Un príncipe para Claudia (Los Beckett 1)

A.S. Lefebre

Fragmento

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Prólogo

Claudia observó la imagen de su pequeño tesoro que utilizaba de fondo de pantalla en su celular. Suspiró para coger fuerza y enfrentar el largo camino que tenía que recorrer. Eran más de veinte horas de viaje; sin embargo, lo hacía por su hija, a la cual había perdido meses atrás, cuando había decidido divorciarse para terminar con el infierno de vida que estaba teniendo, y su esposo la había chantajeado y le había quitado la custodia.

Sonrió con nostalgia al pensar que, cuando se había casado, ella creía que había encontrado a su príncipe azul y que estaba viviendo su propio cuento de hadas. Lamentablemente, la ilusión había durado poco y nada fue como creía. El príncipe se había convertido en un monstruo y el cuento, en una historia de terror.

El anuncio en los altavoces indicaba que él tren estaba por llegar, por lo que ya era momento de abordarlo. Observó una vez más la imagen de su pequeña hija, bloqueó el celular, lo guardó y se puso de pie para dirigirse a la zona de abordaje.

Sabía que, a partir de ese día, todo sería nuevo —la ciudad, las personas y el empleo— y tenía miedo. No obstante, a sus veintisiete años, estaba segura de que jamás volvería a someterse a un hombre como lo había hecho con su esposo. Aunque le diera toda la vida, y tuviera que enfrentarse al mismo demonio, iba a luchar para poder estar pronto con su hija y recuperarla.

Claudia cruzó la puerta del tren, tomó asiento, cerró los ojos y se preparó para su nueva vida, donde el destino le estaba proporcionando una gran sorpresa.

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Capítulo 1

Al salir del ascensor, Thiago frunció el ceño, irritado. Desde que se había marchado, hacía tres horas, para hacer ejercicio, había una mujer sentada en la puerta del apartamento de su vecino. Ella se encontraba en la misma posición en que la había visto al irse, aunque parecía que se había quedado dormida, por la forma en la que estaba colocado el libro en su regazo.

Suspiró y siguió su camino tratando de ignorarla. Era común ver como las mujeres entraban y salían de ahí; sin embargo, algo atrajo su atención, al mirarla de reojo, mientras pasaba frente a ella, así que se detuvo. Al observarla más a detalle, descubrió que no tenía el mismo aspecto que la mayoría de las conquistas de su vecino.

«¿Y si es una loca que lo acosa?», pensó. Aunque, de inmediato, borró aquella idea de su cabeza. Una mujer no podía llegar a tanto, ¿o sí?

Carraspeó, y ella se sobresaltó y subió el rostro. Thiago fue incapaz de perderse en el azul cielo de sus ojos, los cuales estaban llenos de tristeza.

—¿No creé que ya ha esperado mucho?

La mujer tardó en responder.

—Esperaré las horas que sean necesarias —le aseguró.

Thiago levantó una ceja interrogante.

¿Qué demonios tenía ese vecino suyo para ser tan cotizado por las damas?

Lo había visto en muchas ocasiones. No iba a negarlo: era un hombre... apuesto, con buen físico, muy parecido al suyo. No obstante, él no solía tener una mujer distinta cada noche, quizás porque pensaba que las mujeres no eran una diversión.

—¿Tan bueno es?

Se arrepintió de hacer la pregunta al ver a la rubia abrir mucho los ojos.

—Oh, no, no es eso. Él es...

Thiago hizo un ademán con la mano para que no dijera nada.

—No debí haberlo preguntado. Discúlpeme. Es solo que no debería esperar tanto.

Ella le regaló una sonrisa que apenas se notó.

—Owen vendrá en cualquier momento, tuvo una emergencia en el trabajo.

Thiago no le creía. Él tenía la impresión de que su vecino sospechaba que lo esperaban, y por eso no se había presentado aún. También existía la posibilidad de que se estuviera escondiendo en la casa con otra de sus conquistas.

La miró resignado, no podía dejarla permanecer sentada ahí por más tiempo, y sospechaba que no le haría caso si le decía que se marchara. Estaba seguro de que Owen no la atendería, por lo que hizo lo único que creyó que era lo más indicado.

—Si quiere, puede esperarlo en mi apartamento. Vivo a la par, y usualmente se escucha si está en casa.

«En especial, cuando no está solo», pensó irritado.

Ella lo miró por unos segundos, dudosa y ¿temerosa?

—No es necesario, puedo esperarlo aquí.

—Si piensa que voy a hacerle daño, créame, no lo haré. Para que confíe en mí, le mostraré mi placa y documentos. Soy policía —le explicó.

Al escuchar esa información, ella lo meditó unos minutos.

—Ok, acepto, pero solo porque necesito ir al baño —le aclaró con un ligero sonrojo.

Thiago curvó la comisura de sus labios de medio lado. En definitiva, esa mujer no se veía igual a las que solían visitar a su vecino, y lo comprobó cuando ella se puso de pie.

Iba vestida con unos vaqueros ajustados, una sudadera —que, para su gusto, le quedaba algo holgada— y zapatillas tipo Converse; también notó la maleta, que no había tomado en cuenta hasta ese instante.

Le indicó que lo siguiera y se dirigió a su puerta, donde metió la llave y abrió. Se hizo a un lado y la invitó a pasar.

Su apartamento consistía en un amplio espacio dividido entre la cocina y la sala, dos habitaciones, un cuarto de lavado y un baño, el cual le indicó dónde quedaba. La rubia soltó la maleta y caminó hacia ahí con rapidez.

Thiago la siguió con la mirada y la admiró hasta que la puerta se cerró. Su cuerpo era pequeño y delgado. Pese a eso sus caderas eran gentiles; su trasero, respingón, y tenía la sospecha de que sus pechos eran justo como le gustaban, ni grandes ni pequeños.

Meneó la cabeza, para alejar esos pensamientos, y se dirigió a su habitación para guardar la mochila deportiva.

Después de matarse en el gimnasio, lo único que le apetecía era darse una ducha y tirarse en el sofá a ver alguna serie. Estaba enganchadísimo con Dr. Stone, un anime en emisión que le gustaba mucho, y el día anterior había salido el capítulo de esa semana. Sin embargo, con una mujer —que, hasta lo que había notado, era muy bonita—, en su casa, no se creía capaz de hacerlo.

Salió del cuarto y se fue a la cocina para prepararse un café.

Escuchó la puerta del baño y la observó. La muchacha se había soltado el cabello rubio, que le llegaba a los hombros y lo tenía un poco húmedo. Supuso que por haberse echado agua en el rostro para refrescarse. Al mirarla, notó que era mucho más hermosa que lo que había visto minutos atrás.

—Voy a preparar café. ¿Quiere, o bebe otra cosa?

—Un café está bien —dijo mientras caminaba hacia el mueble de la cocina, cerca de donde él estaba—. Soy Claudia Beckett. Gracias por permitirme esperar a Owen en tu casa.

—Thiago Robertson. —Frunció el ceño —. ¿Es el mismo apellido que el de mi vecino?

Ella

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