Nunca dejes de esperarme

Elizabeth Urian

Fragmento

Creditos

1.ª edición: octubre, 2014

© 2014 by Elizabeth Urian

© Ediciones B, S. A., 2014

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 16923-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-866-7

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Contenido

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Prólogo

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Prólogo

Argel, 1816

Durante más de cuatro siglos los corsarios berberiscos habían sido considerados un peligro en las aguas del Mar Mediterráneo, incluso en el Atlántico. Asentados en fortalezas del norte de África habían atacado costas y naves europeas, incautándose de numerosos botines y capturando rehenes para pedir un rescate o matando sin más.

La marina estadounidense, encabezada por el comodoro Stephen Decatur, intentó detener los abusos de los piratas berberiscos el año anterior. Incluso se firmó un tratado con el Dey de Argel, acordando la devolución de los navíos y piratas capturados a cambio de la entrega de todos los cautivos norteamericanos y una parte de los europeos. No obstante, tan pronto la flota zarpó hacia Túnez para forzar un acuerdo similar, se hizo caso omiso y las prácticas corsarias siguieron como hasta entonces.

Cuando centenares de pescadores cristianos fueron masacrados en las aguas del Mediterráneo, el gobierno británico envió una flota a la región. Estaba dirigida por Edward Pellew, el almirante Exmouth. El veintiocho de julio a mediodía, la expedición partió de Plymouth y en Gibraltar se les unió la escuadra holandesa, tripulada por el vice-almirante Van de Cappellen. Anclados en el puerto recibieron un plano de las fortificaciones de Argel con detalladas instrucciones. Las defensas de la ciudad no eran fáciles de sortear, ya que numerosos cañones estaban repartidos por tierra y mar. Por ello, había que planear la estrategia con sumo cuidado. Además, había que sumársele el rescate del cónsul británico, que permanecía retenido en su propia casa. No iba a convertirse en una guerra larga, pero sí sería lo suficientemente contundente como para terminar con la piratería.

El ataque comenzó el veintisiete de agosto. Antes de eso, lord Exmouth, desde el Queen-Charlotte exigió al Dey cumplir ciertas condiciones: entregar al cónsul británico, así como la tripulación del Prometeo que había intentado el rescate; abolir las prácticas esclavistas, devolver el pago de los rescates y garantizar la paz con el rey de los Países Bajos.

La respuesta no llegó.

Eran las dos y treinta y cinco de la tarde. Todos los barcos estaban en posición, la mayoría de ellos frente al puerto. El Queen-Charlotte abrió fuego por estribor, siendo seguido a su vez por los demás buques. Tal era la precisión y el efecto destructivo que acabó con la puerta de entrada a la ciudad, las almenas y los cañones que la protegían.

La excelente posición del Leander le permitió destruir las embarcaciones cañoneras argelinas y las galeras, frustrando los planes de estos, ya que su intención era abordar los barcos ingleses. Viéndose cada vez más reforzados, se le encomendó al teniente Peter Richard la tarea de incendiar una fragata enemiga que se encontraba a poco más de cien metros, lográndolo con éxito, pero perdiendo la vida de dos hombres en el proceso. Hasta el buque Queen-Charlotte debió maniobrar para no ser embestido por el barco en llamas que iba a la deriva.

Mientras tanto, en el interior de la mole de piedra que hacía de prisión de la ciudad, era inevitable no temblar ante el ensordecedor sonido de los cañones. El

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