Cita con el ladrón

Aricelis M. Borja

Fragmento

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Capítulo 1

El robo

—¡Señorita! ¡Señorita! Se le ha caído algo —dijo una voz masculina. Bajé la cabeza y fijé la mirada sobre el suelo buscando aquello que se me había caído, pero no pude ver nada. Cuando me incorporé, tratando de ver a quien había dicho aquello, descubrí que no había nadie. Lo único extraño fue un hombre caminando a paso ágil al otro lado de la calle. Me sentí confundida, no podía entender sucedía, pero seguí caminando, necesitaba terminar mi recorrido turístico por la Fuente de Cibeles y el Parque del Retiro. Si se hacía tarde, Silvia se preocuparía. Debía llegar a la estación del metro que me llevaría al barrio La Latina. No me encontraba muy lejos, pero era una turista sola e inexperta. En mi camino a la estación, y con el sol aún muy brillante, decidí parar a tomarme un tinto de verano en una terraza acogedora.

—¿Te puedo traer algo de tomar? —preguntó una joven mesera española.

—Quiero un tinto de verano, ¡con mucho hielo, por favor! —contesté animada, sonreí y abrí la cartera para sacar la libreta de apuntes que siempre llevaba conmigo para inmortalizar mis viajes. Este en particular era especial porque estaba pasando por mi primera depresión laboral; hacía ocho meses, me había quedado sin trabajo y aún no encontraba uno. Desde que me había graduado de chef, no había tenido ningún empleo que valiera la pena, solo restaurantes donde todo venía congelado y lo más sofisticado que servía era el puré de papas deshidratado que se preparaba agregando leche.

Silvia, mi amiga de la infancia, me ofreció su piso en Madrid para pasar unas vacaciones y despejar la mente. Necesitaba tiempo para pensar y tomar un nuevo aire. Ambas nacimos en Colombia, pero las circunstancias nos llevaron hacia lugares muy diferentes. Ella se fue a estudiar Administración de empresas y Marketing en Madrid, y yo me fui con mis padres a Miami. Allí, donde nadie come bien o, al menos, balanceado, exceptuando a San Francisco, a mí se me ocurrió estudiar cocina, y gracias a ello estaba de vacaciones en Madrid para pasar la decepción. Llevaba un itinerario sencillo y muy popular entre los turistas, visitas a lugares de interés, los que todos queremos conocer cuando vamos por primera vez. De hecho, había leído un artículo hacía poco en Travel Report que se llamaba 10 imperdibles para tu primera vez en Madrid. Estaba escrito por un tal Jesús, no recuerdo el apellido, y me pareció tan bueno, básico y fácil de conseguir sin necesidad de un guía que decidí que este sería mi plan: debía visitar, sin importar el orden, La Puerta del Sol, El Triángulo del Arte, caminar por La Gran Vía, tener experiencias gastronómicas en restaurantes muy locales y en otros más internacionales, asistir a un partido de fútbol del Real Madrid, ir a los mercados, un domingo en El Retiro, ver el atardecer en el templo de Debod, escapada a Toledo, subirse al bus turístico, y como número once y agregado por mí, recorrer todos los restaurantes en busca de un empleo de verano.

—¡Señorita!, por favor, no traiga nada, me han robado, mi mochila está abierta y vacía —grité mientras mis manos continuaban en busca de lo que había perdido, me levanté de la mesa y sentí un frío que me paralizó a pesar del calor tan horrible que estaba haciendo. No lograba entender cómo y en dónde me había pasado eso. En medio de mi desespero, salí del local para mirar si veía algo extraño, volví a revisar la mochila y esa vez encontré un pedazo de papel con una nota que decía:

Esto les pasa a las distraídas, no te preocupes, te seguiré. Atentamente,

El Ladrón.

Después de leer aquello, quedé aún más desconcertada. Sentí miedo, volví a entrar al lugar y le pedí a la mesera que me permitiera conectarme al wifi para poder comunicarme con Silvia. Con dificultad, logré tomar el control del móvil y le mandé un mensaje por WhatsApp.

Silvia, me han robado, estoy cerca de la Fuente de Cibeles,

no tengo mi billetera, no sé qué hacer.

Escribí, y ya tenía las lágrimas rodando por las mejillas. Sentía furia. Recordé la voz que me había dicho: «¡Señorita! ¡Señorita! Se le ha caído algo», y comprendí que todo había sido en ese momento.

¿Cómo que te han robado? ¿Dónde estás exactamente? Dame unos minutos y voy por ti.

Contestó ella casi al instante. Sentí alivio, sin embargo, tenía miedo de la nota que decía: «te seguiré». Me senté nuevamente en la terraza del bar y volví a pedir el tinto de verano. Allí esperaría a Silvia y, además, estaría a salvo.

Miraba para todos lados intentando identificar a quien me estuviera siguiendo, necesitaba estar lista para empezar a gritar.

La chica no tardó mucho en traer la bebida y mucho hielo.

—¿Pudiste recuperar lo que perdiste? —preguntó con tono preocupado.

—Aún no, mi amiga ya viene por mí, voy a esperar aquí —contesté un poco confundida y muerta del pánico.

—Pues vale, no te preocupes, debes tener cuidado con las cosas. No quisiéramos que pasara esto, pero es una ciudad turística, no estamos libres de bandidos —dijo ella encogiendo los hombros.

—Gracias.

—No hay por qué. La bebida va por cuenta de la casa. Te has llevado un gran susto. —Sonrió y desapareció antes de que pudiera decir que mi amiga pagaría por ella, no obstante, me pareció muy amable de su parte.

Estaba a punto de tomar el primer sorbo de mi tinto de verano cuando alguien preguntó:

—¿Perdiste algo? —Era la misma voz masculina que hacía un momento me había dicho que se me había caído algo.

Sin voltear a mirar, con la mirada fija en la calle que estaba justo en frente de la terraza, y nuevamente presa por el miedo, contesté:

—Sabes perfectamente la respuesta, tú lo has robado. Regrésame mis cosas —dije con tono firme y sosteniendo fuertemente el vaso, el cual estaba dispuesta a usar como arma de defensa en caso de que fuera necesario.

—La próxima vez debes estar más atenta —replicó el hombre, y eso sí que me enfureció, así que volteé a mirar muy dispuesta a armar un escándalo para que todos supieran que el ladrón había aparecido.

—¿Qué dices? —grité, mirándolo fijamente, pero eso fue lo único que atiné a decir, puesto que aquella cara sacada de cuento de hadas me dejó muda. Metro noventa de estatura, pelo despeinado, dorado a juego perfecto con su bronceado, pectorales marcados, o al menos eso dejaba ver su polo azul oscuro que combinaba con su bermuda de jean algo desgastada y profundos y hermosos ojos verdes. «Se ha caído un ángel del cielo», pensé, de inmediato mi voz interior contestó: «¿Estás tonta o qué? ¿No te das cuenta de que te ha robado? Es un ladrón». Y hasta allí llegó el idilio, de nuevo estaba en marcha para lanzar el vaso.

—Digo que la próxima vez, debes estar más atenta —respondió, pero esa vez sí tuve palabras.

—¿Quién lo dice? ¿Un ladrón? Voy a formar un escándalo aquí mismo para que todos sepan quién eres —dije mientras me levantaba de la mesa con la mirada desafiante.

—Pues venga, no te conviene montar un pollo en este mismo instante. Si armas un escándalo, perderás tu billetera y tu libreta de apuntes. —Dibujó en su rostro una sonrisa que más que odiosa y porfiada, era sexy, muy sexy.

—Devuélve

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