Hasta que la muerte nos separe

Amanda Quick

Fragmento

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Para Frank, siempre y eternamente

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—Debo deshacerme de ella, Birch. —Nestor Kettering cogió la botella de brandy y se sirvió otra copa—. Ya no soporto a mi mujer. No tienes ni idea de lo que supone vivir con ella en la misma casa.

Dolan Birch se removió en la silla y estiró las piernas, acercándolas a las llamas de la chimenea.

—No eres el primer hombre que se casa por dinero y descubre que el trato no lo satisface; la mayoría de personas que se encuentran en tu situación hallarían la manera de cohabitar. Es bastante común que las parejas de la buena sociedad lleven vidas separadas.

Nestor contempló las llamas. Dolan lo había invitado a tomar un último brandy tras otra velada jugando a las cartas en el club del que ambos eran miembros, y de resultas los dos estaban sentados en la pequeña pero elegante biblioteca de la casa de Dolan.

«Haría cualquier cosa para no tener que regresar al número cinco de Lark Street», pensó Nestor. Habían considerado la idea de visitar un burdel, pero ello no despertó el entusiasmo de Nestor: en realidad, los burdeles le disgustaban; le preocupaba que las mujeres pudieran transmitirle una enfermedad y, además, no era ningún secreto que las prostitutas a menudo les robaban relojes, alfileres de corbata y dinero a los clientes.

Prefería que las mujeres fueran respetables, virginales y, sobre todo, carentes de familiares cercanos: lo último que quería era enfrentarse a un padre o a un hermano furibundos. Escogía sus amantes entre las solteronas de Londres: mujeres inocentes, educadas y corteses, y agradecidas por las atenciones de un caballero.

Durante el año pasado y gracias a Dolan Birch, había tenido acceso a una serie de institutrices jóvenes y atractivas que cumplían con sus requisitos. Una vez hecha la conquista perdía el interés, pero eso no suponía un problema: resultaba sencillo deshacerse de esas mujeres. Nadie se preocupaba por su destino.

«La residencia urbana de Dolan no es tan grande como la mía —pensó Nestor—, pero es bastante más confortable porque no hay ninguna esposa dando vueltas por ahí.» Dolan había heredado la casa tras la muerte de su mujer, una viuda acaudalada. Esta había fallecido mientras dormía, poco después de la boda... y al poco tiempo de haber modificado su testamento y dejado la casa y su considerable fortuna a su nuevo marido.

«Algunos hombres son muy afortunados», pensó Nestor.

—No sé cuánto tiempo más seré capaz de soportar la presencia de Anna —dijo, bebiendo un sorbo de brandy y dejando la copa en la mesa—. Juro que deambula por la casa como un pálido fantasma. Cree en los espíritus, ¿sabes? Asiste a una sesión espiritista al menos una vez a la semana, con la puntualidad de un reloj. Casi todos los meses busca una nueva médium.

—¿Con quién intenta entrar en contacto?

—Con su padre —contestó Nestor, haciendo una mueca—. El cabrón que me tendió una trampa con las condiciones de su testamento.

—¿Por qué quiere entrar en contacto con él?

—No tengo ni idea y me importa un condenado comino. —Nestor dejó la copa de brandy en la mesa—. Al principio creí que todo sería tan sencillo... Una novia hermosa y, además, una fortuna.

Dolan contemplaba las llamas.

—Siempre hay una pega.

—Tal como acabé por descubrir.

—Tu mujer es muy hermosa, casi todos los hombres dirían que eres muy afortunado por compartir la cama con semejante belleza.

—¡Bah! En la cama Anna guarda un extraordinario parecido con un cadáver. No me he acostado con ella desde que interrumpí nuestra luna de miel.

—A veces las primerizas son bastante frías. Hay que seducirlas.

—Anna no era virgen cuando nos casamos —gruñó Nestor, resoplando—. Supongo que era un motivo más para que su padre estuviese tan ansioso por colocarla.

Dolan dejó la copa a un lado, apoyó los codos en los reposabrazos de su sillón y unió las puntas de los dedos.

—Hay un viejo dicho que afirma que si te casas por dinero tendrás que ganarte cada penique.

—No puedo escapar de ella. Si muere, el dinero irá a parar a unos parientes lejanos de Canadá y, créeme, estarán impacientes por hacerse con la herencia.

—Hay quien en tu misma situación la ingresaría en un manicomio —comentó Dolan—. Si la declaran loca, perderá el control sobre su fortuna.

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