Nuestro refugio en el universo. Colin (Nuestro 2)

Laura R. S.

Fragmento

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Capítulo 1

¿Y si ya no?

Las palabras salen de su boca de manera automática. Está dando la misma respuesta que da siempre. Años y años contestando preguntas idénticas. A sus amigos y compañeros médicos, a los jefes de los diferentes hospitales en los que ha ido trabajando, a los empresarios con los que ha tenido que establecer relaciones meramente comerciales en las fiestas de la alta sociedad mundial para poder financiar su proyecto e incluso a la prensa, que se ha hecho eco desde siempre tanto de su carrera profesional como de su vida privada...

Está cansado.

Está agobiado.

Está perdido.

—Señor Núñez —le dice el hombre que está sentado en el centro de las tres personas que Colin tiene delante en el despacho de uno de los hospitales más importantes del noroeste de los Estados Unidos (y del mundo), el Johns Hopkins Hospital, cuando termina de hablar—, ha sido una de las presentaciones más brillantes que hemos visto, en los últimos años, de un proyecto de esta envergadura. Llevamos siguiéndole la pista desde que se trasladó a España, hace un par de años.

Colin sonríe, pero en su garganta se aprieta el nudo que aún no consigue deshacer del todo cada vez que alguien le hace referencia a España.

La mujer que está al lado del primer hombre asiente, corroborando las palabras de este, y le devuelve la sonrisa.

—Todos los datos que ha conseguido recopilar en este último año son fascinantes —continúa.

La decisión de volver a Estados Unidos, para poder seguir desarrollando su proyecto, fue un gran acierto. Después del engaño y huida de Celia, del plantón en el altar y de los meses en los que tuvo que reconstruir su vida desde cero, Colin tuvo claro que necesitaba alejarse de todo. Aunque debe admitir que, después de estar tanto tiempo cerca de su familia, el haberse ido tan lejos le ha costado bastante.

—Ha sido un año en el que he aprendido mucho, no solo del proyecto que nos concierne en esta reunión, sino de mí mismo.

Las sonrisas y los asentimientos vuelven a llenar la sala. Malditas frases hechas para complacer a los demás. ¿Había aprendido mucho? Pues claro, pero no como sus interlocutores piensan. No había sido un año de reflexión, estudio, altruismo y desarrollo personal. Había sido uno de los putos años más duros de sus treinta y cuatro años de vida.

Ha aprendido a sobrevivir con un dolor que no es visible ni se puede curar con ningún medicamento que él mismo pueda recetarse. Colin se había roto en pedazos y había conocido su lado más oscuro antes de empezar a pensar en usar un pegamento que lo pudiera reconstruir todo.

Después de varios minutos de más alabanzas vacías, Colin y los tres altos directivos del Johns Hopkins Hospital salen del despacho y se dirigen a la calle, en la que los espera un coche privado que los conduce a uno de los restaurantes más lujosos y privados de Baltimore.

Colin está acostumbrado a este tipo de eventos: la presentación formal siempre se hace en un despacho, habitualmente dentro del hospital en cuestión, pero los términos y las intenciones reales con respecto al futuro de los proyectos de grandes envergaduras y con financiaciones que manejan cifras con más de seis ceros se realizan siempre teniendo una copa de vino reserva en la mano y un plato de comida que cuesta más que lo que paga cualquier ciudadano medio, al mes, por alquilar un piso en cualquier ciudad del mundo.

La comida es tranquila y fluida. Las condiciones, tanto económicas como personales, que negocian son claras. Los directivos le aseguran que, si al final se queda con ellos en la Johns Hopkins, va a estar como en familia.

Las últimas cinco reuniones que Colin ha tenido a lo largo y ancho del país han sido casi idénticas. Los hospitales más famosos y prestigiosos le han ofrecido de todo para poder tener entre sus filas a uno de los cardiólogos y cirujanos cardiotorácicos más jóvenes e importantes del mundo y su innovador proyecto, que cambiará el mundo de la medicina.

Todos quieren ser como una familia para él y le pintan su posible futuro lleno de purpurina y arcoíris; pero Colin sabe que, por muy bonito que pueda parecer en un primer momento, acaba pegándose a todo y es tan difícil de limpiar que, incluso después de mucho tiempo, te encuentras algún resto que te recuerda lo efímero que son los primeros impactos.

Después de un par de horas, Colin y los directivos vuelven a subirse al coche y regresan al hospital. En la puerta de entrada, rodeados de gente, se despiden de él.

—Le mandaremos todo lo acordado por escrito. Queda en sus manos, señor Núñez. Esperamos tenerlo pronto entre nosotros.

Colin asiente y se despide de todos ellos con extremada cortesía.

Cuando corrobora que se ha quedado solo, saca de uno de los bolsillos de la chaqueta del traje de firma que lleva puesto las gafas de sol que le regaló su madre en su último cumpleaños, y se las pone. El filtro de color oscuro lo calma, pues parece que todo lo que tiene a su alrededor no está en el mismo plano de realidad que él. Sus gafas de sol son como un escudo protector que lo hace sentir seguro.

Camina un par de manzanas hasta llegar al lugar en el que ha aparcado el coche de alquiler que tiene desde que llegó a Baltimore, hace un par de días, para hacer la entrevista.

No tarda mucho en llegar al hotel en el que tiene reserva. Es pequeño. Normal. Nada lujoso. No es un lugar en el que un Núñez Smith se alojaría, pero Colin está harto de hacer lo que todos —incluido él mismo— esperan.

La habitación es sencilla: una cama de matrimonio con un edredón gris claro y unas sábanas blancas de algodón, la mesita con el primer cajón con cerrojo para guardar las pertenencias importantes, y una silla cerca de la puerta que da a una pequeña terraza, por no hablar del televisor colgado en la pared y de un baño igual de sencillo que la habitación.

Lo primero que Colin hace al entrar es quitarse el traje y guardarlo con mucho cuidado en la maleta. Después de darse una ducha rápida, se tumba en la cama y coge su teléfono.

—¿Lo de la diferencia horaria no es algo relevante para ti? —le pregunta su hermana Kailee al descolgar después de un par de tonos.

—No me jodas, canija. Te conozco. Sigues trabajando, aunque deberías ya estar en tu casa. No me hables de horarios.

Su hermana suelta una carcajada respondiendo a la pregunta de Colin. Efectivamente, sigue en la oficina.

—¿Cómo ha ido la entrevista?

—Como todas. Promesas vacías, cifras desorbitadas y mucha falsedad.

El suspiro que escucha Colin a través del teléfono lo hace sonreír.

—Es lo que siempre habías querido, hermanito: hacer algo grande y que tu nombre esté en los libros de medicina. Y para conseguirlo tienes que pasar por todo eso.

Colin cierra los ojos y se queda callado durante un par de segundos antes de responder.

—¿Y si ya no?

A través de la línea, se escucha un nuevo suspiro de Kailee, pero no es igual que el anterior. Esta vez está cargado de preocupación.

—Pues no pasa nada.

—¿Estás segura, canija?

—Claro que estoy segura.

Colin cambia de tema y le hace un par de preguntas sobre la empresa y sobre Alejandro. Kailee, a

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