Una mentira al día (Unidos por el amor 5)

Fernanda Suárez

Fragmento

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Prólogo

Elyse caminaba tranquilamente por el salón mientras se divertía observando las actitudes de las jóvenes casaderas y sus estúpidas reacciones cuando algún caballero decidía convertirla en su foco de interés, pero cuando cierto hombre llamó su atención, su buen humor desapareció. Era apuesto, sin lugar a dudas, pero seguro que era un libertino y millonario noble que tenía como propósito enamorar a todas las jóvenes que se le cruzaban por el frente, un idiota más en el mundo, el idiota que rompió su corazón, aunque él aún no lo supiera; se giró y respiró profundo, no era el momento de traer malos recuerdos a colación.

Suspiró y caminó hasta una de las sillas ubicadas en uno de los rincones del salón, tomó asiento despreocupadamente, hacía mucho que había entendido que las normas de la aristocracia eran solo una excusa «válida» que daba a la sociedad la libertad de criticar lo que ellos consideraban correcto o incorrecto. Era ridículo, esas personas debían buscarse algo más interesante para hacer que molestarle la vida a los demás, así que había decidido vivir sin preocupaciones, después de todo, siempre encontrarían motivos para molestar.

—Si estuvieras más dispuesta a charlar con un par de caballeros, seguro que tu carné de baile no tendría suficiente espacio para todos aquellos que desean compartir una pieza contigo —dijo su hermano al sentarse a su lado, ella sonrió y se encogió ligeramente de hombros.

—No es que me preocupe el no tener pareja para el siguiente baile.

—¿Por qué te comportas así, Elyse? Es extraño, has tenido lo que cualquier jovencita desearía tener para la temporada, pero para ti es como si simplemente no te importara. ¿Por qué? Sabes que siempre contarás conmigo, pero quiero entenderte. —La joven levantó la mirada y pudo ver cómo el conde de Warrington pasaba por el frente mientras llevaba a una de las jóvenes a la pista de baile. La rabia creció en su interior y tuvo que respirar profundo antes de responder a su hermano, no quería que él notara lo que sentía en su interior.

—No pasa nada, Enrique, estoy perfecta, es solo que ahora tengo otra percepción de lo que es bueno y lo que es malo. —Era una respuesta corta pero sincera, estaba tan acostumbrada a esconder su realidad que ya hasta se le hacía extraño hablar con la verdad, pero a la única persona en el mundo a la que odiaba mentirle era a su amada familia, su adorado hermano, Enrique Cartler, marqués de Chelmendley.

—¿Segura que no es por un caballero, un amor no correspondido? —Ella puso su mejor sonrisa y miró a su acompañante directamente a los ojos, era el momento de usar su mejor cualidad, una que había perfeccionado con el paso del tiempo.

—Nunca me he enamorado, querido Enrique, así que puedes estar tranquilo, mi corazón está intacto y no creo que cualquier idiota que se crea caballero llegue a él. —La mirada en los ojos de su hermano le confirmó que había creído en sus palabras, pero ese incómodo sentimiento en el pecho apareció de nuevo.

Tiempo atrás, aprendió que era muy buena mintiendo y, con el paso del tiempo, solo lo perfeccionó, para ese entonces ya era capaz de mentirle a cualquier persona con tal naturalidad que era imposible detectar el error, había aprendido que la sinceridad solo servía para darle a una persona el poder de lastimarte. Una mentira al día salvaría su vida, salvaría su corazón.

«Maldito seas, Andrew Dunne, te odio, te odio con todas las fuerzas de mi corazón», pensó la joven con tristeza.

—Bien, pero al menos espero ser digno de ti, regálame, aunque sea, un baile, pequeña. —Ella se abrazó a su hermano importándole poco los presentes y dejó un beso en su mejilla; lo adoraba, daría su vida por él.

—Tú puedes pedir tantos bailes como gustes, que siempre serás complacido. —Tomó su mano y lo siguió a la pista.

Andrew bailaba con una joven dama, hermosa, pero no lo suficiente, pues su mirada seguía empeñada en buscar a cierta señorita sentada lejos de la pista de baile. Era lo más cerca que la había tenido desde hacía por lo menos un año, pues cuando la conoció, ella no había sido presentada en sociedad, pero seguía siendo la mujer más hermosa que había visto en su vida; solía arrepentirse de sus actos muy seguido, pero poco podía hacer, sin embargo, había estado observándola sin que ella lo notara y había visto una extraña oscuridad en sus ojos, una que llamaba su atención, el brillo había desaparecido.

—¿Sucede algo, milord? Parece distraído —murmuró la joven, no recordaba su nombre, pero el caballero puso su mejor sonrisa, esa que solía facilitarle sus conquistas, y habló con tranquilidad y soltura.

—Nada, milady, nada que deba preocuparle.

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Capítulo 1

Ese día, Elyse había decidido escaparse de casa y correr hacia los árboles plantados en la parte trasera de la casa de campo de su familia. No hacía mucho que había regresado de la escuela para señoritas y no había sido sencillo distraer a su institutriz, pero necesitaba salir de ese encierro, pues ese día se cumplían cuatro años de la muerte de sus padres, los marqueses de Chelmendley, y el único lugar en el que podía encontrar un poco de paz y tranquilidad para poder pensar en ellos era en medio de los árboles y las flores, quería recordarlos, sus sonrisas, sus caricias, la forma en que su madre la abrazaba, los extrañaba.

Se detuvo cuando apenas se podía divisar la casa a sus espaldas, se dejó caer en el césped con un suspiro y cerró los ojos, seguro que aquello le causaría una buena reprimenda por parte de su institutriz, pues su vestido terminaría lleno de tierra y muy arrugado, pero olvidando el asunto, se dejó caer de espaldas, sentir cómo el sol caía sobre su rostro era algo realmente placentero, a veces deseaba poder quedarse allí toda la vida.

El galopar de un caballo la sacó de sus pensamientos y sobresaltada se sentó, miró a lado y lado, pero no vio nada, por lo que decidió ponerse de pie, esperaba ver a su hermano, seguro que al enterarse de que no estaba en casa había salido a buscarla, pero el caballero que se detuvo frente a ella, montado en un enorme y elegante caballo negro, no era su hermano, era un hombre alto de cabello negro y ojos azules, con un traje de montar azul oscuro y una sonrisa curvando sus labios que la hizo suspirar.

—Discúlpeme, no quería asustarla, no sabía que había alguien por aquí —dijo quitándose el sombrero e inclinando su cabeza en una pequeña reverencia. Ella, en medio de sus nervios, hizo un torpe movimiento como intento de reverencia, pero terminó pisando su vestido y cayó al suelo; estaba por levantarse cuando el caballero en cuestión ya estaba a su lado tomándola del brazo para impulsarla hacia arriba. Aquello estaba mal, muy mal, ella aún no había sido presentada en sociedad, apenas tenía quince años y si algo había aprendido, era que su deber era permanecer alejada de todo y de todos, no podía estar lejos de su casa y mucho menos sola; si su her

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