Soñando con el demonio (Abrazando la oscuridad 2)

Alina Covalschi

Fragmento

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ALMAS CONDENADAS

La música explotaba a todo volumen de los altavoces y las luces brillantes cegaban mis ojos. Había personas ebrias bailando eufóricas a mi alrededor, sin embargo, no les hice caso. Empezaba a sentirme mareada, nunca había estado en un lugar tan sofocante. Mis párpados se apretaron con fuerza. La ansiedad se arremolinaba en la boca de mi estómago como un huracán.

—Este lugar no me gusta. —Abrí los ojos de golpe y le di un pequeño empujón a Sheila con mi hombro—. Me voy.

—Espera, Vivian. —Tiró de mi brazo, pero apenas consiguió mover mi cuerpo.

Mis poderes se habían incrementado, tanto que se habían apoderado de mi cuerpo por completo. Desde que me había ido de casa, los sueños se habían vuelto aterradores y más reales. Había huido sin mirar atrás. Había abandonado a mi madre y a mis amigos para encontrar otro rumbo.

Tenía quince años cuando me fui, sin embargo, no había estado sola. En la estación de trenes había encontrado a Sheila, una chica muy peculiar que se había convertido en mi mejor amiga.

Por las noches soñaba con mi madre llamándome para que regresara a casa. Estaba sufriendo, podía sentirlo, pero no quería hacer lo que ella me pedía. Me negaba a creer que yo era especial y que por mis venas corría sangre de demonio.

Llevaba más de veinte años ayudando a todos los humanos que perdían sus almas y cada vez se me hacía más imposible. Los otros demonios me derrotaban en el sueño y terminaba llorando con lágrimas de sangre. Eran sueños de tránsito y veía con detalles como las personas morían.

Sheila miró fijamente los dedos que resbalaban en mi brazo y cerró los ojos.

—Tienes que volver a tu casa, Vivian. Seguramente tu madre sabe...

—No voy a volver a ese lugar. Ella quiere que haga cosas raras. —Me sequé la frente de sudor y miré a mi alrededor.

La gente bailaba y gritaba sin parar. Me gustaba salir de fiesta con Sheila, pero ese club tenía algo que no me gustaba. Me sentía vigilada.

—No voy a insistir más —dijo, soltando un bufido—. Pero quédate un ratito más. Hay un chico muy guapo que me hace ojitos.

—Está bien. Me quedo una hora más. —Miré su escote amplio y gruñí—. Seguramente es por cómo vas vestida.

—Eh, a mí me gusta vestirme así.

—Vas muy provocativa, Sheila. Todos están babeando.

—¿Y cómo quieres que me vista? —Se molestó y se alejó—. ¿Cómo una monja? Tengo veinte años y quiero vivir la vida.

—Haz lo que quieras. Voy a por algo de beber y si en una hora no apareces, me voy.

Retrocedí y choqué con un cuerpo duro. Un líquido frío se derramó por mi cuello y bajó por debajo de mi camiseta con lentitud. Mojó mi sujetador y mis pezones se volvieron sensibles. Me estremecí de los pies a la cabeza y grité horrorizada.

—¡Idiota! —La palabra salió disparada de mi boca y, cuando giré la cabeza para mirarlo, me congelé.

Sus ojos recorrieron mi rostro en cámara lenta y dejó caer su copa al suelo. En un instante, todo dejó de moverse, todos se habían quedado de piedra.

Solo respiraba él y yo.

—Vivian... —Parpadeó después de reconocerme.

—Chad... —Mis labios susurraron su nombre y sentí una fuerte presión en mi pecho.

Agaché la mirada y vi como el colgante que mi madre me había regalado brillaba.

—Por fin te encuentro. —Su voz era ligera—. Tienes que venir conmigo.

—No te acerques. —Levanté una mano en el aire—. No quiero saber nada de ti.

—Vivian, tu madre está en peligro.

Fruncí el ceño y leí sus pensamientos. Tenía razón, mi madre estaba encerrada en una especie de cueva.

—Así, es. —Se acercó un poco más—. A tu madre se la llevaron hace más de dos meses y mis padres no encuentran la manera de rescatarla. Solo alguien como tú podría, solo alguien que puede viajar al Inframundo a través de los sueños.

—Yo no quiero saber nada. No soy lo que vosotros pensáis. —Apreté los puños—. Soy un humano, cómo los demás.

—No es verdad y lo sabes. Hace unos segundos leíste mis pensamientos y seguramente tus poderes han aumentado. —Dio un paso hacia delante y chasqueó los dedos.

Mis ojos no podían creer lo que había pasado.

—¿Dónde estoy? —Rechiné los dientes como gesto de frustración—. ¿Qué hiciste?

—Estamos en mi casa —contestó con tranquilidad y se quitó la chaqueta de cuero—. Necesito enseñarte algo.

—Quiero volver con mi amiga —ordené con voz entrecortada—. No puedes hacer esto.

—Tranquila, Vivian. Tu amiga está ocupada con otras cosas y solo estarás ausente una hora. —Sonrió y por primera vez me fijé en su rostro.

Habían pasado más de cincuenta años y, aunque había cambiado mucho, podía reconocerlo en cualquier lugar. Por las noches soñaba con su rostro y con su muerte.

—Sé perfectamente cómo son tus sueños, Vivian, y créeme que los puedes cambiar. —Me contempló en silencio—. Tienes en tus manos el poder de cambiar el destino de los demonios. Solo tú.

—No quiero. Me niego.

—Tu madre moriría. —Pasó la lengua lentamente por sus labios—. ¿Quieres eso?

—No, no quiero que muera. —Permanecí en silencio, confusa.

Una señal de advertencia me llegó de lo más profundo de mi subconsciente. No había sentido nunca nada igual y no recordaba haber estado nunca tan cerca de nadie. Nos separaba una distancia muy corta y el brillo de sus ojos me tenía hipnotizada.

—Eres hermosa y tus ojos... —Alargó una mano y apartó el flequillo que cubría mi frente—, tus ojos son únicos. Esconden un mundo muy bonito e inspiran a mirar más allá del cielo. Los veo todas las noches y siento una impotencia enorme cuando las lágrimas de sangre los manchan.

Sus dedos acariciaron mi mejilla suavemente y mis párpados se cerraron. Su voz y sus caricias me tenían a su merced. Me maldije al sentir mi corazón acelerado como la de una adolescente inexperta.

—Abre los ojos. No te dejes llevar por mis poderes —susurró.

Lo hice y lo primero que vi fueron sus ojos color sangre, luego sus labios apetecibles susurrando mi nombre. Sus palabras sonaron tan apacibles que mi corazón dio un vuelco.

—Heredé de mi padre este poder y no quiero que pierdas la voluntad conmigo.

Lo miré y, por un momento, nuestros ojos se encontraron y chocaron.

—No lo haré —dije casi con enfado—. ¿Qué era lo que querías enseñarme?

—Ven conmigo. —Estiró una mano.

Agarré su mano y un calor abrasador recorrió mi brazo. Él me abrumaba y ahuyentaba cualquier pensamiento racional de mi mente.

—Estás temblando —murmuró—. ¿Tienes miedo? Sabes que nunca te haría daño.

Sujeto con firmeza mi mano y se paró delante de una puerta.

—No tengo miedo, pero no te conozco y...

—Me conoces mejor que nadie, Vivian. —Abrió la puerta—. Solo que tu mente se empeña en no recordar los demás sueños.

—¿Qué sueños? —Lo miré extrañada.

—Poco a poco los vas a recordar. —Sonrió—. Yo mis

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