Te debo un sueño (Quinteto de la muerte 1)

Sandra Heys

Fragmento

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Cita

 

NOTA EDITORIAL

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

AGRADECIMIENTOS

NOTA DE AUTORA

PROMOCIÓN

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Nota editorial

Selección es un sello editorial que no tiene fronteras, por eso, en esta novela, que está escrita por una autora latina, más precisamente de Chile, es posible que te encuentres con términos o expresiones que puedan resultarte desconocidos.

Lo que queremos destacar de esta manera es la diversidad y riqueza que existe en el habla hispana.

Esperamos que puedan darle una oportunidad. Y ante la duda, el Diccionario de la Real Academia Española siempre está disponible para consultas.

Gracias.

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PRÓLOGO

Cuatro muchachas en un taller de mecánica era algo extraño. Más extraño aún era que una de ellas acabara de darse una ducha para sacarse la grasa que se le había pegado después de trabajar varias horas en los autos del taller.

Otra cosa muy curiosa era el grupo variopinto que las muchachas constituían. Una, bajita, muy delgada y delicada. Frágil. Ella, la hermana menor de la niña-mecánico, era estudiante de ballet, por lo que la fragilidad era solo apariencia. Era muy fuerte. Su largo cabello rubio caía por su espalda y sus ojos verdes eran el único punto de color en el pálido rostro.

La prima de ellas era más alta que la pequeña, pero no tanto como la mayor. Era delgada, pero su cuerpo tenía ya la forma de una mujer adulta. Llevaba el cabello castaño claro corto, levemente ondulado. Era de risa rápida e ira lenta, sus ojos café siempre se fijaban en todo.

La cuarta muchacha era colorina. Había que mirarla bien para poder decir otras características de ella. No porque fuera un ser anodino y sin gracia. Era porque su pelo rojo llamaba demasiado la atención. Pero si uno lograba despegar los ojos de su cabello, descubriría unos raros ojos verdes. Una nariz recta y pecosa y labios sonrosados y gruesos completaban su rostro de suaves mejillas.

Un hombre alto y rubio se acercó. Dirigió a las muchachas su sonrisa amable y ojos tiernos.

—¿Van al cine, niñas? —Por respuesta recibió dos «sí, papá» y dos «sí, tío Cristian»—. ¿Necesitan un subsidio?

—Son siempre bien recibidos, papá —dijo Isabel, la más alta de las cuatro, con sus grandes ojos color miel abiertos de par en par y una sonrisa tan franca como la de su padre.

—Está bien —aceptó el hombre sacando su billetera del bolsillo trasero del overol—. Espero que sea suficiente —agregó dándole unos billetes a su hija mayor.

Las muchachas reían cuando del fondo apareció el motivo de tanta espera en mitad del taller.

Si un artista quisiera personificar la fuerza de la naturaleza, la pequeña morena de pelo azabache sería una buena alternativa. Caminaba a pasos largos o todo lo largo que le permitían sus cortas piernas, llevaba las manos empuñadas, los labios apretados y los ojos negros encendidos.

La aparición de Adriana había coincidido con la llegada de Catalina, la madre de Pamela y secretaria del taller, por lo que Cristian n

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