Encuéntrame. Al otro lado de la frontera (Serie Nadie más que tú 3)

Carla Calderón

Fragmento

encuentrame_al_otro_lado_de_la_frontera-2

En una playa...

En la húmeda noche solo se escuchaba el llanto del pequeño. Ella lo sacó de la cuna, lo tomó entre sus brazos y, con el amor que tanto le tenía, mientras caminaban por la arena, le cantó con su dulce voz. Él le llevó una manta: la brisa del mar podía ser fresca aun en verano. Cubrió sus hombros, y se quedó junto a ellos en silencio.

El mar lo hipnotizaba; se preguntaba qué o quiénes había del otro lado. A veces la melancolía lo invadía, el dolor... Cuando volvió su vista, estaba solo, y ya no los veía. «¿A quiénes?», volvía a preguntarse. Sintió la arena en sus pies; de nuevo la brisa, y escuchó el llanto del bebé.

Era el calor que no lo dejaba dormir; escuchó su voz. Eran la voz de ella, el llanto de un niño y una canción.

Arrorró, mi niño, arrorró, mi sol,

arrorró, pedazo de mi corazón.

Este niño lindo se quiere dormir

y el pícaro sueño no quiere venir.

Arrorró, mi niño, arrorró, mi sol,

duérmete, pedazo de mi corazón.

encuentrame_al_otro_lado_de_la_frontera-3

Capítulo 1

Agosto, Misiones, Argentina

Valentín dormía y, como todas las noches, las pesadillas lo acechaban. Empezó a transpirar; un sudor frío le recorría la frente. Después vinieron las imágenes y los ruidos; otra vez la misma noche, La Casa de Silvia, las jóvenes semidesnudas, el olor a alcohol, el humo del cigarrillo. Le temblaba el pulso, le ardían los ojos, los estaban esperando... Después llegaban los tiros, la sangre, mucha sangre. El sueño se teñía de rojo...

***

En un hospital ubicado en San Pedro, Misiones, Valentín se recuperaba de un balazo que había recibido en la pierna izquierda. Solo Delfina y Guido sabían de lo ocurrido; nadie podía enterarse, o sus vidas allí, sin poder salir de Misiones, correrían peligro. Habían comenzado con el principio de algo grande; la red que llamaban BAT había perdido varias de las mujeres capturadas. Aunque Bella no estaba allí, muchas de ellas habían sido rescatadas.

***

Ese día, Delfina había tomado fotos del lugar antes de que los tiros empezaran; los había seguido. Estaba detrás de unos árboles lo suficientemente lejos para no ser vista cuando el tiroteo comenzó. Sentía la angustia de no saber qué hacer; su hermano y Guido estaban allí. Se imaginaba que estaban buscando a Bella, pero no sabía de sus planes ni a lo que se enfrentaban. Temblaba mientras buscaba su celular; no tenía señal. No sabía a quién llamar, y entonces escuchó los gritos de una joven. El lugar se incendiaba; había empezado el fuego en una habitación. Delfina corrió y corrió y, antes de que las llamas terminaran con el sitio, encontró una puerta con un candado. Vio que Guido socorría a Valentín mientras los tiros entre varios hombres hacían eco en las paredes; había sangre. Vio un cuerpo, pero no se detuvo; vio un arma junto a sus pies. La tomó y disparó al candado; en el tumulto, los gritos y el fuego la confundieron con una de las jóvenes; tomó el arma con sus dos manos (solo había visto hacer eso en películas). Gritó que se alejaran de allí, y disparó. Las jóvenes comenzaron a salir corriendo, gritando, llorando; algunas, sin aire por el humo, que empezaba a marearlas. Miró a su alrededor: Guido no estaba... Valentín tampoco. Corrió con las mujeres sin soltar el arma; La Casa de Silvia se incendiaba. Algunas de las chicas se iban junto a un hombre que, entre el descontrol, las buscaba y las empujaba hacia dentro de una camioneta, Delfina se ocultó junto a cinco mujeres más; un hombre apareció detrás de ellas y les dijo que lo siguieran. No sabían quién era, pero no tuvieron alternativa. Llegaron a un hospital, donde Valentín era atendido por el cirujano de turno mientras Guido intentaba colaborar desde afuera.

—Llegaron las chicas del prostíbulo de Silvia —informó Amanda, la asistente social del hospital.

—Vamos a revisar que no tengan heridas... —dispuso la enfermera.

—El doctor está operando —advirtió Amanda.

—Yo puedo ayudar —se ofreció Guido, y la enfermera le hizo señas de que la siguiera. El escaso personal y suministros no les daban muchas oportunidades a los que llegaban si la sala estaba siendo usada.

***

Entre las mujeres que esperaban en la sala de guardias del hospital, a Guido le pareció ver a Delfina, pero pensó que era su imaginación por el momento que había pasado. Pero esa voz, su voz, no podía ser de otra. Delfina tenía el rostro negro del humo, la remera rota, y parecía haberse cortado el brazo. Les preguntaba a las chicas cómo estaban, quiénes eran, si habían visto a su hermano; buscaba desencajada una enfermera o un médico que tuviera información sobre Valentín cuando Guido la reconoció.

***

—¿Delfina? —habló mientras se hacía paso entre la gente.

—¡Guido!, ¿estás bien?, ¿Valentín? —indagó efusivamente mientras se tiraba a llorar en sus brazos.

—Delfina, ¿qué haces acá? —preguntó Guido sin soltarla.

—Perdón, los seguí, perdón —se disculpaba mientras lloraba sin consuelo; estaba entendiendo lo que había sucedido.

—¿En qué estabas pensando? No tenés que estar acá; tenés que irte —repetía sin dejar de abrazarla.

—¡Mi hermano! ¿Dónde está Valentín? —cuestionaba mientras buscaba una respuesta en los ojos de Guido.

—Está bien; lo están operando: le dieron un tiro en la pierna.

—¡No, no! —gritó entre sollozos—. Quiero verlo...

—Está en cirugía; no se puede entrar. La bala lo rozó: no es grave. Vamos a la enfermería, así te reviso: esta herida está fea. —Le miró el brazo.

—¿Te hicieron algo?

—No, estoy bien. Te reviso y te vas en un vuelo a Buenos Aires.

—No, yo me quedo. —Y Guido supo que así sería; nada iba a hacer cambiar de opinión a Delfina.

—¿Alguien más sabe que estás acá?

—No, piensan que estoy haciendo una sesión de fotos en Miami.

—Eso es bueno —comentó mientras se ponía alcohol en las manos para asistir a uno de los médicos en la guardia del hospital. El allanamiento al prostíbulo conocido como La Casa de Silvia había dejado muchos heridos.

Delfina lo siguió a la enfermería, donde las mujeres a las que había rescatado esperaban a que el médico las revisara, mientras una joven de anteojos les hacía preguntas y anotaba en una libreta.

—¡Ayyy, me duele! —se quejó mientras Guido la desinfectaba.

—Vas a estar bien —le aseguró después de haberla vendado—. Voy a revisar al resto de las mujeres. —Dudó en preguntar, pero Delfina se adelantó...

—Sí, ya sé, yo ayudé; para algo vine.

—¿Cómo? —preguntó sorprendido.

—Voy a ver a Valentín. —Salió de la sala sin contestar a su pregunta.

—No salgas del hospital —le advirtió mientras llamaba con la mano a una de las jóvenes.

—Después

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos