División seis: Príncipes de hielo

Mina Vera

Fragmento

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PRÓLOGO

El dolor lo abrazó como una cálida manta y lo abrasó como si esta hubiese prendido en llamas. Nunca, nunca antes había sentido nada tan horrible. Y cuando ese dolor desapareció tan rápidamente como había llegado, supo que iba a morir. En su último aliento solo pudo dejar escapar un lo siento, preguntándose si los demás podrían oírlo y, de ser así, si les serviría de consuelo antes de morir también.

Había sido culpa suya, por muchas vueltas que se le diera, la conclusión final era esa y nadie podría discutirlo. Sobre todo porque nadie quedaría vivo ni en su coche ni en el que se precipitaba hacia el vacío tras chocar contra ellos. Y él agradecía ese final para sí mismo, porque jamás sería capaz de sobrellevar una existencia con ese peso en la conciencia, esas muertes a sus espaldas. Jamás. Los planes de toda una vida de cuatro jóvenes, más las de cuantos fueran en el otro vehículo, morirían con todos ellos.

Pero antes había llegado el dolor, intenso, fiero, mortal. Nadie podría sobrevivir a tal intenso sufrimiento, por eso, cuando este había desaparecido, habría jurado que estaba en ese instante previo a la muerte, plácido y definitivo.

Entonces, un segundo más tarde… ¿por qué había vuelto ese dolor? Además, esta vez tan frío y cortante como el filo de una espada de hielo. Ese frío se le metió por dentro, lo sintió circular por sus venas, alcanzando cada rincón de su cuerpo. Y el dolor, rotundo e impío, lo despertó con un alarido que sobrecogió a todos en el laboratorio. Sabiendo que había abierto los ojos, se preguntó por qué estos no eran capaces de ver nada más que una neblina azul, cada vez más espesa, cada vez más intensa.

—Lo has conseguido —oyó a un hombre a lo lejos—. Hija mía, este será el primero de muchos más Príncipes.

Cuando un sueño mareante lo abrazó esta vez, como si flotara dentro de un barco a la deriva, Abel se dejó llevar, sumiso y penitente. Aun así, su drogada mente luchó lo suficiente para hacerse una promesa. Y aunque fuera lo último que hiciera en esa segunda vida, la cumpliría.

Yo pertenezco a la muerte. Juro que a mi regreso os llevaré conmigo.

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