El camino hacia tu corazón

Luciana V. Suárez

Fragmento

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Cassie

Sábado 25 de febrero

La niebla se balanceaba por todo el lago dando vueltas a su alrededor, cubriéndolo de un extremo a otro, impidiendo ver la capa de agua que yacía por debajo de este. Observé ese espectáculo brumoso desde la ventana del living mientras bebía la primera taza de café del día. El cielo era una lámina azulada y la luna todavía estaba aferrada a él, negándole la salida al sol, así era en invierno usualmente, aunque faltaba menos de un mes para que llegara la primavera, pero este año parecía que el invierno se rehusaba a marcharse. Miré fijamente a la capa de vapor que se estaba evaporando del agua y me pregunté si alguien se habría lanzado al agua alguna vez por encima de la niebla. En realidad, ya sabía la respuesta a esa pregunta, más bien lo que quería saber era qué se sentía deslizarse a través de la niebla al tirarse en el agua. ¿Se sentiría como flotar en una capa de humo? Tal vez no, sino más bien como ser cubierta por esta.

Una vez que terminé con la primera taza de café, me serví una segunda. Bebía por lo menos tres tazas durante la mañana y otras tres durante la tarde. La luz matinal comenzó a asomarse a través de la ventana, por lo que me senté frente a mi ordenador a trabajar. Tenía la suerte de tener un empleo que me permitía trabajar desde mi casa; mi casa: sonaba extraño llamarla de ese modo cuando en realidad no lo era, bueno, sí, pero había sido legada hacía poco y, a pesar de que llevaba mucho tiempo viviendo allí, todavía me costaba aceptar el hecho de que era completamente mía.

Como tenía un trabajo independiente, en parte, generalmente trabajaba en horario corrido por las mañanas. Me detenía al mediodía para almorzar y después continuaba por dos o tres horas más. Después tenía el resto del día para hacer lo que quisiera, que usualmente era limpiar, dado que la casa en la que vivía era grande, tal vez no inmensa, pero sí demasiado grande para una sola persona. Contaba con dos pisos y, como yo usaba solo un dormitorio, generalmente a los otros dos solo los limpiaba una vez a la semana. En la planta inferior había un living inmenso (que probablemente era la habitación más grande allí); tenía pisos de linóleo (aunque eso se aplicaba a casi toda la casa), paredes pintadas en color beige (eso también era así en todas las habitaciones internas de la casa), muebles de caoba (la mayoría en color negro, dado que su propietaria original me había dicho que le gustaba el contraste que tenía con el color beige de la pintura de las paredes, lo cual era cierto). Además de ese living, había un comedor y una cocina, y en la planta de arriba solo estaban los dormitorios y una especie de oficina que no tenía uso, dado que yo generalmente trabajaba en el living, en un escritorio que estaba situado junto a uno de los ventanales. Después de limpiar la casa practicaba nuevas recetas de cocina, leía y veía televisión, por lo que cada día de mi vida estaba cronometrado en cierta forma. Los fines de semana estaban destinados a caminatas por el bosque por el borde del lago, para lo cual solo debía salir de la casa, atravesar un camino marcado por dientes de león y margaritas y, tras unos cortos pasos, ya estaba allí. Desde la ventana del living la vista era panorámica hacia el lago y al bosque que se extendía junto a este, rodeado de abedules y pinos que se erguían hacia el cielo y, más allá, las colinas vestidas de verde, que servían de muros que delimitaban la linde entre este pueblo y los contiguos.

A las dos de la tarde terminé con el trabajo del día, por lo que podía gozar de varias horas libres hasta el lunes por la mañana. Los sábados por la tarde estaban reservados para ir a la cafetería del pueblo a beber un latte con caramelo o una malteada de frambuesas, mientras miraba a la gente pasar por las aceras. Después de dar un corto paseo en auto, regresaba a la casa. Por eso, ese día me preparé para ir a la cafetería cuando el timbre sonó. Félix, un perro de raza Cocker Spaniel con pelaje dorado que vivía conmigo, comenzó a saltar enfrente de la puerta, en un claro gesto de excitación. Como rara vez llamaban al timbre, se excitaba cuando alguien lo hacía. Pensé en un par de posibilidades sobre quién podía ser la persona que había llamado a la puerta: cobradores de deudas atrasadas (pero yo estaba al día con las cuentas, por lo que quedaba descartado), monjas pidiendo dinero para colectas (pero dado que yo vivía a las afueras del pueblo casi nunca se tomaban la molestia de ir hacia allí), empleados de UPS, Federal Express o cualquier otra empresa que hacía entregas a domicilio (pero últimamente no había encargado nada). La otra opción plausible era que fueran testigos de Jehová, dado que eran conocidos por su adicción a llamar a las puertas como si fuesen niños pidiendo dulces en Halloween o cantantes de villancicos en Navidad. Pero cuando abrí la puerta, me quedé tan petrificada con la persona que encontré del otro lado que no pude encontrar mi voz.

—Hola a ti también —me saludó Clara, con expresión impasible, del otro lado de la puerta.

—Ho… hola, Clara —le dije sin poder salir del asombro. La última vez que la había visto había sido hacía más de un año atrás, pero estábamos en contacto a través de varios medios, por lo que me sorprendió que no me hubiera avisado que iría.

—¿Me invitarás a pasar o me atenderás aquí nomás? —me preguntó de forma sarcástica.

—Oh, no, pasa —le dije, haciéndome a un lado para que entrara. Clara entró de forma sigilosa, pero con pasos firmes y seguros, su típica forma de manejarse por la vida. Yo cerré la puerta y la conduje hacia el sofá que se encontraba enfrente de la chimenea.

—Por favor, siéntate, ¿qué te sirvo? ¿Té, café, chocolate? —le pregunté, tratando de mantener la compostura por el asombro que me causaba verla allí.

—Café está bien, Cass —me dijo, sentándose en el sofá solitario.

—Enseguida regreso —le dije yendo hacia la cocina, para lo que debía atravesar un pasillo. Mientras ponía el café en la cafetera, me pregunté por qué Clara habría aparecido de repente allí, sin previo aviso. Me pregunté si se habría peleado con su prometido o habría tenido problemas en el trabajo, pero con lo responsable que era no creía que tuviera problemas en el trabajo y, de haber sido así, no creía que fuera a ir desde Vermont hasta Connecticut solo para contarme algo así, por lo que probablemente era lo primero, a menos que tuviera problemas de salud, pero se la veía bastante bien, así que también descarté esa posibilidad.

Preparé las tazas y luego serví dos porciones de pastel de vainilla que había preparado el día anterior. Luego de que el café estuviera listo, lo serví en las tazas, y entonces mis manos comenzaron a temblar un poco. Me pregunté si se debía a la visita inesperada de Clara, pero me recordé que no había peligro en ello, era Clara, mi hermana mayor, la que me había criado por más de diez años cuando habíamos quedado huérfanas, en cierta forma.

Temí que la bandeja que llevaba se me cayera, dado que estaba un poco nerviosa, pero llegué al living sin derramar una gota. Tras depositar la bandeja en la mesa pequeña, le entregué una taza a Clara.

—Gracias, Cass —dijo, tomándola. La miré bien y se veía mucho más elegante que la última vez que la había visto: llevaba

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