Mi corazón irlandés

Francine J.C.

Fragmento

mi_corazon_irlandes-2

Capítulo 1

LA HUIDA

Dentro del centro comercial, las luces de los escaparates y fluorescentes del techo le molestan, aun llevando las gafas de sol. Se siente mareada por culpa del tumulto de gente a su alrededor y no tiene más remedio que aferrarse al brazo de la persona que detesta con todas sus fuerzas, ya que, sin duda alguna, si se suelta, podría precipitarse contra el suelo. Además, si lo intenta, probablemente él se lo impediría. Procura no pensar demasiado y deja que la guíe entre las tiendas. Quiere comprarse otra camisa y necesita que alguien lo acompañe para que le digan lo guapo que está con ella puesta. Ella sabe que será motivo de discusión si le dice que algo no le sienta bien. Por otro lado, si él se percata de que lo engaña, aún será peor. El mal rato, lo mire por donde lo mire, no se lo quita nadie.

—Elena, ¿qué te parece esta? —Señala hacia el maniquí.

—Ya sabes que los tonos azules te quedan bien —responde ella midiendo sus palabras.

—¿Eso crees? —Sus ojos azul claro la miran con frialdad—. ¿Cualquier cosa? ¿Si me pusiera un saco de ese color también te gustaría? —suelta con retintín.

—Eres un hombre muy guapo y tu mirada es sin duda algo impactante. Si te pones prendas de esa misma tonalidad, haces que aumente tu atractivo.

Suspira aliviada al ver que sus palabras lo han convencido, y entran en el establecimiento. La dependienta se les acerca y él le indica lo que quiere. Poco después, la joven vuelve con lo solicitado y un par de camisas más del mismo estilo, que descarta de inmediato. Ninguna mujer puede decirle lo que le gusta o debe ponerse. Lo guía hacia el probador y aletea sus pestañas, excesivamente maquilladas, en un burdo intento de seducirlo. Es un hombre guapo, elegante, que no pasa desapercibido entre las féminas. Todo un galán que, con su exquisita educación y sus aduladoras palabras, consigue a cualquier chica que se proponga, al precio que sea. Ella no puede más que mirar con pena a la empleada porque no tiene ni la más remota idea del ser despreciable que se encuentra debajo de esa fachada de hombre perfecto. Mientras se está poniendo la camisa, Elena espera cerca. Sabe que en cualquier momento la va a llamar.

—¿Cariño? —Abre la puerta y sale del pequeño cubículo—. No me sienta nada bien. —Mira a su novia con furia.

Comienza a temblar; la talla no es la que le corresponde. Si le dice que simplemente le queda pequeña, este la acusará de llamarlo gordo. Tiene una gran obsesión por mantener el peso ideal y no hay forma de hacerle entender que el tallaje cambia dependiendo de la marca. No soporta a las personas obesas, ni siquiera que les sobren unos kilos. A ella, en los dos últimos años, le ha hecho perder peso aun estando equilibrada.

—Adrián, la camisa es preciosa, pero talla muy pequeña. Quizá deberías probar con la siguiente. —No le queda otra alternativa que decir la verdad. Si dejara que se comprara una prenda pequeña y después alguien se lo comentara, estaría perdida.

—Seguro… —suelta con frialdad—. ¡Señorita!, puede traer la siguiente talla. —La dependienta sale disparada en busca de lo demandado y se lo entrega, sonriente—. Gracias. Por favor, ¿podría buscar algunas otras? Es que ahora el tono no me convence, pero esta me la probaré igualmente.

—Por supuesto, señor. No tardaré mucho.

—Tómese su tiempo, tráigame por lo menos cinco o seis.

—Como guste. —Le echa una caída de pestañas antes de ponerse a buscar.

—Cariño, entra conmigo al probador —le susurra al oído.

—No creo que sea muy correcto que entre ahí mientras tú te desvistes. —Desconfía de él. Algo malo quiere hacerle.

