Por una deuda (Trilogía Contrabandistas 2)

Laimie Scott

Fragmento

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Capítulo 1

1692, alrededores de París

Valerie trataba de mantenerse ociosa y no pensar en su hermano Antoine. Hacía dos meses que Laurent, el mejor amigo de este y ella habían escapado de Moidart. Fue un enfrentamiento cruel con las tropas inglesas del rey Guillermo. Este se había sentado en el trono del palacio de Whitehall, mientras Jacobo, el legítimo monarca, se había visto obligado a refugiarse allí, en París, tras sufrir una dolorosa derrota. El rey Luis había propiciado refugio a este y a sus seguidores porque, durante su gobierno, Inglaterra se había mantenido neutral en la guerra que Francia mantenía con los Países Bajos. Pero con la llegada al trono del yerno de Jacobo, flamenco, la guerra se había recrudecido en Flandes.

Valerie había regresado a París para poco menos que encerrarse en la casa que tenían su hermano y ella a las afueras de la capital. Desde que llegó a esta, no había recibido ninguna misiva, ningún comunicado en relación a su hermano. Lo último que recordaba de aquel fatídico día en la costa escocesa fue verlo ir en pos de Leah, la contrabandista local. Su rastro se perdía bajo los disparos de la artillería inglesa. Solo esperaba que no hubieran muerto y que pudieran regresar pronto y a salvo a su casa en París.

En ese momento, ella permanecía en el amplio despacho que contenía la casa y que solía ocupar Antoine para despachar los asuntos del contrabando. Desde que había regresado, no había vuelto a pensar en ello. El último trabajo de su hermano lo había llevado hasta Moidart. De todas formas, no creía necesario volver al trabajo, al menos durante una temporada. No era algo importante. Ni tenía el ánimo necesario para volver a ello. Decidió dejarlo del todo desde el mismo instante en que Antoine no había regresado a París. Y su patente de corso para luchar en favor del rey en la guerra, que mantenía con Inglaterra y los Países Bajos, carecía de valor.

Se acercó a uno de los ventanales de la casa con vistas al espacioso jardín por el que su hermano y ella habían correteado de niños. Había jugado al escondite entre sus setos, perdiendo la noción tiempo. Con los años ese mismo lugar de juegos infantiles se había convertido en una especie de escondrijo para su hermano y sus conquistas durante las veladas que organizaban. Ella sonrió recordando aquellos momentos, que esperaba que pudieran llegar a repetirse. Había recibido las visitas de amigos y parientes que la invitaban a fiestas animadas o bailes. Algunos de estos organizados por el propio Jacobo Estuardo. Pero ella los rechazaba uno tras otro. No encontraba las fuerzas necesarias para ir, aunque era consciente de que tarde o temprano tendría que retomar su vida social. No podría permanecer ajena a la vida social de una Francia en continua guerra con los Países Bajos e Inglaterra. Estaba centrada en esa serie de pensamientos, con la mirada perdida a lo lejos, cuando escuchó un par de golpes en la puerta. Volvió el rostro ligeramente para lanzar una mirada por encima de su hombro.

—Pase.

Benoit, mayordomo, ayuda de cámara de su hermano y fiel confidente en el asunto del contrabando, hizo su aparición. Un hombre inteligente y sagaz que llevaba muchos años al lado de ellos, que no se había separado cuando las cosas habían pintado difíciles. Intuitivo, intrépido y dispuesto a jugarse la vida por ella en todo momento. Discreto y silencioso cuando la ocasión lo merecía. No se le conocía familia alguna. Diestro con la espada y la pistola. Todo un seguro de vida.

—¿Qué sucede? —le preguntó, con tranquilidad pasmosa, Valerie.

—Ha venido a verla un caballero. Dice que es importante y urgente. Tiene que ver con Antoine.

Escuchar el nombre de su hermano hizo que ella abriera los ojos al máximo. Se volvió de cuerpo entero, cogiendo entre los dedos la tela de la falda, para quedar frente a su hombre de confianza. Experimentó una bofetada de calor en el rostro, palpitaciones en el interior del pecho y un ligero escalofrío reptando por su espalda con solo pensar en su hermano.

—Hazlo pasar. No te demores.

Valerie urgió a Benoit a ir en busca de la inesperada visita mientras ella paseaba por la estancia retorciéndose las manos presa de la agitación. ¿Qué podría contarle aquel hombre que en ese momento aparecía ante ella con gesto risueño?

—No te marches —dijo haciendo un gesto a su hombre. No quería quedarse a solas con aquel desconocido. Su hermano había labrado buenas e influyentes amistades. Pero también se había ganado un buen puñado de enemistades. Y ella había aprendido, con los años y el trabajo junto a Antoine, a no confiar en extraños.

—Madeimoselle Lerroux —dijo el recién llegado con una leve inclinación de cabeza en señal de respeto hacia ella—. Soy Louis Chevignon.

Ella se tomó unos segundos para contemplarlo y sacar una primera conclusión. Un hombre con una expresión que le transmitía cierta desconfianza. Una mirada que desprendía mal augurio y una sonrisa peligrosa. La clase de tipos que frecuentaba su hermano. La clase de los que había que mantenerse en alerta.

—Tanto gusto, monsieur. Benoit dice que quiere hablar conmigo sobre mi hermano Antoine. —Valerie permanecía de pie, erguida frente a aquella visita. No lo había invitado a sentarse hasta asegurarse de que podía confiar en él.

—Esperaba encontrarlo aquí —aseguró mirando con una sonrisa la amplitud del despacho en el que se encontraban.

—Mi hermano no se encuentra en estos momentos. Como puede ver.

—Es una verdadera lástima —dijo Louis Chevignon con un chasquido de su lengua, que dejaba entrever su decepción por esa noticia—. ¿Y sabe si regresará pronto?

Valerie comprendió al instante que aquel desconocido no iba a aportarle información sobre Antoine. Más bien parecía tener intenciones de hablar solo con él. Tras esa deducción, sintió como si algo en su interior se derrumbara. La esperanza de que aquel hombre pudiera aportar alguna información para saber dónde se encontraba o si estaba vivo se disipó como las brumas matinales que había contemplado en su reciente visita a Escocia. Su mirada pareció aguarse por las lágrimas, que representaba aquella decepción. Inspiró y se recompuso para saber qué buscaba aquel hombre en relación con su hermano.

—Lo es. Sin duda. ¿Puedo saber para qué lo buscáis? Tal vez pueda seros de alguna ayuda. —Elevó las cejas en una expresión de sorpresa e interés, señalando una de las dos sillas que había delante de la mesa. Si aquel tal monsieur Chevignon no le aportaba información sobre Antoine, al menos que le dijera cuál era el motivo por el que había ido hasta allí en su busca.

—Gracias. Estáis en lo cierto —dijo sonriendo de una manera que a ella no le hacía ni pizca de gracia. Introdujo la mano en el interior de su levita y extrajo un documento doblado y atado con una cinta.

Valerie se sentó de manera cómoda, apoyando la espalda contra el respaldo de la silla. Contempló con curiosidad la parsimonia con la que aquel hombre desataba el lazo y extendía el documento. Por un segundo, dirigió la mirada a Benoit por si este intuía qué podía querer aquel desconocido. Pero él negó con la cabeza devolviéndole la mirada.

—Este documento es un acuerdo entre vuestro hermano Antoine Lerroux y una serie de nobles a los que represento, favorec

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