El alma de mi música

Priscila Serrano

Fragmento

el_alma_de_mi_musica-1

A lo cubano

Introducción

Hola, mi nombre es Azucena. Sí, tal y como estáis leyendo. No, yo tampoco entiendo qué les pasó a mis padres para ponerme este nombre cuando nací. No sé si fue la luna que los puso tontos o estaba nublado... En fin, ¿qué más da eso ya? Ya no hay vuelta atrás.

Seguiré con la presentación antes de que me líe a criticar a mis padres y me quede sola.

Bueno, soy de Málaga, andaluza de pura cepa y patosa, muy patosa. Os preguntareis qué tiene que ver una cosa con la otra... Pues nada, pero ya que estoy os cuento mi vida, ¿no? Si no ¿para qué escribo esto?

Tengo una vida normal... Vale, quien dice normal se refiere a que tengo un negocio y un piso con ocupa. Mi hermano Jorgito, otro nombre al que hay que agradecerles a nuestros amorosos padres, vino a mi casa porque se peleó con nuestro progenitor. Cosa que entiendo, dada la situación.

Bueno, no me quiero enrollar mucho, que, si no, os veo dejando la historia de lado y no quiero.

Solo os puedo decir que mi historia es graciosa, muy graciosa y llena de aventuras, muchas aventuras... Si queréis saberlo todo, todo, todo, no paséis de ella y leerla hasta el final.

Recordad, no es mi vida completa, solo una parte de ella, pero lo suficiente para que os echéis unas risas con mis desgracias.

Capítulo 1

—No me puedes estar pidiendo eso —le dije poniendo los ojos en blanco—. ¿Cómo se te ocurre? No tengo ni puñetera idea de cómo se baila eso. ¿Cómo se llama? Ah, sí, salsa.

En la vida nadie me había propuesto tal cosa. ¿Cómo se suponía que me iba a poner delante de tantísima gente para hacer el ridículo? Este tío era tonto y en su casa no se habían dado cuenta. Lo gracioso es que su casa era la mía.

Mi hermano Jorge era un tipo guapo, «buenorro», como yo le decía, y bailarín de salsa. Bueno, de salsa, bachata, merengue... Era un experto en todo lo relacionado con el baile latino, pero no lo era cuando trataba de enseñarme a mí. Yo era patosa, una negada total para bailar cualquier cosa. Claro que ahí no estaba el problema. Resulta que el señorito tenía que presentarse a un concurso de bailes latinos, vete a saber dónde. No puse mucha atención cuando me lo contó, puesto que mi mente solo grabó: «Hermanita de mi alma, la más bella de todas las hermanas». Claro, era la única que tenía el muy capullo. «¿Quieres ser mi pareja de baile para...?». Y hasta ahí puse mi oído. Después me explicó que su compañera Alexandra, se había roto el tobillo. «Oh, qué pena. ¿Y a mí qué cojones me importa?», pensé. No tenía mal corazón y, aunque conocía a la muchacha, que por cierto me caía tan mal como una patada en el estómago, no le deseaba el mal.

—Por favor, por favor. Ayúdame... Solo te pido esto —me suplicó de rodillas, como si eso me hiciera cambiar de opinión.

Y sí, joder, eso sí que me hacía cambiar de opinión. ¿Por qué tenía que ser tan blanda? Si es que yo solita me metía en estos líos. ¡Joder! Que yo no sabía bailar.

—Vale, vale... Joder, qué pesado —respondí negando y él sonrió complacido mientras se levantaba. Me cogió en brazos para después llenarme la cara de besos.

—Gracias, cariño mío. Verás qué bien te lo pasas, Azucena.

—Pero qué gilipollas eres. —Frunció el ceño, aunque sabía por qué se lo decía—. Sabes lo que odio que me llames Azucena —pronuncié poniendo los ojos en blanco, agotada.

—Así te llamas, ¿no? —preguntó el tontaina de mi hermano.

—¿Quieres que te llame Jorgito? —amenacé.

