La prueba del Ángel (Crónicas Angélicas 2)

Anne Rice

Fragmento

PRUEBA-4.xhtml

 

Conviértete en mi ayudante. Conviértete en mi instrumento humano para cumplir con mi labor en la Tierra.

Abandona esta vida vacía que has creado para ti y ofréceme tu ingenio, tu valor, tu inteligencia y tu singular gracia física.

Di que estás dispuesto, y tu vida se apartará del mal; confírmalo, y de inmediato quedarás inmerso en el peligro y la pena de intentar hacer lo que es incuestionablemente bueno.

El ángel Malaquías hablándole
a Toby O’Dare en La hora del ángel

Dios se aparece, y Dios es luz,

a esas pobres almas que moran en la noche;

pero forma humana muestra

ante aquellos que habitan en las regiones del día.

De Augurios de la inocencia,
de William Blake

Somos todos ángeles de una sola ala, y sólo podemos volar si nos abrazamos a otra persona.

Luciano de Crescenzo

PRUEBA-6.xhtml

1

Soñé con ángeles. Los vi y los oí en una interminable noche galáctica. Vi las luces que eran los ángeles, volando de un lado a otro, dejando marcas de un brillo irresistible. Algunos tan grandes como cometas que parecían acercarse tanto que el fuego podría devorarme, y sin embargo no sentí calor. No me sentí en peligro. No me sentía.

En esa vasta y uniforme región de sonido y luz sentía que el amor me rodeaba. Me sentía conocido completa e íntimamente. Me sentía amado, abrazado y parte de todo lo que veía y oía. Y aun así sabía que no merecía nada de todo aquello, nada. Y algo similar a la tristeza me embargó y combinó mi esencia con las voces que cantaban, porque las voces cantaban acerca de mí.

Oí la voz de Malaquías elevándose alta, brillante e inmensa, diciendo que ahora debía pertenecerle, que debía ir con él. Me había escogido como compañero y debía hacer lo que me dijese. Qué intensa y brillante era su voz, elevándose cada vez más alto. Pero en su contra se manifestó una voz más pequeña, delicada, luminosa, que cantaba sobre mi vida en la Tierra y sobre lo que yo debía hacer; cantaba sobre aquellas personas que me necesitaban y me amaban; cantaba sobre cosas comunes y sueños normales, oponiéndolas a las grandes obras que Malaquías me exigía ejecutar.

Oh, que tal combinación de temas pudiese ser tan espléndida y que tal música me rodease y abrazase como si fuera algo palpable y afectuoso... Reposé contra el pecho de esa música y oí el triunfo de Malaquías al reclamarme, al declarar que ya era suyo. La otra voz se desvanecía, pero no se rendía. Esa otra voz jamás se rendiría: poseía una belleza propia y seguiría cantando eternamente de la misma forma que cantaba en ese momento.

Se manifestaron otras voces; o quizá siempre habían estado presentes. Voces que cantaron a mi alrededor, cantaron sobre mí, rivalizando con otras voces angelicales, como si respondiesen desde el otro lado de una cámara infinita. Era una urdimbre de voces, angelicales y de otra naturaleza, y súbitamente supe que eran las voces de personas que rezaban, que rezaban por mí. Eran personas que habían rezado antes y rezarían después, incluso en el futuro lejano, que siempre rezarían. Y todas esas voces estaban relacionadas con aquello en lo que yo podría llegar a convertirme, con aquello que podría llegar a ser. Oh, qué alma pequeña y triste era yo, y qué espléndido era ese mundo ardiente en el que me hallaba, un mundo que quitaba todo significado a la misma palabra, ya que anulaba todos los límites y medidas.

Me llegó el bendito conocimiento de que toda alma viva era el objeto de aquella celebración, de aquel coro infinito e incesante, de que toda alma era tan amada como yo lo era, tan conocida como yo lo era.

Pero ¿cómo podría ser de otra forma? ¿Cómo podría ser yo, con todos mis fracasos, todas mis amargas derrotas, ser el único? Oh, no, el universo estaba repleto de almas entretejidas en aquella canción triunfante y gloriosa.

Y todas eran conocidas y amadas como yo era conocido y amado. Todas eran conocidas incluso a medida que sus oraciones por mí se convertían en parte de su glorioso despliegue en aquella urdimbre interminable y dorada.

—No me hagas irme. No me devuelvas. Pero si debes hacerlo, permíteme ser tu Voluntad, permíteme cumplir con todo mi corazón —recé, y oí cómo mis palabras se volvían tan fluidas como la música que me rodeaba y sostenía. Escuché mi voz concreta y clara—. Te amo. Te amo a Ti, que has creado todas las cosas y nos entregaste todas las cosas. Y por Ti haré cualquier cosa, haré lo que sea que quieras de mí. Malaquías, acéptame. Acéptame en Su nombre. ¡Permíteme ejecutar Su voluntad!

Ni una sola palabra se perdió en ese enorme útero de amor que me rodeaba, esa vasta noche tan luminosa como el día. Porque allí ni la noche ni el día tenían importancia, los dos se combinaban y todo era perfecto. Las oraciones elevándose cada vez más y superponiéndose, y los ángeles invocándome, formaban un único firmamento al que me rendí por completo, al que pertenecí por completo.

Algo cambió. Seguía oyendo la voz quejumbrosa del ángel que rogaba por mí, recordándole a Malaquías todo lo que me quedaba por hacer. Y oí la gentil reprobación de Malaquías y su insistencia final, y escuché unas plegarias tan densas y maravillosas que parecía como si ya no fuese a necesitar un cuerpo para vivir, amar, pensar o sentir.

Pero algo cambió. La escena se modificó.

Vi la inmensa elevación de la Tierra debajo de mí y me deslicé hacia abajo sintiendo un lento pero doloroso estremecimiento. «Déjame permanecer aquí», deseaba rogar, pero no merecía quedarme. Aún no era mi hora de quedarme, y debía sentir esta inevitable separación. Pero lo que ahora se presentaba ante mí no era la Tierra de mis expectativas, sino vastos campos de trigo agitándose dorados bajo el cielo más luminoso que hubiese visto nunca. Allí donde mirara veía las flores silvestres, «los lirios del valle», testigo de su delicadeza y resistencia a medida que la brisa las agitaba. Así era la riqueza de la Tierra, la ri-queza de sus árboles al viento, la de sus nubes arremoli-nadas.

—Amado Dios, nunca estar lejos de Ti, nunca contrariarte, nunca fallarte ni en la fe ni en el corazón —susurré—, p

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos