Recuerdos del corazón (Una aventura en el amor 4)

A.S. Lefebre

Fragmento

recuerdos_del_corazon-1

Prólogo

Londres, mayo, 1832

—¡Clarit!... ¡¡¡Clarit!!!

El grito de su padre la sobresaltó haciéndola salir de su ensoñación...

—¿Q-qué sucede, padre?

—Deja de andar por las nubes, muchacha —la reprendió—. Charlotte quiere verte. Me preguntó por ti esta mañana —le comunicó su padre, tomando asiento y observándola alejarse de la ventana donde ella se encontraba.

Clarit se acercó a su padre y le dio en la mejilla un suave beso de bienvenida.

—Debe ser sobre las clases de costura que me está dando. Me va a enseñar a hacer un vestido como los de las damas de la clase alta; lo vamos a diseñar para mí.

Clarit se dirigió al mueble, y tomó un plato de porcelana para servirle un trozo de pastel a su padre; luego se dispuso a preparar el té.

—¿Para qué quieres un vestido de esos?

Clarit lo observó con una sonrisa soñadora.

—Robert me va a llevar a cenar con su familia.

—Niña, ya te dije que te olvides de ese muchacho: él solo quiere robar tu inocencia y luego se olvidará de ti. Recuerda que es hijo de un conde, y esos jamás se cansan con mujeres de clase baja, como lo eres tú. Me arrepiento del momento en que dejé que trabajaras para esa familia.

Clarit trabajó una temporada por recomendación de él, cuidando a la fallecida lady Blackford cuando había estado muy enferma y en cama años atrás. Ella se había dedicado a leerle y a hacerle compañía hasta el día que ya no abrió sus ojos nunca más.

—Padre...

—Entiende, Clarit. Tú eres sola la hija de un viejo sastre.

Thomas Thompson no pudo evitar sentirse mal al ver el asomo de las lágrimas en los ojos de su hija, pero debía ser realista, y ella también tenía que serlo. Él era un simple sastre, que, pese a que ganaba muy bien y mantenía una vida acomodada, era un plebeyo que no poseía ningún título ni posición social como para que el hijo de un conde se fuera a casar con su hija.

Clarit le sirvió una taza de té y lo miró con tristeza.

—Padre, tú bien sabes que los Blackford no son iguales a los demás aristócratas; ellos no son unos esnobs. Me acogieron muy bien cuando trabajé cuidando de la condesa, y tengo una muy agradable amistad con lady Alexandra. Y, aunque no lo crea, Robert está enamorado de mí.

Su padre la miró con melancolía. Clarit, a sus diecinueve años, era idéntica a su madre cuando él la había conocido: cabello rubio; rostro de facciones delicadas, adornado por dos hermosos ojos color azul zafiro, decorados por espesas pestañas; nariz respingona y labios perfectamente delineados y carnosos. Recordó que, así como él se había enamorado de Ruth hacía tantos años, los muchachos se enamoraban de su hija. Aun así, no creía que ese caballero realmente fuera a casarse con su Clarit: los lores no se casaban con mujeres de clase baja.

No negaba que lord Robert fuera muy simpático, y no era el típico esnob, como la mayoría de sus clientes. No obstante, estaba seguro de que Clarit nunca iba a ser aceptada en esa familia. Ella solo era la muchacha que había velado por la condesa enferma. Si tan solo su Ruth estuviera viva para que lo ayudara con su hija... Pero un mal parto se la había llevado de su lado hacía quince años junto a su hijo, dejándolos solos.

—Si tan enamorado está ese muchacho de ti, dile que venga a hablar conmigo y que me pida permiso para cortejarte —le aconsejó resignado. Con eso solo se darían cuenta de una cosa: él estaba equivocado, o su hija lo estaba. Aunque tampoco eso les aseguraría nada.

—Se lo diré, y te vas a convencer de que Robert de verdad está enamorado de mí. —Le dio un beso en la mejilla y le regaló una radiante sonrisa—. Iré a ver qué quiere la señora Charlotte.

Su padre la observó marcharse, y se preguntó qué iba a ser del destino de su hija. Ella era una muchacha espabilada y muy inteligente, por lo que no comprendía qué le había dado ese muchacho para que la tuviera tan embelesada.

Thomas no esperaba que el muchacho fuera hablar con él; sospechaba que solo era un encaprichamiento de niño de rico y que se rehusaría a hacerlo buscando alguna excusa. Fue por eso que se llevó una gran sorpresa días después, al llegar a su casa y encontrar a lord Robert Blackford esperándolo en la sala.

—Buenas tardes, milord. No esperaba verlo por aquí.

—Buenas tardes, señor Thompson, Clarit... Y-yo he venido a pedirle permiso para ver a su hija.

Thomas le indicó que tomara asiento, y el muchacho no dudó en hacerlo. Estaba nervioso.

—Tengo entendido que usted y mi hija se ven en varias ocasiones, ¿Por qué pedirme permiso ahora?

—Porque... es cierto que nos reunimos en varias ocasiones. No se lo voy a negar: hemos salido a dar paseos por el parque y también la he invitado a tomar un helado. Su hija me gusta, y no para lo que se imagina —se apresuró a explicar—. Ella es una mujer muy inteligente con la que se puede tener una conversación de lo que sea, y eso es muy importante para mí. —Sus ojos brillaron—. Clarit me comentó que usted quería que habláramos y puede creerme o no, pero yo ya estaba pensando en venir a hacerlo para poder cortejarla como se debe.

Thomas lo miró con seriedad y asombro.

—Supongo que, si quiere cotejarla, es porque piensa casarse con ella —aventuró el sastre, mientras observaba con el rabillo del ojo a Clarit husmeando al otro lado de la puerta del humilde salón.

—Así es, señor; yo amo a su hija. Nada me gustaría más que hacerla mi esposa, y es por eso que quiero hacer todo como se debe, empezando por tener su aprobación.

Thomas observó con admiración al muchacho, de aproximadamente veinticinco años. En su mirada podía percibir que era sincero.

—¿Tu padre lo permitiría? —preguntó. Estaba seguro de que no lo haría.

—No se opone y, si lo hiciera, tengo los medios suficientes para cuidar de Clarit —le aseguró Robert.

—Voy a ser claro con usted, milord. —Lo vio asentir—. No estoy de acuerdo con la relación que tiene con mi hija. Hasta lo que tengo entendido, no es bien vista entre la aristocracia, y usted pertenece a ella. —Robert lo iba a interrumpir y no se lo permitió—. Sin embargo, no me opondré; comprendo que ambos se quieren, y creo que lo mejor es dar mi permiso, y le advierto: en el momento en que haga llorar a Clarit, me voy a olvidar de quién es usted o de quién es su familia, y le retorceré el cuello.

Robert tragó saliva al escuchar la amenaza; si Thomas pretendía que saliera corriendo, casi lo había logrado. Pero no pensaba hacerla sufrir, nunca. La amaba y quería un futuro con ella, por más que lo asustara el sastre con su aspecto tenebroso.

Su amor por Clarit fue desde el primer instante en que la había visto, años atrás, una tarde que él recién regresaba de Italia. Al llegar a la mansión, le informaron que su madre estaba enferma, y se dirigió de inmediato a su habitación. Al escuchar la voz de una mujer, se detuvo en la puerta para prestar atención, y descubrió que estaba leyendo. Se asomó con discreción y observó a una muchacha sentada en una butaca junto al lecho de su madre; se quedó ahí unos minutos y, cuando no la oyó más, pensó que era momento de entrar. Al hacerlo, ella lo miró sorp

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