Kina O'Brien

Erika Ivana Vultorius

Fragmento

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Capítulo 1

Turquía, año 2035. Invierno. 7 de febrero.

La autopista estaba muy resbaladiza. La camioneta de última generación tenía un sistema de seguridad en el que se podía confiar pero, así y todo, Kına no estaba segura. Prefirió no acelerar para no morder el hielo de la banquina. Estambul, en Turquía, era un manto de nieve blanquecina que no permitía ver más de seis metros por delante. Los vidrios empañados crujían por el ruido de los limpiaparabrisas. La calefacción encendida marcaba el vapor en todas las ventanas. Sabía que estaba llegando tarde. El evento de la revista Zoom Out estaba por comenzar. Solo faltaba menos de una hora para el inicio. Por suerte, el GPS marcaba que ya estaban a mitad de camino.

La alfombra roja, los fotógrafos, la prensa, y sobre todo Henry (su novio), estarían esperándola. Kına era la principal invitada por la fundación organizadora. La única cara de Turquía que podía marcar la diferencia. Todos sabían que detrás de su encanto había algo. Su voluntad para ayudar a los demás no tenía límites. Muchas mujeres envidiaban su posición. No había hombres que no la desearan. Su belleza empapeló las calles de Estambul. Avisos publicitarios de marcas famosas, revistas, comerciales de TV y eventos de caridad. Todos querían tener su rostro. Es por eso que también debía cuidar su figura pública ante los medios turcos, que muchas veces la envolvían en escándalos inexistentes. Historias mediáticas que terminaban en la nada. Una forma de crear atención. Pero, aun así, era ella. Siempre ella. Con un corazón noble. Era ella quien no se hacía problema por nada. Colaboraba con los medios de prensa. Siempre sonriente y dispuesta a responder cualquier pregunta. Porque no tenía nada que ocultar.

***

Esa mañana, su chofer había reportado un asunto familiar: su mujer estaba por dar a luz. Así es cómo le había dado el día libre. No podía ser tan cruel: el hombre debía estar presente en el momento más importante de su vida. Su gran corazón no podía impedirlo. Por lo tanto, decidió esa vez ser ella quien conduciría su Mitsubishi L200 Barbarian. Siempre había sido amante de los vehículos cómodos y robustos. Sabía conducir perfectamente, pero no imaginaba tener que hacerlo ese preciso día. (Menos una noche de crudo invierno y vestida de gala).

Mientras ponía sus ojos en el panel delantero, intentaba regular la calefacción. Su vista no le permitió ver lo que ocurriría delante. Un pequeño animal cruzaba rápidamente el asfalto. Kına alcanzó a volantear en zigzag ni bien subió la vista. Pero el susto la obligó a frenar de golpe. Respiró profundo, sujetada del volante. Decidió nuevamente acelerar y continuó sobre su carril. Por fortuna, con las bajas temperaturas no había nadie más que ella en esa autopista. El asfalto helado se veía marcado por las huellas de los neumáticos. Lo ideal era mantener la dirección sobre esa senda sin que las ruedas mordieran el hielo. No había tenido la cautela de poner cadenas, algo que debía haber sido sugerido por el futuro papá. Aunque no se alteró por el chofer, sino que por un momento se dedicó a criticar entre pensamientos a los organizadores del esperado evento. Habían decidido hacer la superfiesta en las afueras de Estambul rentando una de las mejores mansiones de la zona rural cerca de Demirköy: una casa de cristal rodeada de extensos bosques. Paredes de vidrios y moderno diseño. Luminaria excesiva, y hasta una pileta climatizada. Todo aquello a varios kilómetros de distancia de la ciudad. Por eso Kına tenía que recorrer, desde su residencia en Karaköy, casi 3 horas de trayecto en su camioneta. Demirköy es una ciudad rodeada de hermosos bosques y muy cercana a la frontera con Bulgaria.

