Príncipe, no soy tu Cenicienta (Trilogía No soy 2)

Girl-Chick

Fragmento

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1. Princesita

Ser hija única tiene sus ventajas, porque indica que siempre serás el centro de la atención de tus padres. Y, si estos tienen mucho dinero, la cosa mejora porque estarán dispuestos a cumplir todos tus caprichos y exigencias.

Mi vida es así. Mi padre es un hombre rico que daría hasta lo que no tiene por mí —o eso pienso—, ya que nunca me niega un capricho. Siempre está dispuesto a complacerme, y no puedo quejarme. Nada me falta, ni antes ni ahora. Debería decir que tengo lo que siempre he deseado; sin embargo, a veces tener en demasía no significa que no te falte algo cuando solo posees lo material disponible, y entonces pasa que no tienes aquellas cosas que son intangibles, que no se pueden tocar, como el amor, la amistad, la confianza, entre muchas otras más, y eso es certeza suficiente para darte cuenta de que no lo tienes todo.

Tengo una vida feliz y llena de lujos. Tampoco lo puedo negar, pero son solo lujos. Mis padres me quieren y es, hasta cierto punto, innegable, pero ahora sé que no lo hacen lo suficiente. Pensaba que sí, y es no. No, cuando ellos son los que tienen que elegir por mí. Entonces, medito y termino concluyendo que he errado en muchos de mis pensamientos y, en especial, en que ser una niña consentida me convierte más bien en un objeto para la venta que en una hija de verdad.

Qué dilema y, por cierto, soy Juliette Laserre, la hija consentida de un millonario, que lo tiene todo, pero, desde hace unos meses, vengo pensando que al final no tengo nada, porque, simplemente, no me dejan decidir.

—¿Julie? —Es mi nana Cécile quien me llama mientras peina mi cabello y yo navego en un mar de pensamientos deprimentes.

Vuelvo mi mirada al espejo del tocador y solo veo el reflejo de una triste chica que lo tiene todo; y, a la vez, nada.

Lanzo un suspiro frustrado.

Lo cierto es que no me disgustaba la idea de estar, hace unos meses, comprometida con Vincent Oliviers. Nunca me disgustó la idea porque nos llevábamos bien y, en medio de todo, él siempre fue sincero conmigo sobre lo loco que era que nos comprometieran o trataran de arreglar nuestro matrimonio como parte de una alianza comercial, bastante útil para nuestros padres.

Vince consiguió liberarse de ese trato a su manera y quizás mis padres piensen que fue una ofensa contra mí que me dejara de lado por otra chica, y no es así. Fui feliz cuando me dijo como en una confesión de buenos amigos que estaba enamorado por primera vez y que estaba loco por una mujer que había puesto su mundo de cabeza.

¿Me puse triste por eso?

No, lo festejé con él porque sé lo difícil que es encontrar esa persona indicada para nosotros. Sobre todo, cuando te caen como moscas. En mi caso creen que pueden rescatarme como a una princesita en apuros, y estoy muy lejos de ello.

Largo un nuevo suspiro.

—Nana, papá está loco, ¿verdad? —menciono y ella ríe un poco.

—Que no te escuche decirlo, Julie.

Sus amables palabras me hacen resoplar. Nana ha estado conmigo desde que nací y creo que ha sido más mi madre que la mía propia. La respeto mucho y le tengo un cariño fraternal muy especial; sin embargo, sé que, aunque esté en desacuerdo con las decisiones de mi padre, ella no dirá nada diferente y que no se escuche conciliador. Es muy respetuosa de ello.

—Por supuesto que lo está. Él no puede obligarme a otro compromiso, y menos con el odioso estirado de Antoine Dumont. Odio a ese engreído —expongo mis razones y ella ríe bajo. Bastante sutil.

Me ha escuchado decir tantas niñerías que quizás ahora no sepa diferenciarlas. Y es solo que antes no me vi en este obligado aprieto. Antoine puede ser un hombre bonito, elegante e idóneo para lo que deseen, menos para mí. No cuando esta vez no estoy dispuesta a aceptar que me obliguen de nuevo. No concibo de ninguna manera la idea de casarme con el engreído de Dumont.

—Ya está —anuncia dando por terminado el arreglo de mi cabello.

—No quiero ir, nana.

Ella me hace dar la vuelta en el banco giratorio del tocador y coloca sus manos en mis mejillas, suaves en sus palmas, pero rugosas por la edad, que es igual al tiempo que ha estado a mi lado.

—No puedo decir que el señor Dumont sea una mala persona y si tus padres han consentido que te cases con él debe ser porque han visto muchas más cualidades en él que tú.

—¡Nana! —replico y ella me chista con un suave silbido.

Siempre mirándole lo positivo a las cosas y, en este caso, a Antoine Dumont.

—Estoy segura de que cuando le conozcas mejor, pensarás lo contrario.

¿Conocerle mejor?

—No hay manera de que haga eso. —Me opongo a lo que dice, siempre buscando el lado bueno de las cosas.

Y no hay manera de que lo entienda. No siento ningún interés romántico ni de ninguna clase por él. Jamás pasará eso. Dumont, aparte de bonito, elegante y refinado, es un amargado.

La puerta de mi dormitorio se abre y mi madre, Bernadette Laserre, entra demostrando sus ínfulas. Pongo mis ojos en blanco. Nana se hace a un lado.

—Juliette —Mamá habla, me giro para mirarla—, cariño, ¿por qué te demoras tanto? Antoine y sus padres están por llegar y debemos estar todos para recibirlos —añade y se acerca a donde estoy.

Mira a nana de mala gana. Últimamente lo hace, ya tengo veintiuno y hace rato que quiere despedirla, y no la dejaré hacerlo.

—Disculpe, señora. La señorita ya estaba lista para bajar —Nana habla y la veo nerviosa.

—Retírate, ve a ocuparte de tus cosas, y de ahora en adelante yo me ocupo de mi hija —mi madre dice con un tono bastante egoísta con nana, que no le queda más remedio que salir de mi habitación, luego se dirige a mí—: Compórtate, Juliette, ya no eres una niña.

—¿Por eso me van a obligar a casarme ahora con Dumont?

—Antoine es un buen hombre, cielo.

—Pero no me gusta. —Antepongo mi deseo.

«No me gusta», me repito mentalmente y luego a mi cabeza viene un recuerdo de la persona que si... me gusta. Pensar en él es un despropósito por cómo está ligado a la situación de Vince, pero lo preferiría mil veces a Dumont.

—Cariño, no vamos a discutir eso, no cuando Antoine está arreglando el desastre que hizo Vincent.

—Mamá, yo debería ser la ofendida y no lo estoy. Lo que estoy es feliz de que él se haya casado con la persona que ama, enfrentándose a todo y a todos.

—Haciendo quedar mal a sus padres. Buena manera de defender su amorío con esa mujer, que ni siquiera es mejor que tú.

—Alexandra es una buena persona —menciono y ella resopla espantada.

—Claro, tanto la consideras así que hasta fuiste a su boda y la llevaste a tu estilista —Mamá me reclama y yo exhalo hondo—. Más te vale que bajes a la sala, y ya ve haciéndote a la idea de que Antoine es lo mejor que te puede pasar. —Ella, prácticamente, me sentencia y se marcha de mi habitación.

Me vuelvo hacia mi tocador y llevo las manos a mi cara, pensando «¿cómo puedo realmente tenerlo todo si no puedo elegir?», y luego me levanto sacudiendo la falda de mi vestido de gasa rosado, largo hasta debajo de mis rodillas.

Lo escogió mamá, según ella, para i

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