Sabía lo que le jodía que lo llamara así y, siempre que teníamos oportunidad, nos tirábamos pullitas con los preciosos nombres que nuestros padres nos habían puesto. Siempre pensé lo a gusto que se quedaron al elegirlos. Aunque ¿qué se podía esperar de doña Pepa y don Pepe? Sí, como habéis leído. Mis padres son Pepe y Pepa. Si es que Dios los cría y ellos se juntan.

Mi hermano fue a la cocina para preparar la comida, mientras que yo me quedé tirada en el sofá, pensando cómo cojones iba a aprender bailes latinos en solo un mes. Sí, en un maldito mes. No podré salir, no podré vivir, no podré trabajar. Ah no, eso sí que podré. Más que nada porque si no, no comíamos, porque mi hermano estaba en paro, el muy gandul. Yo era la que mantenía el apartamento que compartíamos. Antes vivía sola, hasta que mi hermano se presentó en mi casa aquel día. Vino diciéndome que serían dos días y aquí está desde hace ocho meses, ocho cansinos meses en los que yo lo hacía todo. Menos hoy que, como quería un favor, me estaba preparando el almuerzo. Era un interesado, descarado, caradura, gilipuertas. Lo tenía todo, pero así lo quería. Si es que era tonta, pero una tonta feliz, al menos no vivía sola.

Minutos después, salió de la cocina con dos platos. No sabía qué había preparado, aunque ni siquiera sabía que mi hermano cocinaba y, con lo poco que había tardado, ni quería imaginar qué hizo.

—Ya está lista la cena, Azuce...

—Para, que te lanzas a la piscina y, si no quieres ahogarte, cierra la boca —intervine antes de que metiera la pata de nuevo.

—Perdona... Ya no te diré más Azucena —dijo mi nombre rápido.

—Ves... Después no quieres que te diga gilipollas, neandertal, capullo, estúpido...

—Para, que te lanzas a la piscina y, si no quieres ahogarte, cierra la boca —me imitó y ambos soltamos una carcajada.

Puso los platos en la mesa y me quedé con la boca abierta al ver que había preparado pasta. ¡Pasta! Sí que cocina bien. Y yo que pensaba que me haría huevos rellenos. En fin, nos comimos el gran almuerzo que él preparó y, cuando terminamos de recoger todo, nos sentamos en el sofá para ver la tele. Al ser sábado, estaba de descanso así que no me echaban de aquí ni con agua caliente.

—Entonces, ¿bailarás conmigo? —me preguntó de nuevo, como si no le hubiera quedado clara mi respuesta de antes.

—Vamos a ver, Jorge, no sé bailar. ¿Es que quieres perder la competición y hacer el ridículo? Porque si es así, me apunto —referí sin apartar la vista del programa que estaban televisando. Uno muy divertido, por cierto.

—Vale, te mueves peor que un elefante pidiendo cacahuetes, pero pon de tu parte y aprende.

—¡Falta un mes! ¿Te has vuelto loco? En un mes no serás capaz de hacerme bailar ni los pollitos, cariño —exclamé y soltó una carcajada.

Es que no se enteraba que no era buena en el baile. Joder, si cuando era pequeña no me querían ni de animadora. Qué mal lo pasé, pero eso no era nada. En el instituto, el chico que me encantaba me invitó a un baile que hicieron en primavera. Era el primer baile al que asistía y solo porque estaba enamorada hasta las trancas de mi acompañante. No hubo peor noche en mi vida que esa. Me sacó a la pista pensando que bailaba bien y cuando comenzó la canción Oye el boom, de David Bisbal —canción que me encantaba, todo hay que decirlo—, me emocioné tanto que no me di cuenta del ridículo que estaba haciendo. Me agachaba, me golpeaba el pecho cuando decía: «Boom, boom, boom, boom, boom. Late mi corazón». Todos los ahí presentes me grabaron y subieron el vídeo a YouTube. Falté a clase durante una semana entera y, aun así, no se olvidaban de la chica que ba

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos