Quédate en mi vida

Ava Campbell

Fragmento

Creditos

Quédate en mi vida

1.ª edición: octubre 2012

© Sonia Galdós Esquide, 2012

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B.22793-2012

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-267-2

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Jaime, Aimar y Aiala.

La felicidad junto a vosotros es fácil.

 

Para Valentina, mi adorada abuela.

El amor que nos tuviste ilumina nuestras vidas

Te queremos. Siempre te querremos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

Epílogo

Agradecimientos

quedate-1.xhtml

Prólogo

Londres, 25 de febrero de 1823

—Lamento mucho ser portador de tan dolorosas noticias, milord.

Ninguna respuesta audible siguió a aquella muestra de condolencia. El señor Cox, secretario del vizconde de Lisle, meció su peso de un pie a otro con inquietud. El silencio reinante, solo roto por el suave entrechocar de hielos en el vaso que su empleador sostenía, le produjo un hondo desasosiego. ¿Qué se suponía que uno podía añadir? Siguió meciéndose de aquella forma rígida, contando los segundos que transcurrían, cinco, seis, siete... Finalmente, el hombre sentado en la butaca hizo un movimiento, dejando su vaso en el velador situado a su derecha, y levantó la vista hacia su secretario. Su tono de voz traslució algo cercano a la resignación, al hablar.

—Supongo que esta vez no me libraré de acudir a Hertwood Manor, ¿verdad, Cox?

A pesar de su exquisita educación, al señor Cox lo delató un ligero parpadeo. Que lord Lisle no hubiera visitado su propiedad ni una sola vez en todos los años que llevaba trabajando para él era un hecho extraño y tal vez irresponsable; pero que el único hijo de la vizcondesa viuda de Lisle pudiera tener la más mínima duda sobre su deber de acudir a Surrey para el entierro de su madre era algo inadmisible. Con disimulo, observó el semblante de lord Lisle con más detenimiento; tenía la mandíbula tensa y los labios apretados en una fina línea, pero más allá de eso y de las oscuras ojeras no vio demasiadas diferencias con el aspecto habitual de su señor. Sin embargo, decidió para sí mismo que la frase de milord debía ser fruto de la conmoción y no requería una respuesta, así que permaneció callado. Pero cuando al cabo de unos segundos John Oliver Marius Sinclair, vizconde de Lisle, se levantó del asiento para dirigirse hacia la chimenea, rompiendo la incómoda quietud, su secretario no pudo evitar suspirar aliviado.

Lord Lisle tomó el atizador que había junto al hogar y removió los escasos troncos que aún no se habían reducido a cenizas. Luego permaneció contemplando el fuego pensativamente, con el brazo izquierdo apoyado en la repisa. Algunos mechones de su cabello negro caían con descuido sobre su frente, y sus ojos oscuros resultaban velados por las sombras. Había recibido la noticia del fallecimiento de su madre con su habitual estoicismo, pero Cox sabía bien que en muchas ocasiones aquella fachada de imperturbabilidad escondía emociones más turbulentas.

Al fin, como si hubiera despertado de algún sueño, el vizconde se dirigió hacia el escritorio, donde comenzó a ordenar los papeles que había sobre la superficie, y sin levantar la vista de los mismos se dispuso a dar instrucciones a su secretario.

—Bien, Cox, si hay que hacerlo que sea cuanto antes. Envía aviso a Decker de nuestra llegada y manda instrucciones al señor Hubbard para que se ocupe de todo lo que se haga en estos casos. Tendrás que venir conmigo dos días, porque habrá que dejar zanjados asuntos legales. La propiedad tiene que seguir funcionando cuando regresemos a Londres.

Un pequeño carraspeo delató el desacuerdo de Cox.

—Disculpe, milord, pero no creo que un par de días sean suficientes para poner en orden una propiedad tan importante.

—Pues tendrán que serlo, Cox, ya que tengo intención de estar de vuelta en Londres el viernes.

—¡El viernes! ¿Es que no va a quedarse en Hertwood Manor?

—No más de lo necesario.

—Pero, milord, insisto en que los asuntos serán numerosos. Hace años que no ve la propiedad, y es posible que deban tomarse decisiones importantes...

Lord Lisle alzó la mano para cortar la protesta y lo miró con dureza.

—Cox, no sé cuántos días estaré

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos