Vecinos

Danielle Steel

Fragmento

Capítulo 1

1

Dentro de la impresionante mansión de piedra hacía calor incluso en el sótano, donde Debbie Speck se afanaba en la amplia y eficiente cocina guardando la compra que su marido, Jack, acababa de traer. El hombre sudaba copiosamente. Tenía algo más de cuarenta años, y un poco de sobrepeso. El pelo oscuro le empezaba a clarear y siempre olía a la loción para el afeitado con la que trataba de disimular el olor al whisky barato que bebía por las noches y que guardaba en su habitación. Al día siguiente, cuando hacía algún esfuerzo, exudaba el alcohol por los poros. Debbie solía unírsele para tomar una copa o dos. Ella prefería el gin-tonic o el vodka, que mantenía frío en la nevera del apartamento del sótano, al que su señora, Meredith White, nunca bajaba. Respetaba su privacidad, algo que les parecía perfecto a los dos. Debbie también era un tanto corpulenta y se teñía ella misma de rubio.

Jack y Debbie llevaban quince años trabajando como interinos cuidando de la casa de Meredith White, célebre estrella de cine que había escogido una vida de reclusión. Cuando les contrató todavía estaba en activo, rodando una película tras otra, a menudo fuera de la ciudad, y su marido, el actor y productor Scott Price, hacía lo mismo. En ocasiones pasaban meses separados trabajando en rodajes distintos.

Era el empleo ideal para Jack y Debbie: una inmensa y lujosa mansión cuyos señores estaban fuera casi todo el tiempo y, cuando se encontraban en casa, siempre se hallaban muy ocupados. No tenían tiempo para controlarlos estrechamente y confiaban en ellos. Cuando entraron a trabajar eran jóvenes, apenas tenían veintinueve años, pero ya conocían las ventajas y los beneficios ocultos que conllevaba ese tipo de empleo. Era como recoger fruta madura de los árboles. Las tiendas en las que compraban o los trabajadores a los que contrataban les ofrecían sustanciosas comisiones o les proporcionaban servicios que a ellos les salían gratis pero que sus jefes pagaban sin saberlo, ya que los proveedores poco honrados inflaban las facturas de manera considerable. Y había mucha gente que se apuntaba al juego. A los pocos meses, ya habían establecido toda una red de fructíferas relaciones comerciales. Era una práctica habitual, y ellos no tenían ningún reparo en aprovecharse de sus señores. Ya lo habían hecho antes. Seleccionaban a la gente para la que trabajaban en función de lo ocupados, distraídos o ausentes que estaban.

Cuando les contrató, Meredith era una de las actrices mejor pagadas de la industria del cine y fue muy generosa con ellos. Al principio, de vez en cuando hacían de chófer para su hijo Justin, de trece años, pero siempre había tutores para supervisarlo, y también un joven universitario que se alojaba en la mansión y lo llevaba a la escuela cuando ambos padres se encontraban fuera rodando. Pero cuando estaban en casa, se encargaban de hacerlo ellos mismos. Tenían también una hija, Kendall, que a los dieciocho años se había marchado a la universidad en Nueva York y ya no había vuelto a vivir en San Francisco. Cuando Jack y Debbie entraron a trabajar, Kendall tenía ya veinticinco años, se había casado y era madre de una niña, Julia, y solo regresaba por Navidad. Y Meredith y Scott estaban tan atareados con sus carreras que casi nunca disponían de tiempo libre y no podían ir a verlas tanto como querrían.

Era el trabajo ideal para Jack y Debbie. Tenían su propio apartamento dentro de la residencia, que contaba con una entrada independiente y estaba amueblado con muy buen gusto. La mansión, la más grande de todo San Francisco, se encontraba en Pacific Heights, el mejor barrio residencial de la ciudad. Trabajar para dos grandes estrellas de cine no solo les confería prestigio, sino que también resultaba muy provechoso para ambos. Meredith y Scott se habían trasladado cuando Justin nació y Kendall tenía ya doce años. No querían criar a otro hijo en Los Ángeles, les había explicado Meredith. San Francisco era una ciudad más pequeña y conservadora, con un ambiente más saludable, excelentes escuelas para los niños y buen tiempo todo el año. El terreno en el que se alzaba la mansión les proporcionaba el espacio y la privacidad que necesitaban, sobre todo gracias al altísimo seto que mandaron plantar cuando se mudaron.

Con el tiempo, Debbie y Jack habían sacado grandes beneficios de las ventajas que conllevaba su empleo. Después de muchos años de comisiones bajo mano, habían logrado un importante colchón económico. También se habían hecho con algunos tesoros procedentes de la casa principal, en especial dos pequeñas pinturas francesas muy valiosas que desde hacía más de una década estaban colgadas en su dormitorio. Meredith nunca había reparado en su desaparición. A Debbie le gustaban tanto que había decidido «reubicarlas» en sus aposentos. Meredith tenía además una cuenta bancaria destinada al pago de los gastos de la casa. Unos años antes, Debbie se había ofrecido a encargarse del pago de esas facturas para aliviarla de ese tedio. Y de vez en cuando desviaba pequeñas cantidades a su propia cuenta, tan exiguas que ni siquiera el contable de Meredith las había cuestionado. Debbie y Jack eran unos ladrones muy astutos.

Pero también sabían que debían permanecer muy atentos a las necesidades de sus señores, y catorce años atrás se mostraron de lo más compasivos y afectuosos cuando la vida de Meredith se derrumbó por completo. Solo un año después de que entraran a trabajar en la casa, el mundo dorado de la actriz se desmoronó de repente, dejando solamente cenizas a sus pies. Y eso hizo que Meredith se volviera todavía menos cautelosa con las cuentas y pudieran engañarla con mayor facilidad.

Catorce años antes, Scott mantuvo un romance muy sonado con una joven actriz italiana con la que había rodado una película. Ella tenía veintisiete años, y él, a sus cincuenta y cinco, le doblaba con creces la edad. Cuando Jack y Debbie entraron a trabajar en la casa, el matrimonio parecía muy sólido y estable, algo poco habitual en el mundo del espectáculo. Por lo que observaron, estaban enamorados y sentían devoción por sus hijos. Pero entonces Scott se marchó a rodar a Bangkok y, cuando volvió, el matrimonio ya estaba hecho pedazos. En cuanto llegó a casa, dejó a Meredith por Silvana Rossi y se fue a vivir con ella a Nueva York.

Meredith se sintió profundamente herida por la traición, pero mantuvo el tipo ante sus hijos. A los encargados de la casa les sorprendió que nunca hablara mal a Justin de su padre, pero Debbie la encontró más de una vez llorando a solas en su habitación y la consoló abrazándola con cariño.

Humillada por las noticias sobre la nueva pareja que aparecían en los tabloides, Meredith cortó de raíz todo tipo de vida social. Apenas salía de casa y centró toda su atención en Justin. Lo llevaba a la escuela y a los entrenamientos, pasaba tiempo con él y cenaban juntos todas las noches. Debbie la oyó rechazar una película que le habían ofrecido. Meredith quería quedarse en casa con su hijo hasta que amainara la tormenta pr

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos