Me llamo Fina y estoy gorda

Antonio Sánchez

Fragmento

me_llamo_fina_y_estoy_gorda-3

CAPÍTULO 1

Me llamo Fina y estoy gorda

Estoy gorda. Lo sé. No es que yo sea gorda, es que ahora estoy gorda. Vamos, que tampoco soy una gorda espectacular, de esas que no pueden ni caminar. Lo que pasa es que entre mis hombros y mi cadera no hay esa curva en forma de reloj de arena que suelen tener las mujeres consideradas guapas, con figura, «esa figura». Ni hablemos ya de las delgadas o anoréxicas modelos «soy todo huesos». Para colmo me llamo Fina. Josefina, en realidad, pero desde siempre me han llamado Fina. O sea, es un buen chiste, ¿no? En la oficina, soy abogada y muy buena, cuando me presentan al nuevo o a la nueva, pasa mucha gente por aquí que nunca se queda; el tutor-guía de turno le dice al nuevo: «Esta es Fina» y sonríe, como si hubiera hecho un chiste, y realmente ha hecho un chiste. Una gorda que se llama Fina, ¡qué bueno!; es un clásico de la oficina. Hay dos tipos de nuevos: el que sonríe… —Lo has cogido, ¿eh?, chico listo—. O el que ni me mira, normalmente ellos; ellas siempre me miran y sonríen. Sí, chica, sí; no estoy a tu nivel, no soy la competencia, pero yo no soy gorda, o sea, yo estoy gorda, ahora, en este momento, circunstancialmente.

No soy del todo fea. Tengo un rostro agradable, una nariz respingona, pecas, media melena castaña hasta los hombros. Al menos, cuando me miro al espejo, no me veo del todo fea. Gorda, sí, eso sí. Tengo 35 años, llevo desde los 25 en Madrid, en distintos despachos de abogados; en este ya van para 4 años. Soy especialista en derecho fiscal, se me da bien gestionar los impuestos de las empresas frente a la maquinaria absurda del Estado, que traga y traga el dinero de los beneficios con leyes tributarias enrevesadas y normativas indescifrables, incluso, para los inspectores de Hacienda. Yo antes no estaba gorda, era una chica normal, ni guapa ni fea, con mis «novietes» de instituto; bueno, fueron dos, pero uno de ellos era guapo o casi. El problema vino en la Facultad de Derecho. Yo soy de Sevilla, estudié en la Facultad de Derecho, que estaba —ya no— en el rectorado, antigua fábrica de tabacos de Sevilla, conocida, en el mundo entero, gracias a la ópera Carmen y a sus secuelas y precuelas.

Sevilla, por si alguien no lo ha leído en la Wikipedia, es la ciudad con las mujeres más hermosas del mundo. La Facultad de Derecho es la facultad con las estudiantes más guapas de la Universidad de Sevilla. Aquello era como estar en la pasarela de la Fashion Week de Nueva York, pero en el aula de Derecho Romano. No es que me acomplejara —bueno, un poco—, es que dejé de competir en el minuto uno, además de que tuve que esforzarme y estudiar mucho para conseguir becas. Mis padres apenas podían pagarme la carrera y yo no estaba pendiente de qué ropa ponerme ni de qué comida no comer. También me fui aficionando a la pizza, mientras estudiaba al mediodía; a la hamburguesa, para repasar por la noche, y a los dónuts, para desayunar antes de los exámenes. También tengo que reconocer que desde el instituto no he vuelto a hacer deporte. Total que los cinco años de carrera que supusieron quince buenos kilitos que antes no tenía. Tampoco me preocupaban. En la facultad también tuve un par de novios, no muy guapos, pero sí muy frikis de series y juegos de rol. Ahí me aficioné a pasar fines de semana enteros viendo series y más series.

Cuando terminé la carrera tenía muy claro que en Sevilla había muy pocas oportunidades, así que echaba currículum en despachos de Madrid. Conseguí mi primer trabajo a los pocos meses de soltar el último libro de la facultad. No me costó instalarme. Piso de alquiler no muy barato cerca del metro y a moverme siempre en metro. Aquí, en Madrid, el nivel femenino está diversificado: mujeres muy guapas y mujeres muy feas..., pero sobre todo hay una gran variedad de razas y tipos. En Sevilla predomina la mediterránea de ojazos y pelazo negro; aquí hay de todo, desde mediterráneas con ojazos y pelazos negros hasta rubias nórdicas de ojos azules, pasando por orientales, negras, marrones, de todo. En mi mundillo de letrados y letradas, predomina el estilo de la mujer rubia, pija, delgadísima y muy mona. Las hay muy listas y no tan listas: ni todas las rubias son tontas ni todas las morenas son listas. Es muy gracioso ver la reacción en los hombres, en trámites, acuerdos, notarías, etc. cuando va una compañera guapa; todo son sonrisas y atenciones. Si hay conflicto, la otra parte se frota las manos pensando que una abogada guapa es una abogada tonta; se equivocan.

Lo que tienen muy claro cuando me ven a mí es que una abogada gorda, gordita, entrada en carnes, con sobrepeso y todos los eufemismos que queramos… Pues eso, una abogada gorda es una buena abogada. Nada de sonrisas, sacan la navaja dialéctica en la primera frase. Está bien, me encantan esas confrontaciones. En mi caso —no sé en el de otras abogadas gordas—, sí que aciertan, ya que soy una abogada gorda y una buena abogada. Soy una buena abogada gorda.

Un problema o una ventaja, según se mire, que he encontrado al llegar a Madrid es que si se te ocurre algo de comer y le pones la palabra «tele» delante, seguro, seguro, seguro que te lo pueden traer a tu piso. Telepizza, telehamburgesa, telesushi... hasta hay un telecocido; en serio, lo he probado y está muy bueno. O sea que estás en tu piso, a las tantas, con mucho curro y nada de ganas de preparar una cena equilibrada, coges el móvil, buscas «telecomida tailandesa Madrid», y a la media hora estás comiendo comida tailandesa —eso quiero creer— en un paquete de cartón, con tenedores de plástico que luego tiras y no tienes ni que fregar. Para colmo tengo un Burguer King y un Domino’s Pizza en mi misma calle.

A mi madre, cuando me llama desde Sevilla y me pregunta si como bien, le digo siempre que sí y es verdad: como bien y mucho. Curiosamente, cuando bajo al sur, paso algunas fiestas y fines de semanas con mis padres; a mi querida madre no se le ocurre otra cosa que atiborrarme a comida typical hispalis. Entre el gazpacho, el pescadito frito, las espinacas con garbanzos, etc..., no paro de comer; además, en buenas raciones. Acabo llenísima cuando regreso a la capital del reino. Como si fuera una girl scout a la vuelta del campamento de verano, cada vez que me quedo en el piso de mis padres, calle Pureza —Triana en estado puro, valga la redundancia—, mi madre me alimenta para sobrevivir quince días sin probar bocado.

Yo estoy bien, no me siento mal conmigo. Me siento un poco mal porque hace ya tiempo que no tengo novio, ni feo, ni friki, ni nada. Pero es que tengo mucho trabajo y los fines de semana encerrada en mi piso, viendo series, versión original sin subtítulos, están bien. No me aburro, aunque tampoco me divierten como antes. Creo que yo podría ser un personaje de esas series. Un personaje secundario, claro; la amiga gordita y simpática de la protagonista… Bueno, simpática… no.

me_llamo_fina_y_estoy_gorda-4

CAPÍTULO 2

Mi abuela ha muerto

Mi madre me llama a las 12:00 en punto a la oficina un día de agosto que nunca olvidaré. Mi madre es muy de llamar a ciertas horas concretas, en punto. Me la imagino

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos