A tu corazón llegaré (Serie El legado 3)

Mimi Romanz

Fragmento

a_tu_corazon_llegare-3

Capítulo 1

Mediados de marzo, 1967

San Isidro, Buenos Aires

Federico subió las escaleras a la carrera y dio un portazo cuando estuvo en su cuarto, la rabia bullía en su interior y lo consumía de tal forma que no sabía de lo que podría ser capaz. Nunca, en sus veintitrés años de vida, creyó que su mellizo podría hacerle una jugada como lo había hecho.

Se dejó caer de espalda en el colchón e inhaló hondo para intentar encontrar un poco de calma. Inútil, cada palabra dicha por su hermano golpeaba en su mente como gotas de lluvia pegando contra un vidrio. Se pasó las manos por el cabello castaño, demasiado largo para gusto de muchos, y soltó el aire, más rabioso aún. No podía creer que Esteban fuera tan egoísta, que pensara solo en él y en su propio beneficio.

Se puso de pie y caminó con pasos enérgicos por la amplia habitación. En mala hora también sus padres habían decidido tomarse otra vez un tiempo e irse a Mar del Plata. Federico necesitaba de los consejos de ambos en ese momento, porque no estaba seguro de poder lidiar solo con lo que se le venía encima.

Una luz se encendió en su mente y no lo pensó dos veces, buscó una valija, abrió el ropero y empezó a meter dentro algunas mudas de ropa. En ese mismo instante viajaría a la ciudad costera para poner no solo a ellos al tanto de la locura de Esteban, sino también a sus abuelos. Al fin y al cabo, la casa era un legado que ellos habían levantado con sacrificio y amor, y por el que él lucharía con todas sus fuerzas. Abandonó el cuarto y, justo antes de dejar el hogar, se topó con que Esteban entraba.

—Vaya, vaya, veo que no te fue tan difícil tomar una decisión después de todo —se burló su hermano señalando la maleta—. Embalo el resto y te lo envío… ¿a dónde?

—Nada de lo que hay en esta casa se irá a ninguna parte.

—Oh, mejor aún, tendrá más valor con los muebles. Buena idea, hermano —lo acicateó.

—No pienso seguirte el juego, Esteban. Me voy a Mar del Plata, vuelvo en unos días. Supongo que te las arreglarás muy bien sin mí en la tabacalera. —Lo esquivó para salir, pero él se lo impidió.

—Por supuesto, yo puedo solo. Y vos… vos andá en busca de mami y papi para que te apoyen. —Rio—. Pero ¿sabés qué? No vas a lograr nada, ¿o por qué te pensás que viajan tanto a la ciudad costera? Al igual que los abuelos, van a terminar viviendo allí.

—Tal vez, pero la casa sigue siendo de ellos, y ellos deben decidir.

—¿Estás seguro? —La sonrisa socarrona de Esteban le alteró más los nervios.

Federico tomó aire para calmarse, no quería extralimitarse y decirle a su mellizo palabras de las que después podría arrepentirse.

—No quiero discutir otra vez, Esteban.

—Entonces recapacitá. ¿Cómo creés que se mantiene el legado del que tanto te jactás? ¿Con tu sueldito en la universidad? No —escupió—. Con los ingresos de la tabacalera, y vos, con tu negativa a vender, vas a lograr que nos hundamos. ¿Es eso lo que querés? ¿Sos capaz de vernos perder todo?

—Pará un poco —lo detuvo—. Estás haciendo demasiada leña del árbol que todavía no cayó.

—¡Pero qué poeta! —se carcajeó Esteban—. Seguí con las artes, Federico, ese es tu camino después de todo, y dejame a mí manejar los negocios, ¿querés?

—No se puede hablar con vos —se quejó, y pasó por su lado con la intención de dejarlo solo.

—La vida avanza, Federico, y vos te vas a quedar en el pasado con tu cabezonería.

Federico apretó el pomo de la puerta, respiró hondo y salió, mas no pudo evitar dar un fuerte golpe al cerrar. Esteban estaba empecinado con la ampliación y lo entendía, él tenía su propio proyecto, aunque dudaba de cuándo podría cumplir su objetivo, pero vender la casa no era una alternativa viable, no cuando sentía que la historia que tenía detrás era más importante. ¿Cómo era posible que su mellizo fuera tan desalmado? Suspiró, esperaba que la familia pudiera hacerlo entrar en razón.

Tiró la valija en el asiento del acompañante del Valiant y se sentó detrás del volante. Tenía un viaje largo hasta la ciudad de Mar del Plata, pero no le importaba, manejar lo relajaba y eso era lo que necesitaba tras la nueva discusión con su hermano. Puso en marcha el auto y dejó el hogar con la esperanza de regresar con una solución al problema.

***

—¿Federico? —La emoción en la voz de su madre al verlo estacionar frente a la casa lo llenó de la energía que necesitaba para recuperarse tras el trayecto en la ruta. Había hecho tan solo un par de paradas, las necesarias para abastecer el vehículo y un poco su estómago, pues le urgía poner las cartas sobre la mesa y hablar del tema del que tanto sus padres como sus abuelos, suponía, debían estar al tanto. Aunque la idea de que Esteban, en su afán por manejar la empresa por cuenta propia, quizás no lo hubiera hecho, rondaba por su cabeza.

—Mamá. —La rodeó con los brazos y se llenó de su perfume, ese que no sabía que había extrañado tanto.

—¿Pero por qué no nos avisaste que vendrías, Fede? Te habría esperado con el budín de limón que tanto te gusta.

—Fue… inesperado —respondió, cansado.

Isabel supo, sin que él agregara nada más, que algo había sucedido, y estaba segura de que no se equivocaba al pensar en su otro hijo.

—Esteban —lo nombró—, me imagino que él es la razón de que estés acá.

Federico asintió.

—No me extraña —dijo la mujer, que enlazó el brazo con el de él y lo impulsó a andar hacia el interior de la casa—. Te preparo unos mates mientras me contás qué es lo que les anda pasando.

—¿Dónde están todos? —indagó al entrar y no encontrarse con su abuelo y su padre jugando a las cartas o con su abuela inmersa en algún libro.

—Oh, tu padre fue a comprar cigarrillos y lo más probable es que se haya entretenido charlando sobre el mejor tabaco y su proceso de elaboración. Ya lo conocés, pese a que trata de desligarse, no puede con su genio. Y los abuelos, bueno, salieron a caminar por la playa, es su rutina diaria desde que se instalaron aquí, como en los viejos tiempos.

Federico se sentó a la mesa de la amplia cocina y disfrutó de la vista que le ofrecía el gran ventanal. Cerró los ojos y agudizó los oídos, si se concentraba, podía oír el murmullo de las olas y la brisa sobre la arena.

—¿Una poesía, un cuadro?, ¿qué es lo que imagina tu mente de artista, cariño? —La caricia en su mejilla le calentó el corazón.

—Tranquilidad —respondió.

Isabel se ubicó a su lado y le alcanzó el mate al mismo tiempo que unos bizcochitos de grasa.

—¿Qué te preocupa, Fede? Rara vez buscás calma, hijo.

Federico sorbió el mate y se llevó una galletita a la boca. La verdad era que no le agradaba demasiado contar el desacuerdo que había entre él y Esteban, aunque bien era cierto que nunca habían tenido una conexión muy estrecha pese a ser mellizos. Sabía que era normal que los hermanos se pelearan, habían tenido muchas discusiones de niños, pero algo le decía que la última iba a significar un quiebre entre ambos. Y le dolía, porque él valoraba a la familia ante todo, y parecía ser que, para su mellizo, eso no era importante.

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