El destino debe ser algo así

Luciana V. Suárez

Fragmento

el_destino_debe_ser_algo_asi-4

Capítulo 1

Alexandra

San Francisco, California, agosto del 2008

Mentiría si dijera que no era extraño regresar a San Francisco después de casi seis años, o que no era extraño regresar para vivir en un campus cuando antes solía vivir en una casa allí, o que no era extraño sentirme como una forastera cuando en realidad había nacido allí. pero parte de la razón de haber escogido ir a la universidad allí era que una parte mía extrañaba San Francisco, extrañaba los burritos de allí, las puestas del sol en el Parque Golden Gate, el olor de la playa Ocean, los tranvías que se desplazaban por las calles, e incluso la niebla; no es como si me gustara la niebla, pero, cuando por trece años es todo lo que ves por las mañanas, te acostumbras a ella.

Me puse a desempacar y a decorar mi nueva habitación del campus. Coloqué un tablero enorme de madera en la pared con las fotografías de mi familia cuando alguien entró con una valija; era una muchacha de estatura baja y cabellera rojiza ondulada sujetada en una cola de caballo.

—Hola —me saludó, sonriendo de forma tímida.

—Hola —le dije, acercándome a saludarla—, soy Alexandra Partridge, tu compañera de habitación.

—Yo soy Kaley Davis —se presentó, estrechando mi mano. Tenía el rostro apacible y sereno.

—¿Y de dónde eres, Kaley?

—De Texas, ¿y tú?

—Pues originariamente de aquí, pero me mudé a Connecticut cuando tenía trece años.

—Oh, entonces conoces bien la ciudad.

—Así es —le dije asintiendo. Kaley se puso a desempacar sus cosas mientras yo seguía decorando mi muro de fotografías.

—¿Es tu familia? —me preguntó, mirando al muro.

—Así es —le dije, sentándome en la cama, dado que ya había terminado con la decoración.

—De seguro los extrañas mucho ahora. —Yo solo asentí de forma lánguida.

—Supongo que tú también a la tuya.

—Pues nunca me fui de casa por mucho tiempo así que imagínate —me dijo, haciendo una mueca risueña.

—Entonces una vez que termines de desempacar podemos ir a una cafetería que está por aquí cerca y de paso te mostraré una parte de la ciudad —le dije, en un intento de hacerla distraer, o tal vez de distraerme a mí misma.

Fue aún más extraño caminar por aquellas calles porque, a pesar de conocerlas a la perfección seguía sintiéndome como una forastera o, peor aún, como si ni siquiera hubiese nacido allí y solo estuviera de visita.

—¿Y en qué parte de la ciudad solías vivir tú? —me preguntó Kaley cuando estábamos en la cafetería.

—En el área de la bahía, queda al otro lado de la ciudad, pero no muy lejos de aquí.

—Entonces debes tener amigos por esa zona.

—Solía tenerlas... pero con el tiempo perdí contacto con ellas —le dije, recordando a Mellie y a Trisha, mis amigas de la escuela primaria y media; me pregunté qué sería de sus vidas actualmente, las había buscado en varias redes sociales, pero por alguna razón no me había animado a agregarlas o a enviarles un mensaje privado.

—Es entendible, dado que te fuiste hace muchos años; ¿tampoco tienes más familiares por aquí?

—No —le dije, negando con la cabeza.

—Oh... ¿y tienes hermanos?

—Uno, es mi hermano mellizo en realidad.

—¿Un mellizo? qué interesante, es decir, siempre me parecieron interesantes los mellizos, dado que no son muy comunes —musitó—. ¿Y cómo se llama?

—Alexander.

—Oh, claro, Alexandra y Alexander —musitó sonriendo.

—Lo sé, gajes de tener un mellizo.

—De seguro son muy apegados —supuso.

—Cuando éramos niños sí, pero cuando comenzamos a crecer comenzamos a distanciarnos. —Más específicamente tras la muerte de nuestros padres; él se había cerrado en sí mismo, y yo no me había molestado en acercarme mucho, dado que también estaba sufriendo la pérdida a mi manera.

—Oh, —dijo asintiendo—, ¿y dónde está él?

—En la Universidad de New York, dado que a él siempre le gustó más la Costa Este.

—¿Y a ti te gusta más esta costa?

—No, es decir, me gustan ambas, pero digamos que quería volver a vivir aquí por ahora.

—¿Y piensas quedarte aquí una vez que te gradúes? —me preguntó después.

—Pues eso depende de si consigo trabajo aquí, o si realmente quiera quedarme para entonces.

—Lo entiendo —dijo asintiendo. Mientras caminábamos por cerca de Corona Heights, no pude evitar sentir nostalgia por los recuerdos que me traían de mi infancia y de mis padres; ya nada de eso quedaba, ni siquiera ellos.

Un mes después ya habían comenzado las clases; con Kaley nos habíamos vuelto más íntimas y había forjado un grupo de amigos en el campus, pero una parte mía seguía sintiéndose fuera de lugar en mi propia ciudad, a veces hasta me sentía como si fuese una simple turista. Un día por la tarde fui a mi viejo vecindario, a ver mi antigua casa desde afuera: no había cambiado mucho desde entonces, seguía siendo blanca con celeste, seguía teniendo un buzón en la entrada, solo que en ese momento con un apellido diferente, incluso seguía teniendo la misma palmera a un lado. Me pregunté si el patio trasero seguiría luciendo igual, con la piscina en el medio y el columpio y un trampolín a un lado; era probable que no, dado que tanto al columpio como al trampolín mis abuelos los habían vendido tras que mis padres muriesen y tuvieran que vender aquella casa. Era extraño estar viendo desde afuera la casa en la que había vivido por trece años y, más aún, saber que en ese momento allí adentro vivían otras personas.

Un sábado por la tarde fuimos con Kaley, sus compañeros de clases y los míos, a un concierto en el Parque Dolores. Nunca antes había ido a un concierto, pero en San Francisco eran de lo más populares, y además todavía hacía un buen clima, dado que era finales de septiembre, así que no hacía frío, aunque tampoco calor. La banda estaba tocando rock indie y el parque estaba colmado de jóvenes. Recordaba haber ido para allí un par de veces en el pasado, pero había sido en los domingos de mi infancia, cuando solo había familias haciendo picnics o niños jugando, así que esta imagen no podía generarme nostalgia o tristeza por recuerdos pasados, dado que no había vivido tal cosa antes.

—Un muchacho que está parado más allá no te quita la mirada de encima —me dijo Kaley. Seguí la dirección de su mirada hacia nuestra derecha, en donde había un grupo de muchachos, y uno de ellos estaba mirándonos a nosotras.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que lo invite a venir?

—No lo sé, ¿quieres invitarlo?

—Solo bromeaba.

—Pero si él no se acerca podrías acercarte tú —me dijo, mirándome por encima del vaso del que estaba bebiendo.

—¿Y por qué lo haría? ¿Solo porque está mirando para aquí? —le pregunté con incredulidad.

—Pues si está mirando tanto es porque debes interesarle, además tú misma dijiste la vez pasada que hace más de dos años que estás sola y que no te vendría mal conocer a alguien... —expuso.

—Sí, eso es cierto, pero lo haré cuando se den las circunstanci

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos