Sin renunciar a nada

Laimie Scott

Fragmento

Creditos

1.ª edición: julio, 2017

© 2017 by Laimie Scott

© Ediciones B, S. A., 2017

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-781-8

Gracias por comprar este ebook.

Visita www.edicionesb.com para estar informado de novedades, noticias destacadas y próximos lanzamientos.

Síguenos en nuestras redes sociales

       

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

Agradecimientos

Promoción

sin_renunciar_a_nada-3

1

La noche comenzaba a caer sobre los tejados de pizarra de la ciudad a pesar de que solo eran las cinco de la tarde. Una buena hora para pasear, tomar un café o realizar las compras antes de que la mayoría de las tiendas cerraran en una hora. Era por este motivo por el que casi no se veía gente por la calle. A estas horas esta se encontraba en algún café, donde resguardarse del frío que hacía. Algunos viandantes caminaban por las inmediaciones de los jardines de Princes Street, en dirección a esta artería de la vida comercial de la ciudad. Salían de sus trabajos hacia sus casas, aunque algunos todavía pararían a tomar algo con los compañeros o los amigos en alguna taberna.

Pero a ella le importaba bien poco o nada el frío que comenzaba a levantarse, que fuera de noche o que la ciudad comenzara a quedar desierta. Ella tenía que cumplir un objetivo, y dado lo que le iban a pagar, ya podía aparecer el mismísimo diablo en persona, que no iba a echarse atrás. Se apeó del taxi después de abonar la carrera y dejarle al conductor una generosa propina por la charla que le había dado. Este la miró con una sonrisa de agradecimiento para después bajar la ventanilla y asomar su cabeza y contemplarla caminar con estilo, marcando cada uno de sus pasos sobre el camino de la entrada a la casa. «Mueve el culo como pocas mujeres que yo recuerde», se dijo mientras arqueaba las cejas. E incluso no pudo evitar que se le escapara un silbido de aceptación ni que asintiera la cabeza en aprobación.

—¿Quiere que la espere? —La pregunta fue más el deseo de él a que le dijera que sí, a un mera formalidad con su clienta.

Aquella sugerencia dibujó una sonrisa cínica y sexi a la vez en la boca de ella. No se dignó en volverse hacia él ni en detenerse. Alzó su brazo en alto y agitó un dedo. No. Ya vería cómo regresaría.

El conductor resopló.

—¡Qué mujer! —exclamó subiendo la ventanilla. Hizo que su coche diera la vuelta de regreso al centro de la ciudad y que desapareciera en la oscuridad de la noche mientras chasqueaba la lengua decepcionado.

Ella caminó hacia la puerta de una casa de tres plantas iluminadas. Un estrecho y corto sendero de grava fina llevaba hasta los escalones de la entrada. La puerta era de madera maciza lacada con una gran aldaba de bronce, algo deslustrada por el paso del tiempo y por las inclemencias del clima de la ciudad. Pulsó el timbre y esperó con paciencia a que abrieran mientras rebuscaba en su bolso la invitación que le habían hecho llegar para que asistiera.

Un tipo alto, fuerte y de mirada penetrante apareció en el umbral. La escrutó con total descaro y le hizo un gesto con el mentón.

Ella le entregó la invitación, que el tipo leyó. Entonces se apartó a un lado dejando que pasara al recibidor.

—Bienvenida.

Ella asintió complacida. Sin mediar una sola palabra por su parte. Era parca en estas.

—Sígame.

El tipo la condujo hacia una sala amplia. Decorada de manera precisa, elegante pero no ostentosa, en la que la casi totalidad de las sillas estaban ya ocupadas. Un hombre entrado en años, vestido con un traje de corte clásico, se acercó a saludarla.

—Buenas noches. Soy el dueño de la casa y de la colección. Gracias por asistir. ¿Es usted pujadora o representa a un cliente? —El hombre le tendió la mano.

—Buenas noches. Vengo representando a un cliente. —Ella se la estrechó de manera educada, afectuosa, mientras sentía la suavidad de su piel apergaminada al tacto.

—Puede senta

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos