Lady Smartphone (Serie Tecléame te quiero 3)

Isabel Jenner

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

¿Tienes curiosidad por saber cómo surgió esta novela?

Si es así, te pido que imagines que estás leyendo un libro acerca de épocas pasadas y que hay un móvil a tu lado que no deja de vibrar. Ahora, deberás sujetar el libro con una mano y estirar la otra hasta alcanzar el teléfono; tú corazón y atención divididos entre no perder el hilo de la historia que te ha cautivado y la curiosidad por revisar todas las notificaciones que aparecen en la pantalla.

¿Te ha pasado alguna vez?

Bien, entonces observa los dos objetos que sostienes entre tus dedos y pregúntate: «¿Qué ocurriría si…?»

Así es como comienzan la mayoría de las aventuras antes de ser escritas.

Así fue como surgió está novela…

¿Qué ocurriría si en un libro de romance histórico los personajes tuvieran a su disposición smartphones, Internet y todas las nuevas tecnologías de las que disfrutamos en la actualidad, pero sin perder su forma de hablar o de comportarse? ¿Sin perder su esencia?

Lo que podría suceder se encuentra en las próximas páginas, y sus protagonistas están impacientes por arrancarte una sonrisa… ¿Me acompañas?

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CAPÍTULO 1

En un Londres del siglo XIX...

Lady Florence «Flossie» Easter, hija del marqués de Wessex, se despertó a causa del sobresalto que le produjo un zumbido molesto y repetitivo procedente de la parte derecha de su enorme cama con dosel. No sabía qué hora era, pero estaba segura de que aún era demasiado pronto para despertarse. ¡Había regresado sobre las cuatro de la madrugada de la fiesta de lord Middletown! El sol invernal que se atisbaba tras los ventanales debería brillar más alto en el cielo. Con un gruñido, se apartó los cabellos cobrizos del rosto y estiró el brazo para agarrar el fastidioso objeto que la había sacado de su muy necesitado descanso. Presionó el botón inferior para desbloquearlo y el brillo de la pantalla la deslumbró por unos momentos. Adormilada, con los ojos avellana a medio abrir y la boca a medio cerrar, Flossie esperó a que las letras e imágenes se volvieran más nítidas antes de deslizar el dedo sobre el cristal templado.

Sus párpados se alzaron de golpe y ahogó un gemido.

—¡La muy víbora! ¡No debería haber confiado en ella!

Se recostó mejor en las almohadas y siguió desplazando el pulgar hacia arriba, con la esperanza de que su vista le hubiera jugado una mala pasada. Pero no tuvo suerte. En un álbum compartido de Facebook, cuyo nombre era «Los Middletown saben dar una fiesta», y mezcladas con otras capturas del evento, se encontraban las fotos que se había hecho con lady Stella Penbrooke.

Inspiró hondo y volvió al principio para verlas una a una.

La primera era una inofensiva imagen de grupo de los invitados, con los anfitriones, los condes de Middletown, justo en el medio. Flossie se encontró a sí misma junto a sus padres y unos amigos en la esquina superior izquierda. Se ayudó del dedo índice y el corazón para hacer zoom a los rostros. Todos sonreían a la cámara vestidos con sus mejores galas, y el contraste entre las levitas negras de los caballeros y las alegres muselinas y tafetanes de las damas en ricos tonos rosas, verdes y azules formaba un bonito juego de colores. Flossie leyó los hashtags por encima, sin prestar mucha atención: #EmpiezaLaTemporada #DamasSinFiltros #VolveréLadyMiddletown.

Soltó un resoplido ante este último. Era muy típico de Stella mostrarse tan pagada de sí misma. La única excusa que tenía Flossie, que justificara el haber pasado tanto tiempo con ella la noche anterior, era que su mejor amiga, lady Mary Bale, no había podido acudir por encontrarse indispuesta. En el audio de Whatsapp que le había enviado su voz sonaba bastante tomada.

Siguió pasando fotos de varios de los bailes en los que habían participado con unos hashtags cada vez más escandalosos: #ElValsEsParaSolteras #LasCuadrillasParaCasadas #ConUnDuqueBailoTresVeces #MiCinturaEstáMásArriba.

Flossie sintió que las mejillas se le encendían, aunque ella también había experimentado en primera persona el toque de unas manos errantes que se despistaban hasta alcanzar su trasero en alguna que otra velada.

Tragó con dificultad al ver el primer selfie que se habían hecho en el tocador de señoras a petición de Stella. Era bastante inocente, las dos juntas y sonriendo al enorme espejo de cuerpo entero enmarcado con hojas de parra y regordetes angelitos de oro pulido. Sus cabezas, la rubia de Stella y la suya, de un llamativo tono cobrizo, estaban pegadas, sin que a sus dueñas pareciera importarles demasiado el deshacer los complicados peinados que sus doncellas habían tardado horas en elaborar. Y sus posturas, en apariencia relajadas, tenían el ángulo clave para mostrar sus mejores atributos. El vestido azul cielo de Stella realzaba sus ojos, cuyos iris eran de un color parecido, y el aguamarina de Flossie hacía maravillas con su piel, a la que solo le habían añadido un pequeño efecto con una nueva app para suavizar sus pecas que Stella en su teléfono.

El segundo selfie era el peor.

Venía después de las fotos de la cena (#SeisPlatos #FoodOfTheTon #MeVaAEstallarElCorsé), y de la mesa de refrigerios (#DeliciososPastelitos #MásPonchePorFavor).

En la desafortunada imagen, Flossie se había bajado el corpiño bordado con delicadas flores hasta dejar expuestos sus pechos mucho más allá de lo que recomendaban la decencia y el buen juicio, y se había inclinado un poco hacia delante; por si eso fuera poco, también se había dejado guiar por Stella en la expresión de su rostro y, bueno, no solo estaba guiñando un ojo con total descaro, sino que sus labios estaban, estaban… arrugados, fruncidos en un absurdo intento de besito. Flossie se estremeció. Lo más terrible de todo era que la muy sinvergüenza de Stella se había recortado dejando única y exclusivamente a Flossie en un primer plano. Todos los hashtags eran para ella: #YoNoMeQuedoSoltera #UnBuenPartido #MeVoyAGretnaGreen #EsteAñoSíMeCaso #NoMásTemporadas.

Con un sollozo de rabia, hizo un patético intento de arreglar ese duro golpe a su reputación, que había recibido por ser tan estúpida como para creer a Stella cuando le aseguró que haría una selección de fotos y censuraría las más comprometidas antes de subirlas a Facebook y etiquetarla. Flossie denunciaría las imágenes para que fueran eliminadas y luego iría a casa de Stella. Se iba a enterar, se iba a… Con otro sollozo, esta vez de derrota, comprobó todos los «Me gusta» que tenía su selfie. Sumaban setenta y ocho en total en menos de una hora. Y las veces que había sido compartida, treinta y cinco.

Era una batalla inútil y perdida.

A esas alturas, medio Londres estaría en poder de su vergonzosa foto.

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