Mientras tanto, Henry había llegado al evento antes de lo esperado. Había quedado con su novia en arribar desde el Aeropuerto Internacional de Estambul y dirigirse hacia el lugar de la recepción. Recién llegado de su viaje por Alemania (su tierra natal), esperaba ansioso mientras miraba su Rolex. Decidió aprovechar el catering y deleitarse con alguna copa de champagne, pero sin perder la compostura. Kına O’Brien y Henry Gottschalk eran la pareja más importante de la noche, aunque su alma gemela aún no se presentaba. Algunos organizadores se acercaban a comentar cosas triviales. Su nerviosismo no podía disimularlo. Decidió llamar a Kına a su teléfono móvil.

En ese momento, en la ruta, su smartphone comenzó a vibrar, pero Kına aún seguía al volante. Lo escuchaba en su bolso, pero no podía alcanzarlo: desafortunadamente, estaba del lado del acompañante, en el suelo. No había sido muy astuta la idea de Kına. Condujo con un solo brazo y estiró el otro hacia el bolso, mirando el piso por solo un segundo. Durante los restantes segundos, sus ojos permanecieron al frente, pero eso no alcanzó: durante ese único segundo, un hombre cruzó por delante intentando llegar a la banquina desde el centro de la autopista. No hubo tiempo para hacer otra cosa que girar el vehículo hacia la izquierda. Instantáneamente, el cuerpo golpeó el lado derecho de la camioneta. Un ruido muy fuerte se escuchó al golpear la chapa, mezclado con el sonido de freno de los robustos neumáticos. Para colmo, el airbag de la SUV se activó. Kına quedó petrificada, pero ilesa. El individuo no tuvo la misma suerte. El impulso lo había expulsado hacia unos cinco metros de distancia del impacto. El cuerpo permanecía en el asfalto. El golpe había sido en su espalda. Podría haber sufrido varias fracturas. Kına observó al frente del parabrisas húmedo, asustada y sin descender. El sujeto seguía sin moverse. Por esta razón, reaccionó de una manera muy natural: comenzó a llorar. Sus pequeñas lágrimas cayeron por su bello rostro de ojos claros. Se deshizo del airbag con los puños. La muchacha se sentía impotente, y a la vez estúpida. Entre lágrimas, comenzó a reír nerviosa, como si el accidente fuera el detonador que activara una bomba que acumulaba varios pensamientos. Aunque su vida era demasiado buena. Pero, en el fondo, Kına era reservada. Emocionalmente frágil. Un ángel caído. Un alma libre a los ojos de cualquiera. Siempre de buen humor, que contagiaba a cualquiera que pasara tiempo con ella.

Mientras intentaba calmar su risa, tomó su voluptuoso abrigo de plumas sintéticas negras de la parte posterior de la camioneta, y se lo colocó. Bajó del vehículo. Sus zapatillas le permitieron caminar con facilidad. Sus elegantes tacones permanecieron dentro de la camioneta. Siempre tenía como costumbre colocar sus zapatos de tacón en el momento previo a ingresar a una fiesta. Pero este no era el caso. En cualquier ocasión siempre llevaba puestas sus cómodas zapatillas. Su deslumbrante vestido de lentejuelas plateadas era demasiado largo y escotado. Tan elegante como precioso. El extenso tajo del costado realzaba su belleza. Trató de cerrar un poco el escote de su abrigo para no sentir tanto frío en el pecho. Decidió sujetar la tela del vestido con su mano para no estropearlo con la humedad del asfalto. De ese modo, avanzó unos pasos y observó aquella escena. Su risa se había borrado por completo. En la oscuridad de la noche y con apenas algunos faroles encendidos la luz, podía distinguir la silueta. Ver a aquel frágil hombre tendido en el suelo la envolvió de tristeza. Volvió a llorar, pero en silencio. El cuerpo estaba de espaldas hacia ella. Apenas se veía asomar uno de sus brazos. Se encontrab

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