Music Lovers

Holden Centeno

Fragmento

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Me fui a vivir a San Francisco porque tenía una idea: quería montar una empresa. Concretamente, creé un algoritmo que, en función de tus gustos musicales, te conectaba con personas con las que compartías exactamente las mismas afinidades. Al principio nació como un refugio de melómanos para hablar de música, descubrir nuevos grupos y compartir cualquier opinión acerca del mercado discográfico, pero tuvo más registros de los esperados y los usuarios le dieron un uso que no habíamos previsto. Tuvimos que redirigir la idea (sin dejar de lado el ingrediente musical) a una aplicación para citas.

Imagina: en el concierto de tu grupo preferido, podías activar el radar de ubicación que te indicaba, con un plano perfecto de cada sala, teatro, o cualquier tipo de recinto, los perfiles que coincidían contigo y su posición en tiempo real siempre que ellos también tuvieran activada la geolocalización. Así que, si después de activar el perfil, visitarlo, ver sus fotos, leer su biografía, conocer sus grupos preferidos, las últimas cinco canciones que había escuchado en Spotify y si tenía activada la insignia de «encuentro fortuito», te podías acercar y entablar una amistosa conversación músical. La cuestión es que los usuarios utilizaban eso para romper el hielo y poder ligar con la seguridad de que la otra persona no saldría corriendo cuando un desconocido se le acercara.

Por supuesto, también había un porcentaje (muy pequeño) de personas que solo lo utilizaban para hablar de música, «los románticos», así los llamábamos internamente en la empresa. También hay que señalar que la información sobre la ubicación cumplía con estrictos procedimientos de seguridad y solo se podía acceder a los planos durante tres minutos cada dos horas. Además, añadimos la posibilidad de puntuar a los usuarios por sus gustos, fotos de conciertos, e incluso los vídeos que subían al apartado «karaoke» cantando canciones de sus artistas preferidos. Creamos así un ranking de los mejores usuarios. Todo el mundo quería conocerlos, la gente se esforzaba para estar entre los diez más populares e incluso las agencias de comunicación los invitaban a asistir a conciertos y eventos gratuitamente si lo anunciaban en sus perfiles. Estaba demostrado que su influencia vendía entradas.

Music Lovers fue todo un éxito. Empezó en Estados Unidos y rápidamente se expandió por todo el mundo. Contábamos con millones de usuarios y miles de parejas se conocieron gracias a nuestra aplicación. Las discográficas comenzaron a pagar por nuestros espacios publicitarios para promocionar discos, conciertos y grupos. La vida me sonreía en California: me compré una segunda casa en Palo Alto, había hecho grandes amigos y en mi empresa (llegué a tener doscientos empleados) se respiraba un ambiente cojonudo. Era feliz hasta que un día decidí probar mi propia aplicación.

La conocí y me enamoré completamente (o quizá eso fue lo que quise creer), y no hay mayor error que enamorarse. Mi problema es que me enamoro siempre de las mujeres de las que no me tendría que enamorar y suelo acabar con el corazón roto en pedazos. Acepto que en muchas ocasiones he sido yo el culpable de la debacle, pero os juro que esa vez ella fue la responsable de destruir mi vida. Bueno, ella y el hecho de no haberle dicho «te quiero» a tiempo a la persona que realmente me gustaba.

Nos conocimos en un concierto de Vampire Weekend. La banda neoyorkina daba un show sorpresa al aire libre en Fort Point, al pie del Golden Gate. Era mi grupo preferido. Fue la primera vez que contratamos a una banda para hacer algo así y promocionar la aplicación. Se avisó a los usuarios de Music Lovers media hora antes del concierto y se presentaron allí alrededor de cinco mil personas. Fue impresionante. Yo lo estaba viendo todo d

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