Un asesino conquistado (Atracción peligrosa 3)

Alina Covalschi

Fragmento

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Capítulo 1

Chase

Viajaba en el autobús y contaba los árboles para distraerme. Había pocas personas a esas horas; parecía que nadie madrugaba tan temprano. Delante de mí, había un hombre mayor que tenía la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y no paraba de roncar.

Respiré hondo y lo mantuve en mis pulmones. Me preguntaba cómo sería cuando fuera mayor. Me gustaban los niños y quería una familia. Sin embargo, no había encontrado el amor. Estaba convencido de que la mujer ideal aparecería en mi vida de manera casual y espontánea. No tendría que buscarla yo.

Me había quedado a dormir en la casa de una amiga, si se podía llamarla así. Quedaba con ella algunas noches de la semana para disfrutar de un buen sexo. No obstante, ella tenía novio y en tres meses se tenían que casar.

La conocí cuando compraba condones; los dos queríamos coger la misma caja y al final terminamos por compartirla. Las noches que pasábamos juntos eran intensas y pasionales, pero no sentía nada por ella.

Llevaba semanas intentando olvidar cómo Alex me había echado de su casa. Me sentí perdido, ellos eran mi única familia. No obstante, entendía por qué lo había hecho. Yo había cambiado y ellos seguramente pensaron lo peor de mí. Nadie sabía qué hacía en mi tiempo libre ni por qué había cambiado tanto. Cuando regresé de Rusia, intenté hacer vida normal, pero no pude; la culpa y los remordimientos me comieron por dentro.

—Hijo, escúchame —susurró mi madre—. Cuida de tu padre por mí.

—Mamá, deja de decir eso. Te pondrás bien.

—Me queda un mes de vida… tan solo quiero saber que vas a ayudar a tu padre. Él tiene que dejar ese trabajo, él tiene que cuidar de ti ahora.

—Estaremos bien, mamá.

—Prométemelo, hijo. —Cerró los ojos.

—Te lo prometo, mamá. Papá va a dejar este trabajo.

Mi madre murió y mi padre, en vez de cuidarme, se alejó y siguió con su trabajo. La misma labor que tenía yo… el mismo que mi madre intentó quitar de nuestras vidas.

No cumplí con mi obligación y había fallado la promesa que le había hecho a mi madre. Y lo peor de todo era que acabé trabajando en lo mismo. Cada vez que apretaba el gatillo, veía el rostro de mi madre, pero no podía parar; había entrado en un mundo que no tenía salida. Me tenían completamente atado, pero yo tampoco quería salir, era el único mundo que conocía. Cuando el autobús paró delante de mi casa, me bajé y miré a todos lados. Últimamente me sentía vigilado. Cuando volví de México, las cosas se trastornaron. Victoria ya no era mi jefa y Grashim puso toda su confianza en mí. Pasé de ser un amateur a un profesional. Él quería asesinatos limpios y me esforzaba para no fallarle. No obstante, había algo que no terminaba por entender. Alguien intentaba manchar mi reputación y lo hacía matando a los familiares de cada encargo que me daban.

Todos sabían que no mataba niños y mujeres. Pero mis amigos habían escuchado que sí lo hacía y me echaron de sus vidas. No podía desmentir nada porque no sabía cómo hacerlo, todas las pruebas apuntaban a mí.

Abrí la puerta de mi casa y dejé las llaves encima del pequeño mueble que había en el pasillo. El estridente sonido se escuchó en toda la casa y un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. Ese vacío me asustaba porque tenía la sensación de que nada podía llenarlo. Pensé en comprarme un perro, pero moriría de tristeza al verse tan solo todos los días en la casa. Yo viajaba mucho y dormía en hoteles. Mi casa dejó de ser un hogar cuando murieron mis padres.

Escuché pisadas de tacones fuera de la casa y luego un golpe secó en la puerta. Saqué la pistola y me acerqué despacio para mirar por la mirilla.

—Sé que estás dentro —dijo una voz de mujer—. Te vi entrar hace unos minutos.

Escondí la pistola debajo de mi camiseta y abrí la puerta.

La mujer se dio la vuelta y cuando vi su rostro, me quedé helado hasta los huesos. Tragué saliva y saqué la pistola de inmediato.

Ella retrocedió y tropezó con el felpudo. Estiré una mano, la agarré por la cintura y la atraje hacia mí. Su cuerpo chocó contra el mío y su perfume me hizo cosquillas en la punta de la nariz.

Coloqué la pistola en su cuello y apreté con fuerza.

—No sé cómo es posible esto, pero si no te vas ahora mismo, juro que dispararé…, Ánika.

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Capítulo 2

Los ojos azules de la mujer se abrieron de golpe. Se volvió bruscamente hacia mí e intentó soltarse.

—Me haces daño, suéltame —murmuró ella—. No soy… yo no soy Ánika.

Mis dedos estaban clavados en su cintura. No me di cuenta de que estaba apretando con tanta fuerza. La solté de inmediato, pero no bajé la pistola.

—Entonces, ¿quién eres? —pregunté, y estiré una mano para desvelar su hombro derecho.

—¿Qué haces? —Golpeó mi mano.

—Solo comprobando una cosa… No tienes ninguna cicatriz.

—¿Por qué debería tener? —Cubrió su hombro deprisa.

La miré con frialdad, no me importaba mostrar sin rodeos mi antipatía. Analicé con atención las características de su rostro intentando mantener la calma. Aquella cara me mantuvo despierto durante noches, pero algo sabía con certeza: Ánika había muerto. Y, en ese momento, verla delante de mí hizo que ya no estuviera tan seguro.

Quería reprocharle todas las cosas que hizo, pero no podía reaccionar; era como si alguien hubiese cubierto mi boca y no me dejara hablar.

El pasado volvió y se presentó delante de mi casa con descaro.

—Deja de mirarme así, me siento incómoda.

Ella sacó una foto de su bolso y la miró durante unos segundos.

—¿Quién mierda eres? —vociferé; había perdido la paciencia—. ¿Qué cojones haces aquí? ¿Cómo te atreves?

El color desapareció por completo de su rostro; parecía realmente afectada por mis palabras.

Sentí el atisbo de un ramalazo de culpa, pero recordé quién era y que no se merecía mi simpatía.

—Yo… necesito tu ayuda —dijo con voz trémula y se acercó.

—¡No me jodas! —grité, no conteniendo mi creciente hostilidad—. No te quiero volver a ver, mataste a mi padre.

—No soy ella. —Estiró la mano y me dio la foto.

La tomé y me pasé la otra mano por el pelo con inquietud. Se hizo un tenso y largo silencio. En la foto, había dos niñas rubias que sonreían de oreja a oreja. No sabía qué significaba aquello o quiénes eran esas dos pequeñas criaturas; sin embargo, mi mente no dejaba de hacer preguntas.

¿Ánika tenía una hermana? ¿Por qué nunca la había mencionado?

Ella se acercó y retrocedí hasta que mi espalda chocó contra la pared. Cuando levanté la vista, ella me estaba observando con los ojos entornados.

—Esta soy yo. —Colocó un dedo encima de la foto—. Y esta es mi hermana, Ánika. —Deslizó un poco el dedo.

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