Un encuentro muy especial

Ana García

Fragmento

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Capítulo 1

Maisey McClone observaba ir y venir a las personas que la rodeaban en aquel aeropuerto de Montana. Su intención era visitar a su hermana mayor y pasar una temporada en Destiny, pero contaba con su mala suerte para dejarse olvidadas las cosas; por ejemplo, su bolso Louis Vuitton en alguna banca del lugar.

Era un asunto relevante porque, dentro de un bolso que le había costado lo suficiente, llevaba su cartera, su móvil, y lo necesario para ella; así que, no sabía en qué momento del viaje se había descuidado.

Y encima de todo, estaba en un pueblo sin conocer a nadie, ni tampoco tenía un teléfono para llamar a su hermana e informarle que ya estaba ahí, esperándola en un aeropuerto, rodeada de extraños a quienes sus familiares daban una calurosa bienvenida.

Hizo una mueca, mientras evaluaba la situación donde estaba metida, pues en su momento le pareció agradable visitar Montana. Es decir, la boda de Liz y Charles, en aquel precioso y pintoresco pueblo de Montana, había sido increíble.

Por supuesto que, al principio, Maisey no compartía la misma opinión que el día presente; había tenido sus reticencias porque no esperaba que su única hermana eligiera un sitio tan campirano cuando creyó que Liz y ella llevarían a cabo sus respectivas bodas en uno de los más afamados salones de Nueva York.

Y sí, era chocante para ella, pero eran decisiones de los demás y no la suya. Y estaba bien. A fin de cuentas, podía dejar la jungla de asfalto y escaparse unos días a la placidez del campo, en la campestre casa de su hermana.

Se sentó en su maleta y apoyó la barbilla en las manos sobre sus muslos; resignada porque tenía que esperar buen rato, en el aeropuerto, a que Liz fuera a recogerla. Podía darse cuenta de que, después de todo, no fue ninguna mala idea viajar hasta Montana y quedarse ahí unos días, el tiempo necesario para ordenar sus pensamientos y recargar pilas antes de volver al ruedo, en busca de trabajo y un apartamento, ya que no pensaba vivir toda su vida con Tori. La quería; era su mejor amiga, pero era chocante no tener un espacio propio y estar dependiendo de los demás. Planeaba ajustar su vida una vez de vuelta en Nueva York.

Se pasó una mano entre los cortos cabellos platinos, y suspiró llena de pesar debido a la mala racha que atravesaba su existencia, tan tranquila hasta hacía unos días atrás. Es decir, tenía una vida perfecta; un trabajo por el cual había dado todo para crecer, para que vieran en ella a una persona digna de un mejor puesto; también, tenía un precioso novio que la adoraba con locura, que era su mundo entero, y siempre estarían juntos. Pero se dio cuenta de que nada de eso era real, de que todo era mera fantasía, y se despertó de golpe de ella, aborreciendo la realidad que la arrojó repentinamente.

Se puso de pie y salió arrastrando su equipaje, para ir y sentarse a esperar a Liz en el estacionamiento, donde soplaba la suave y fresca brisa; donde podía respirar el delicioso aire del otoño, una de sus estaciones favoritas del año —además del invierno—, aquella en la que las hojas caían de los árboles y se formaba una crujiente alfombra de hojas secas en tonalidades rojas, naranjas y amarillas. Ya anhelaba viajar a Destiny, reposar después de aquel viaje que llevaba ansiando tanto aquellos días y que sabía le sentaría de maravilla.

«¿Y si mi hermana me ha dejado abandonada aquí? ¿Si se olvidó de que hoy llegaba?», se cuestionó de repente la joven. Se puso de pie y se quedó ahí parada, divisando en todas las direcciones.

No, desde luego que no. Liz estaba enterada a la perfección de que ella no conocía el lugar y no tenía ni un centavo en los bolsillos porque se había dejado olvidado el bolso por allí. Además, sabía que llegaría ese día, aunque no la hubiera llamado al arribar debido a que tampoco contaba con móvil y era bastante desconfiada para pedir prestado uno a algún extraño.

Volvió a tomar asiento en la maleta. No contempló nada en particular, simplemente dejó que su mente entrara en un estado de meditación.

Perdió la noción del tiempo allí, meditando sobre su vida, que pasaba delante de sus narices, cuando una destartalada camioneta Chevrolet aparcó enfrente de ella. Maisey alzó la mirada un tanto sorprendida, consciente de que no se trataba de ella a quien acababan de ir a recoger, pues no recordaba semejante desperfecto por parte de Charles.

Sin mucho interés, observó bajar del vehículo a un tipo alto, de espaldas anchas y andar desganado. En realidad, todo en aquel tipo exudaba despreocupación conforme avanzaba directo a ella, que no dejaba de contemplarlo con desconcierto. Poseía un rostro de facciones angulosas, una perfecta nariz equilibrada para aquel rostro bronceado, labios rojos y sexis; además, lucía barba de varios días.

A ella no le gustaban los tipos barbudos y greñudos, pero igual contemplaba al recién llegado con cierto interés suscitado; quizás, por el rato de aburrimiento que llevaba ahí, en espera de su hermana.

Las gafas de sol impedían que viera sus ojos, pero los sintió fijos en ella. Y entonces, lo vio caminar en su dirección.

—¿Maisey?

—Sí, ¿y tú eres...? —cuestionó frunciendo el ceño de manera quisquillosa.

El tipo se quitó las gafas de sol, lo que reveló unos bellos orbes azules, cuya atención mantenía fija en su rostro. Por unos instantes, sus miradas se encontraron, pero Maisey —que no estaba acostumbrada a mantener la mirada fija por mucho rato porque era de las personas que tenían la creencia de que los espejos eran una ventana al alma y de que, a través de ellos, podía conocerse a la persona— experimentó un deje de incomodidad y tuvo que rehuírsela, avergonzada por demostrar dicho sentimiento.

—Chris Catteman —se presentó dedicándole una pequeña sonrisa—, el cuñado de Liz, tu hermana.

Ante aquella confesión y dándose cuenta de que no se trataba al cien por ciento de un extraño, Maisey lo miró con detenimiento. Se parecía a Charles, aunque este era más alto —quizás, por una cabeza—, más ancho de hombros y de complexión atlética. Los mechones que asomaban por debajo de la gorra eran castaños, más claros en contraste con los casi negros cabellos de su cuñado.

La actitud de Chris parecía despreocupada; vestía unos vaqueros desgastados, una vieja camiseta desfajada y botas de trabajo. Sin poder evitarlo, hizo una comparación con quienes se juntaba con regularidad y vio el gran contraste con aquellos chicos que se sentían modelos de catálogo. Este no parecía tan interesado en su aspecto.

—Ah, sí—replicó al levantarse de un salto de su equipaje—. Sí, mi hermana no mencionó que alguien vendría a recogerme. Pero, igual, mucho gusto.

Chris estrechó la mano que ella le ofrecía con fuerza, sin molestarse en ser suave con aquella chica cosmopolita que exudaba fragilidad. No estaba de buen humor para mostrarse agradable con ella, pero sí haría todo lo posible por ser una persona amable, pues se trataba de la hermana de Liz y adoraba a su cuñada para hacer un pequeño sacrificio.

—¿Es todo tu equipaje? —Señaló las maletas a su lado.

Maisey asintió con la cabeza. Si por ella fuera, habría cargado con todo su piso, pero se conformó con llevarse ese par de maletas Louis Vuitton que, por fortuna, no se

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