No puedo creer que no me quieras

Nunila de Mendoza

Fragmento

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El amor solo espera a quien sabe buscar

Algunos años atrás…

—¡Vieja bruja! ¿Viste cómo nos miró? —Marita hablaba susurrando al oído de un rollizo bebé que llevaba en brazos, mientras subía las escaleras hacia el cuarto de su amiga—. ¡Ah! Que le haces caso. ¿Hemos venido por ella? Estamos aquí por Vir. Me muero por verla. ¿Te parece romántico casarse solo por civil? —Le arrugó la nariz, y su hijito sonrió, se detuvo delante de la puerta del cuarto y tocó con fuerza—. Nunca imaginé que se casaría con otro que no fuera… —No terminó la frase porque, en ese instante, una hermosa muchacha vestida de blanco abrió la puerta.

—¿Qué tal? —preguntó, sonriendo, la joven e hizo un movimiento muy gracioso para lucir el vestido.

—¡Ah! —gritó Marita, y el gordito se asustó—. ¡Vir, estás preciosa! No te besamos porque vayamos a despeinarte. ¡Dios mío!, pareces un ángel.

—Gracias, gracias. Lo sé. Pero gracias. Entren. —Vir tomó la mano de su ahijado y le dio un beso—. ¿Por qué no caminas?, así me llevarías la cola. —Después de una pausa y muchos besos al bebé, preguntó—: ¿Y? ¿Qué sabes de la gente del barrio? ¿Irán?

—Bueno, Vir —respondió Marita apenada—, la verdad, no todos, les apantalló un poco el lugar en San Isidro, el hotel y toda la vaina. Pero las chicas de la Promo, casi todas.

—¡Qué bueno! —exclamó Vir—. ¿Y? ¿Viste al novio en la despedida?, ¿te pareció guapo?

—Está guapo, no tanto como… —no terminó la frase porque, aunque no tenía sentido, él bebé le dio un manazo en la cara y no dejó que terminara de decir tamaña estupidez…

—Hablé con Marielena —dijo Virna disimulando el incidente—. Me esperará en el aeropuerto mañana.

—¿Cómo está la Loca? —Desvió la conversación a un tema más seguro y, mientras su buena amiga la ayudaba en darle los últimos retoques, le contaba de su amiga Marielena y lo feliz que estaba de recibirla en EE. UU., sus planes de continuar sus estudios superiores en esa ciudad y cómo Iván, su novio, se había encargado de todos los papeleos.

—Viviremos en la misma ciudad de la loca —decía Vir—, nos vamos esta misma noche, nos quedamos en la fiesta hasta las dos y de ahí directo al aeropuerto. Mira, ahí están mis maletas.

—¿Y tu luna de miel? —preguntó Marita dando suspiros dramáticos tan comunes en ella

—Será para después —respondió Vir mientras jugaba a comerse la mano de su ahijado—. Es que Iván tiene que presentarse en la universidad el lunes en la mañana. Así que…

—¿Pero es seguro, Vir? ¿Sí seguirás tu carrera? No vaya a ser que te engañe y termines de ama de casa, o de camarera en restaurantes gringos…

—Iván se encargará de todos los trámites —la interrumpió Vir, sonriendo por la preocupación de su amiga—. Es seguro, continuaré mis estudios allá. Como lo hizo él.

—Van a ser millonarios —dijo con una sonrisa sincera—. Dicen que los dentistas ganan muy bien en los EE. UU. Tu mamá debe de estar feliz.

Como nombrada por un conjuro, en ese mismo instante, apareció la mamá de Vir. Entró a la habitación muy agitada, nerviosa, y dio una mirada a su hija de pies a cabeza revisando si todo estaba bien, porque, para ella, todo tenía que estar más que bien, todo tenía que ser perfecto.

—Bien, llegó la hora —anunció la señora Olga mientras le acomodaba el tocado a su hija—. Esperamos a tu papá y nos vamos. Ustedes vayan por delante —agregó levantando la barbilla y dirigiéndose a Marita solo con el rabillo del ojo, quien, entendiendo el mensaje, se despidió con un ligero e inaudible murmullo y desapareció rapidísimo.

—¿Puedes ser un poco más gentil?, es mi amiga —preguntó Vir cuando su amiga salió del cuarto.

—¡Por favor! —dijo la señora mientras miraba el escote del vestido de su hija—. Súbelo un poco. No me hagas hablar. ¿Cómo pudiste hacer esto? Tu tía Rita llamó diciendo que todo Abtao está en la puerta de la municipalidad haciendo escándalo y en qué fachas. ¿Qué dirá la familia de Iván? ¿Pensarán que son de nuestra familia? —La madre hablaba viéndose en el espejo detrás de su hija a la vez que retocaba su peinado e intentaba subir el escote de Vir.

—Me importa un cuerno lo que piensen —respondió Vir quitándole las manos de su busto—. Son mis amigos. ¿Cómo no los iba a invitar?

—Tanto que nos costó salir de ese barrio horroroso y tú los metes el día más importante de nuestras vidas. Una cosa era invitar a las amigas del colegio. ¿Pero los otros? ¡Qué horror! ¡Hasta el que vende picarones en la esquina! ¿Qué pensará la familia de…?

—Mamá… —la interrumpió Vir—. Aunque no lo creas, también es mi matrimonio. Tengo el derecho de invitar a quien yo quiera.

—Todo el sacrificio que hemos hecho por casarte de esta manera, tanto gasto, buscando que todo, hasta el mínimo detalle, fuera lo más caro, lo más elegante. Los salones, la orquesta, todo. Ya sabes que nos hemos endeudado por casi dos años, y tú no lo valoras y te atreves a invitar a esa gente.

—¡Basta, mamá! —exclamó Vir dándose la vuelta para mirarse en el espejo—. Y te lo repito una vez más. Yo no quería tanta payasada. Te lo dije, algo sencillo entre los más cercanos. A ti es a quien se le ocurrió hacer todo este show: hotel, orquesta, limosina, etc. Todo por impresionar a los padres de Iván.

—¿Y que querías? ¿Que pensaran que eres una pobretona, que tus padres no te pueden costear un matrimonio decente?

—Entonces no me lo saques en cara a cada rato.

—¡Ah! —gruñó la doña que, cuando estaba molesta, dirigía las baterías al esposo—. ¿Dónde está tu papá? Ese es otro, le he tenido que sacar del saco ese licor asqueroso con el que quería invitar a la familia de Iván. Ustedes dos nunca ponen de su parte para que las cosas salgan bien, siempre debo ser yo la que esté pendiente de todo, la que… —En esa parte, Vir ya no la escuchaba, por la ventana de su habitación miraba hacia la calle dando un suspiro de cansancio.

Vir, o, mejor dicho, Virna Zavala Duarte, se casaba ese día con un muchacho que había sido su novio por dos años. En realidad, seis meses viéndose y un año y siete meses por correspondencia. Lo conoció cuando ella recién había ingresado a la Facultad de Odontología de una reconocida universidad limeña. El muchacho ya había terminado la carrera e iba a la facultad por papeles que necesitaba para convalidar la profesión en los Estados Unidos, donde vivían sus padres, residentes americanos desde hacía muchos años. En una de esas idas, conoció a Vir y quedó tan enamorado, como si le hubieran hecho un amarre, cosa que, ciertamente, creía la madre de él. Al poco tiempo se hicieron pareja. Un año después, le propuso matrimonio e hicieron los planes de que ella terminara la carrera allá y vivieran felices para siempre en gringolandia.

Así que el día de la boda había llegado. Una novia muy serena bajó del auto y entró al municipio del brazo de su padre. Su madre, detrás, veía en ese momento la culminación de su más anhelado sueño: estaba casando a su única hija con el príncipe azul: profesional, apuesto, rico, de buena familia, casi extranjero. Que si ella, después de luchar consta

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