La antigua magia

Lisa Kleypas

Fragmento

Creditos

Título original: Again The Magic

Traducción: Ersi Samará

1.ª edición: febrero 2005

© 2004 by Lisa Kleypas

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B.31150.2012

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-298-6

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Mel Berger,

por ser un verdadero amigo,

y por darme los beneficios de tu fuerza,

sabiduría y talento durante tantos años.

Sin duda,

haber conseguido ser uno de tus autores

es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Con afecto y agradecimiento,

L. K.

Contenido

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Portadilla

Créditos

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Epílogo

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1

Hampshire, 1832

Los mozos de cuadra no podían dirigir la palabra a las hijas de los condes y mucho menos trepar hasta las ventanas de sus dormitorios. Dios sabe lo que podía ocurrirles si los pillaran en ello. Probablemente los azotarían antes de echarlos de las propiedades.

McKenna trepó por uno de los pilares de apoyo, se aferró con sus largos dedos a la barandilla de hierro del balcón de la segunda planta y quedó por un momento así suspendido antes de balancear las piernas con un gruñido de esfuerzo. Alcanzó con un talón el borde del balcón, se izó y pasó por encima de la barandilla.

Se acuclilló delante de las puertas vidrieras e hizo sombra con las manos a ambos lados de la cara para poder escudriñar el interior del dormitorio, donde ardía una única lámpara. Una joven, de pie delante del tocador, estaba cepillando su largo cabello oscuro. Su visión inundó a McKenna con una oleada de placer.

Lady Aline Marsden..., la hija mayor del conde de Westcliff. Una muchacha cálida, alegre y hermosa en todos los sentidos. Disfrutando de la excesiva libertad que sus poco atentos padres le habían dispensado, Aline había pasado la mayor parte de su corta vida explorando las ricas propiedades que su familia poseía en Hampshire. El conde y la condesa de Westcliff estaban demasiado inmersos en sus propias actividades sociales para prestar verdadera atención a sus tres retoños. No era una situación inusual entre las familias que habitaban en mansiones de campo como la de Stony Cross Park. Sus vidas quedaban divididas por la mera extensión de sus terrenos, mientras los hijos comían, dormían y jugaban lejos de los padres. Además, la noción de la responsabilidad parental no constituía uno de los lazos que unían al conde y la condesa. Ninguno de los dos se sentía particularmente inclinado a preocuparse por un hijo que era fruto de una unión de conveniencia y carente de amor.

Desde el día en que McKenna llegara a la finca a la edad de ocho años, Aline y él habían sido compañeros inseparables durante una década; juntos trepaban a los árboles, nadaban en el río y correteaban descalzos por todas partes. Nadie daba importancia a su amista

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