—Entra ahora mismo —sisea entre dientes.

En cuanto la tiene donde quiere, le agarra el brazo con tal intensidad que la pobre chica piensa que esta vez no se va a librar de un hueso roto. No puede gritar. Ha aprendido que no debe hacerlo, solo empeoraría las cosas. Adrián es fuerte y la domina física y mentalmente. La doblega a su antojo. Aun siendo una chica inteligente y con estudios, al contrario de lo que se suele pensar en estos casos, ha conseguido manipular a Elena poco a poco hasta convertirla en su títere. Ha logrado hacer de ella un ser dependiente, sin amigos, sin trabajo, lejos de su familia y dominada por el miedo. Ni siquiera ella entiende cómo ha podido pasar.

—Lo siento, lo siento, no volverá a ocurrir —suplica para que la suelte.

—¿Cómo te atreves a insinuar que estoy más gordo? ¿Tú te has visto? —La obliga a girarse y le pega la cara al espejo—. ¡Mira que cara más rechoncha tienes! ¡Toda tú eres tetas y culo! No vales nada. Tienes suerte de que yo te soporte. Yo puedo tener a la mujer que quiera. ¡Mírame!

—Si no te gusto, déjame volver con mi familia… —No puede seguir hablando. Le ha cruzado la cara de una bofetada y las gafas han volado por los aires. El golpe ha sido tremendo y de la nariz ha salido disparado un buen chorro de sangre.

—¡¡Tú eres mía!! ¿Entendido? —Ella asiente enérgicamente mientras le caen las lágrimas a borbotones—. ¡Joder! ¡Mira lo que has hecho! ¡Has manchado de sangre la camisa! Sal de aquí, ve a lavarte al baño que hay en la esquina y vuelve a la tienda de inmediato. ¡¡Vamos!! Ahora tendré que pagar la puta camisa. —Cuando está saliendo, la agarra del brazo—. Toma las gafas de sol y póntelas, que se te han caído. Y no tardes. —Sin dilación se las coloca y corre a hacer lo que le han ordenado.

Entra en el baño de señoras y, por suerte para ella, no hay gente. Se arrima a una de las piletas, se quita las gafas y justo antes de echarse agua en la cara para limpiarse, se ve en el espejo. Lo que ve no le gusta en absoluto. Su pelo teñido de rubio, que le sienta fatal, cuando ella es morena. Lentillas azules para tapar el gris oscuro de sus ojos. Blanca como el papel porque apenas puede salir a la calle y mucho menos tomar el sol en público. El ojo izquierdo morado, que no hay forma de disimular por mucho que se lo maquille. A la blusa le faltan un par de botones y está algo desgarrada por el forcejeo. Y la sangre que le cae de la nariz enrojecida.

—Yo no soy esta… Antes prefiero morir a seguir viviendo así —le susurra amargamente a su reflejo.

Abre el grifo, se lava la cara y se dirige con decisión hacia la puerta. Ha visto en otras ocasiones, cerca de donde se encuentra, una salida de emergencia que utilizan los empleados del centro comercial para ir a fumar. Gira la cabeza y, efectivamente, hay dos chicos fumándose un pitillo con la puerta abierta. Una parte de ella le dice que si sale por esa puerta estará perdida y, por otro lado, si no lo hace estará acabada de todos modos. Haciendo acopio de valor, arranca a correr y atraviesa la salida de emergencia, ignorando las quejas de los empleados que le indican que por ahí no se puede pasar. No se detiene ni a mira hacia atrás en ningún momento, solo corre y corre sin parar. Tiene muy poco tiempo hasta que él se dé cuenta de que se ha ido. Tiene los músculos entumecidos por el miedo. No avanza todo lo deprisa que quisiera, y siente pánico de girarse y ver que le pisa los talones. No tiene ni idea de hacia dónde se dirige, solo sabe que necesita huir. Ya ha llegado a una encrucijada de calles. Mira de soslayo hacia atrás y se da cuenta que ya no

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos