menos complicada de mi vida

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Yo no escogí ser el Mensajero de Corazones Rotos. La verdad es que no. Solo estaba intentando ganarme honradamente un poco de dinero y echarle una mano a un amigo. Y el nombre desde luego que no lo elegí yo. No sé quién lo hizo. Empezó a dar vueltas por ahí y, al final, se quedó. ¿Yo? Me habría decantado por un nombre más profesional y menos… de chicas.

Hablando de chicas, a lo mejor debería contarte algo sobre mí, así, de entrada; y es algo que me da tanta vergüenza que puedes confiar en que es bastante cierto. No soy exactamente lo que se dice un «mujeriego». Cualquiera que me conozca te podrá decir que no hablo con chicas si lo puedo evitar. Quiero decir, aparte de mi amiga Abby y de la típica cajera de vez en cuando en el supermercado. Esto lo cuento solo para que me creas cuando te diga que no me metí en todo esto como una manera de conocer chicas. Y, para que conste, tampoco disfruto haciendo llorar a la gente.

Sin embargo, lo creas o no, hay tíos por ahí que tienen muchos más problemas que yo con las chicas. Lo más disparatado de todo es que algunos de esos tíos tienen novia.

Y ahí es donde entro yo.

Todo comenzó con el hermano mayor de Rob McFallen, que estaba en su penúltimo año de instituto. Una tarde, estábamos sentados tomándonos un helado en la cocina de la casa de Rob. Eso era lo mejor de la casa de Rob, que sus padres trabajaban los dos, y su nevera estaba siempre bien provista de helado. Mientras que el resto de la casa siguiese en pie cuando ellos regresaran, la verdad es que a sus padres no les importaba que faltase media tarrina de helado de chocolate con almendras y nubes de caramelo.

El hermano de Rob, Marcus, entró en la cocina y sacó el helado de brownie de chocolate con menta. Llevaba puesto el uniforme rojo de repartidor, pero se diría que no tenía mucha prisa por llegar al trabajo. Se sentó y hundió un cucharón de servir.

Rob levantó la vista de los dibujos que estaba haciendo en el helado con los dientes del tenedor.

—Marcus, tío, usa un bol.

Rob era amigo mío desde segundo de primaria, cuando me retó a ver si me atrevía a darle un beso a una niña que había en el patio. Como no tuve agallas para hacerlo, en lugar de eso empecé a pelearme con él. Rob le puso fin a la pelea al tirarme arena a la cara. Estar sentados después en la oficina del director, yo cegato y él castigado, nos había unido de por vida al estilo de dos prisioneros de guerra. Supongo que se puede decir que era mi mejor amigo. Uno de los dos que tenía.

Marcus le puso mala cara a su hermano.

—No me des la vara, que estoy pensando.

—Para todo hay una primera vez —dijo Rob.

Marcus no respondió. Se quedó allí sentado, con la mirada perdida en el helado con motas verdes que había en el cucharón.

—Oye, tío…, ¿de verdad estás pensando? —dijo Rob.

Yo también andaba algo sorprendido.

Marcus volvió a dejar el cucharón en la tarrina sin haberlo probado siquiera y la apartó de él.

—Tengo problemas.

Lamí el helado que goteaba de mi cuchara.

—¿Qué tipo de problemas?

Rob respondió por él.

—Problemas con alguna chica. Con Marcus, siempre son problemas con alguna chica.

—Creía que ya tenías novia —dije.

—Claro, tío. Es justo ahí donde empiezan los verdaderos problemas —Marcus me miró con cara de preocupación.

Rob ya había perdido el interés y se dedicaba a escarbar las nubes de caramelo en el helado, pero yo sentía curiosidad.

—¿Como por ejemplo?

—Como por ejemplo el lunes, cuando fui a recogerla para ir al instituto. Llevaba puestas las zapatillas de deporte, y me hizo volver a casa y ponerme los zapatos de vestir. Decía que iban mejor con mi camisa.

—Oh.

—O el martes, que me iba a ir por ahí con los colegas, pero ella me necesitaba para ir a decorar no sé qué guardería para su fiesta de otoño. ¡Y también quería que me quedase a la fiesta! Me escapé por los pelos. Le dije que no me encontraba bien.

Ahora era yo quien estaba perdiendo el interés.

—O como hoy, en clase de Lengua, cuando me ha visto pasándome notitas con Cammie Bollinger. No ha sido nada, pero Melissa va y se tira todo el día sin dirigirme la palabra.

—Oh-oh.

—Tío, es que ya no me siento libre. No puedo hacer lo que me da la gana. Estoy atrapado. Me parece… me parece que tengo que romper con ella.

Rob emergió de repente de su bol de helado.

—¿Romper con

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