Nuestro momento

Mina Vera

Fragmento

nuestro_momento-4

Capítulo 1

Las célebres notas centrales de Smoke on the water de los Deep Purple sonaron amortiguadas desde algún rincón de la bolsa de deporte de Juan. Su móvil estaba sepultado bajo toallas y dentro del bolsillo de un pantalón anegado de agua y barro que casi había tenido que arrancar de sus piernas. Aquella melodía indicaba que quien le llamaba era su cuñado, fan del mítico grupo y bajista del suyo propio. O al menos esto último lo había sido antes de que el mundo se les cayera encima a ambos. Dejó a medio atar su segunda bota y se apresuró a encontrar el aparato con manos impacientes.

Tras revolver todo el contenido de su bolsa y acabar optando por darle la vuelta y vaciarla en el suelo, logró hacerse con el teléfono y descolgar en el último tono.

—¡Sí! ¡Álex! —le gritó, haciendo eco en el solitario vestuario masculino.

—Hola, tío. Ya pensaba que no me ibas a coger.

—¿Dónde estás? ¿Alguna novedad?

—Sí, Juan. Puede que...

—¿Qué? ¡Álex! —Juan miró la pantalla pensando que el problema sería la cobertura, pero el logotipo de la marca del aparato parpadeó un instante antes de que la imagen se fundiera a negro—. ¡Mierda! ¡Puta batería!

Rebuscó sin éxito el cargador entre sus pertenencias a la vez que de reojo iba buscando algún enchufe por las paredes. Ni lo uno ni lo otro quisieron mostrarse ante sus ojos, por lo que empaquetó de cualquier manera todo lo que había tirado por el suelo y salió como una bala hacia su furgoneta. En la guantera llevaba un cargador que podía enchufar al mechero del vehículo.

Aunque no había aparcado muy lejos del polideportivo donde se aseaba cada día tras su jornada de trabajo, la corta carrera unida a la lluvia torrencial, a su ansiedad y al cordón desatado de su bota le hicieron caer de bruces a medio camino, golpeándose en la barbilla y en un codo poco antes de que la mochila le cayera en la cabeza.

—¡Joder! ¡Pero qué coño pasa hoy!

Vociferando improperios, entró en el vehículo, lanzó la bolsa en el asiento del copiloto y sacó el cargador de mala gana. Cuando introdujo la llave en el contacto y la giró, el motor sonó como un perro estrangulado y la boca se le llenó de palabras tan feas que le quemaron hasta la lengua.

Tras casi diez intentos se dio por vencido. Las máquinas se habían aliado ese día en su contra, pensó, recordando cómo la taladradora les había dejado tirados a él y a su equipo esa misma mañana, obligándoles a cambiar los planes de trabajo desde primera hora.

Ahora se arrepentía de haber creído merecer unos minutos de relax y desconexión nadando. Sus chicos se habían duchado y se habían ido a sus casas tras una dura jornada de trabajo bajo la lluvia. Sin embargo, él había preferido estirar los agarrotados músculos y liberar la estresada mente bajo las cloradas aguas de la piscina municipal a la que tenían libre acceso por gentileza de la alcaldesa del pueblo cuyo Centro Cívico estaban ampliando y modernizando.

Suspiró e intentó tranquilizarse para buscar la solución más rápida y eficaz. Su móvil era lo más nuevo que poseía, más por ser necesario para su trabajo que por capricho, por lo que imaginaba que cualquiera tendría un cargador compatible que poder prestarle.

Salió del vehículo y caminó calle abajo —dejando atrás el polideportivo, algo alejado del centro del pueblo y a pocos metros del paseo que bordeaba la pequeña playa que aún no había tenido tiempo de visitar— con el objetivo de entrar en el primer bar o comercio que encontrara y poder pedir ayuda. Un cargador, un teléfono público, lo que fuera, para retomar la conversación con su cuñado antes de que se perdiera en la selva otras dos semanas sin haberle dicho qué era lo que había descubierto. Solo después de hablar con él, llamaría a la grúa. Y por fin podría marcharse a su casa y dormir hasta la mañana siguiente. ¡Maldito día!

—¿Otro chocolate?

Luz apuró su taza a la vez que un relámpago iluminaba todo alrededor, de forma que advirtió que se estaban quedando a oscuras a pesar de ser solo las cinco y media de la tarde. Se levantó para pulsar el interruptor de las fluorescentes, pero una mano la sujetó con firmeza por la muñeca.

—No me cambies de tema ni intentes escaparte, bonita. Esto hay que solucionarlo ya mismo.

La mirada que su cuñada le lanzó advertía que no pensaba zanjar el tema tal como ella deseaba. Olvidarlo y dedicarse al resto de sus clientes, que sí merecían su tiempo y esfuerzo. Se zafó de su agarre, encendió las luces y se sentó de nuevo en la mesa de recepción. Dejó la taza a un lado con un suspiro derrotado.

—Ya he hecho todo lo que estaba en mis manos, Lidia. No voy a decirle la verdad a esa chica y arruinar su boda por una tontería. Si ella ha elegido a un imbécil con el que compartir el resto de su vida, es su problema, no el mío.

—¿Ah, sí? Y por eso la vas a dejar en la estacada a siete meses del evento. La has llamado y le has mentido, Luz, ¡mentido! —gritó, haciendo aspavientos—, diciéndole que no puedes seguir ocupándote de su boda porque te van a operar de una hernia. ¿Cuánto hacía que no decías una mentira?

—Eso da lo mismo. Además es una mentira piadosa. —Aquellos dos ojos negros como la noche seguían atravesándola con mirada acusadora. No podía culparla, pues ella misma le había inculcado desde niña que mentir era algo muy feo. Sin embargo, Lidia ya no era una nena a la que educar. Era toda una mujer que debía entender que entre el negro y el blanco había diferentes tonos de gris—. ¿Qué querías que le dijera? ¿Que el hombre con el que va a casarse intentó besarme mientras le enseñaba el muestrario de alianzas?

—¡Ya te dije que sí hace un mes! —Abrió las manos de forma exagerada y las puso en alto—. Eso es exactamente lo que tienes que hacer.

—No, eso es lo que harías tú. —La señaló con el dedo índice, tocándole la punta de su chata nariz, intentando con aquel cariñoso gesto quitarle hierro a aquella discusión—. Yo no puedo tener eso sobre mi conciencia.

—¿Y dejar que se case con un tío que le va a poner los cuernos a la primera de cambio te parece bien?

—No, claro que no. —Frustrada, se apretó los ojos con ambas manos y se recostó sobre el respaldo del sofá exhalando todo el aire de su interior—. Pero si le digo lo que pasó, no va a creerme. O va a creer que soy yo la que tiene interés en él. Tal vez piense que fui yo la que hizo algo para provocarlo o...

—Eso es estúpido, además de machista y... puf, es que me pongo mala solo de oírte. —Apretó los dientes como un perro rabioso—. Pero como sé que de buena a veces eres tonta, tomé cartas en el asunto.

—¿Qué? —Se incorporó de golpe y varios rizos rubios se escaparon de su coleta baja—. ¿Qué has hecho, Lidia?

Luz miró con cierto horror a su joven cuñada. Ya no era la niña que conoció, no, pero a veces se comportaba de un modo tan infantil e impulsivo que rozaba lo suicida.

—He seguido al tal Lorenzo y le he pillado in fraganti no una, sino dos veces.

—¿Te has vuelto loca? —La voz le salió tan aguda que no la reconoció como suya—. Eso es acoso.

—No, es periodismo de investigación —corrigió con la barbilla bien alta, convencida de que había actuado de forma correcta.

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