Amar sin miedo (Trilogía Inmarcesible 3)

Raquel Gil Espejo

Fragmento

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Prólogo

Álex vio como Robb y Miranda se retiraban. Los observó luciendo una amplia sonrisa que acabó redirigiéndose hacia Andrea. Ella le devolvió el gesto y lo rodeó con sus brazos. Ni la presencia de Emily ni las miradas de Carmela o de Julián podrían cohibirla. Amaba a Álex, y él le había demostrado que era con ella, y solo con ella, con quien quería estar.

—Soy tan afortunada —le dijo Andrea.

—Lo eres... —Le sonrió Álex—. Y lo soy —añadió.

—Lo eres. —Le dio toda la razón aquella joven enamorada.

—Veo que aprendes rápido, mon amour.

—¿Mon amour? Oh, là, là —bromeó ella.

Álex no pudo resistirse a tanto encanto. La rodeó por la cintura, la miró a los ojos y se dispuso a besarla en el momento justo en el que toda la villa se quedó a oscuras.

—¿Qué ocurre? —inquirió Andrea.

—Tranquila —le respondió Álex.

—Mantened la calma —escucharon decir a Abbott—. Han debido saltar los fusibles. Iré a echar un vistazo.

—Te acompaño —le comunicó Julián.

Las linternas de los teléfonos móviles empezaron a encenderse.

—¿Y Mimi?, ¿dónde está Mimi? —quiso saber Carmela al no vislumbrar el rostro de su hija.

—Tampoco veo a Robb... Deben estar juntos —le dijo Amanda.

—¿Chrystal?, ¿Luca? —llamó Grace a sus hijos.

—Estamos aquí, mamá —le respondió Chrystal.

—¿Habéis escuchado eso? —interpeló Vivien.

La sala se quedó en completo silencio y, entonces, empezaron a percibir unos golpes que provenían de la primera planta.

—¿Con quién hablas, Mimi? ¿Quién está ahí? ¡Mimi! ¡Mimi! —escucharon gritar a Robb.

—Mimi... —musitó Álex —. Ronnie, cuida de Andrea, por favor.

El primogénito de Carmela y Julián Ros salió de la sala y se precipitó por las escaleras.

—¿Qué está pasando, Robb? —le preguntó, incluso, antes de alcanzarlo.

—No lo sé, Álex... Mimi está ahí dentro... No está sola... —acertó a responderle.

—¿No está sola? ¿Quién está ahí dentro con ella? —Se alarmó Álex.

—No lo sé... Por el amor de Dios, Álex, ayúdame a echar abajo esta puerta.

—¡Mimi! —gritó el vikingo al tiempo que se unía a Robb y a su desesperada misión por acceder a esa habitación.

***

Mientras tanto, en su interior...

—Suéltame, por favor —pedía vehementemente Miranda.

Su captor se había colocado detrás de ella y la había sujetado por el cabello. El filo de un objeto punzante, que no alcanzó a ver, acariciaba la piel de su cuello. Pese a ello, trataba de no perder los nervios. Se dijo a sí misma que era cuestión de tiempo que Robb echara abajo esa puerta.

—Dime algo, Mimi —le suplicaba un Robert que era incapaz de mantener la calma.

—¡Mimi! —volvió a gritar Álex.

—Shhhh... —escuchó susurrar en su oído Miranda.

—¿Qué quieres de mí? —se atrevió a preguntarle.

—Te quiero a ti —obtuvo por respuesta.

—¿Quién eres?

—Shhhh... —le susurró de nuevo.

Y lo hizo antes de pasarle la lengua por el cuello. Mimi se estremeció al tiempo que un sentimiento de repulsa recorrió todo su cuerpo.

—No me hagas daño, por favor... ¿Quieres dinero?, ¿es eso? Te daré lo que me pidas, pero no me hagas daño.

—¡No quiero tu maldito dinero! —le gritó.

El corazón de Miranda comenzó a latir a un ritmo vertiginoso.

—¿Vincent?... ¿Eres tú?

—Mimi... Yo...

—¿Qué estás haciendo, Vincent? No quieres hacerme daño. Por favor, déjame ir, y deja que te ayude.

—Solo quiero que me ames, Mimi —le dijo y, acto seguido, se dio media vuelta sin dejar de apuntarle con el arma; presionó su cuerpo contra el de ella y trató de besarla.

Miranda se revolvió en un intento desesperado por impedirlo. No le fue posible. Vincent acabó posando sus labios sobre los suyos.

—Apártate de mí —le gritó, pasados unos segundos, al conseguir retirarse de él.

—Hubo un tiempo en el que te gustaron mis besos, Mimi.

—Tú no eres así, Vincent.

—¿Y tú qué sabrás cómo soy...? Me abandonaste, Mimi. Nunca te he importado.

—Eso no es verdad. Siempre has estado presente en mis pensamientos.

Un fuerte impacto sobre la puerta hizo que Vincent se descentrara, momento que Miranda aprovechó para empujarlo y zafarse de él. A tientas, corrió hacia el baño y se encerró.

Vincent, sabiéndose perdido, y en un claro acto de cobardía, decidió salir de allí.

—Esto solo ha sido un aviso, Mimi... Volverás a tener noticias mías, y digamos que la próxima vez no seré tan amable. —Aprovechó para verter su amenaza antes de escapar por la ventana del cuarto de Robb.

—¿Dónde está mi hermano? —preguntó Robert a Álex.

—¿Crees que...?

—Estoy aquí —dijo Jerome y los sorprendió a ambos.

De repente, la luz volvió a prenderse en toda la villa y aquella puerta, que instantes antes parecía infranqueable, se abrió sin más.

—Mimi, Mimi..., ¿dónde estás?

Robb había sido el primero en acceder a su habitación. Lo hizo seguido por Álex y por su hermano.

Miranda, aún en el interior del baño, en una de cuyas esquinas se había acurrucado, se puso de pie e hizo girar el cerrojo de seguridad.

—Estoy aquí —musitó con un tono de voz apenas audible, aunque suficiente para que Robb la localizara.

Sería el propio Robert quien acabaría abriendo esa puerta.

—Mi amor —le dijo mirándola con una mezcla de tranquilidad, al saberla a salvo, y de miedo, por el desasosiego que aquel encierro le había provocado. La abrazó—. Lo siento tanto... Otra vez he dejado que...

—No es tu culpa, Robb... No es tu culpa —repitió Mimi y se aferró aún más fuerte a él.

—¿Estás bien, Mimi? ¿Qué ha pasado?

Álex intentó no dejarse llevar por sus emociones con el único propósito de tratar de esclarecer lo ocurrido.

—Él... Estaba armado... —empezó a decir Miranda.

—¿Estás herida? —le preguntó Robb.

—No... Solo me ha besado, Robb —le aclaró Mimi.

—Que solo te ha besado... ¡Maldita sea! —Se alteró Robert.

—Tranquilo, hermano —le dijo Jerome.

—¿Cómo quieres que esté tranquilo cuando alguien ha atacado a mi novia, en mi propia casa y delante de mis narices?... ¿Has tenido algo que ver en todo esto? —le preguntó.

—No —le respondió Mimi.

—¿Cómo lo sabes? ¿Acaso...?

—Ha sido Vincent, Robb.

—Vincent..., ¿tu ex? —Se sorprendió Robert.

—Sí.

—¿Cómo es posible que alguien como él haya podido burlar la seguridad de esta casa? —se preguntó Robb en voz alta.

—Culpa mía, hijo... —manifestó Abbott—. Olvidé volver a conectar la alarma.

—Mimi, cariño, ¿qué ha pasado?

Carmela acababa de entrar en la habitación. Robb se hizo a un lado y dejó que madre e hija se abrazaran.

—Estoy bien, mamá. —Miranda intentó restarle importancia a lo sucedido.

—Me acaban de decir que Vi

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