Búscame en tu corazón (Unidos por el amor 7)

Fernanda Suárez

Fragmento

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Capítulo 1

—¿Alguna vez has pensado en establecerte en algún lugar? No sabes lo gratificante que puede ser tener a alguien esperándote en tu casa, calentando tu cama, alguien a quien aferrarte cuando te sientes mal o tienes problemas, con quien soñar un futuro, una familia, una vida —comentó el amigo del conde con ojos soñadores, hacía ya poco más de un año que se había casado y todo parecía indicar que su esposa estaba en cinta; el doctor aún no les había confirmado la gran noticia, pero esa misma tarde tendría la respuesta.

—Vamos, Adrián, no puedes esperar que ahora que tu decidiste entrar a la lista de hombres casados yo haga lo mismo, cualquier mujer puede calentarme en las noches, llegado el momento encontraré quien me provea de hijos. —Pensar en el amor del que su amigo hablaba era impensable, estaba seguro de que aquello no existía y no era más que un invento de alguien que decidió darle a las personas algo por lo que soñar.

—Jaime, ¿de verdad lo único que quieres es una esposa para presumir? —El aludido se encogió de hombros.

—No es el momento para preocuparme por ello, apenas tengo 32, Adrián, seguro que puedo disfrutar un poco más de mi soltería antes de tener que darle mi apellido a una señorita deseosa de fortuna y un buen título, aunque cabe la pena resaltar que aun estando casado no pienso deshacerme de mis compañeras. —El futuro marqués suspiró, en el fondo sentía lástima por su gran amigo, no entendía cómo es que él estaba tan decidido a no contraer matrimonio por amor cuando sus padres eran la fiel prueba de la existencia de tal sentimiento; los duques de Westnster eran conocidos por las varias muestras de cariño que se habían dado en público y, según los rumores, en una de esas, concibieron a una de sus hijas.

—¿Y qué dicen tus padres sobre el asunto? —preguntó seguro de que ellos eran los más interesados en ver a su hijo casado.

—Aseguran que es indispensable que contraiga matrimonio lo antes posible, desean nietos y padre quiere asegurarse de que el título continúe en la familia con el próximo heredero, ya sabes cómo son ellos —comentó restándole importancia al asunto seguro que lo de sus padres no era más que un capricho generado por la edad.

—Bien, por lo menos por ahora no quieres casarte y una vez que lo hagas no tienes la intención de dejar a tus amantes, ¿de verdad crees que a tu esposa le gustará eso? —Jaime sabía que lo que estaba a punto de decir sonaba muy cruel, pero esa era su respuesta.

—Ella no tendrá la oportunidad de opinar sobre mis asuntos. —Levantó el vaso y bebió de un trago el whisky que aún quedaba en su interior.

A diferencia de sus padres, su opinión sobre el matrimonio era dura, como así les sucedía a muchos aristócratas que aseguraban que el amor no existía; los duques se habían amado profundamente desde el mismo momento en que se vieron, o por lo menos eso fue lo que le contó su padre cuando aún era un niño; el duque aseguraba que en cuanto la vio en una de las veladas su corazón se aceleró y sus manos empezaron a sudar, sabía que sería ella la causa de su felicidad eterna, la única capaz de complementarlo y darle todo lo que nunca imaginó desear; en varias oportunidades le contaba la misma historia una y otra vez y, aun así, él no deseaba sentir tal dicha conyugal.

Cuando aún era un jovenzuelo de 23 años, en una de las oportunidades en que viajó a la mansión familiar en el campo durante las vacaciones, conoció una hermosa joven de cabellos dorados, ojos color miel, curvas delicadas y piel blanca y delicada como la porcelana; era básicamente todo lo que cualquier hombre podría llegar a desear, hermosa era una palabra que le quedaba corta a la hora de definirla, sencillamente no había forma alguna de hacerlo. Era la hija de un conde de la región, la conoció durante uno de sus paseos a caballo, nunca olvidaría cómo lucía sobre aquel animal blanco con un hermoso vestido rosado, un delicado peinado y un curioso sombrero sobre su cabeza, pero lo que más le fascinó fue que aun cuando él se acercó a saludarla y siendo plenamente consciente de lo indebido que era, ella respondió como si nada, no le importaba el escándalo; ese día se creó una conexión especial entre ellos, por lo que acordaron encontrarse todos los días a esa misma hora en ese mismo lugar; era una zona poco transcurrida, así que era poco probable que alguien los encontrara.

En los días siguientes, ambos cumplieron la promesa de llegar al lugar a la hora indicada, tiempo durante el cual compartían conversaciones amenas sobre sus gustos o sus vidas, tardes llenas de risas y diversión; durante una de aquellas horas, en algún momento durante la conversación, Jaime, sin previo aviso, se acercó, tomó su rostro entre sus manos y la besó; fue un simple roce, apenas un toque a sus labios, movimientos que la dama no tardó en imitar, así que ese pequeño acercamiento pronto se convirtió en un beso delicado en el que ambos se dedicaron a conocer al otro.

—Nunca imaginé que besar se sentiría así —fue lo que dijo ella una vez que se separaron; ese solo fue el principio del fin.

Continuaron con sus encuentros furtivos con la única añadidura de los diferentes besos y caricias inocentes que compartían siempre que tenían oportunidad; pero todo cambió cuando una tarde decidieron ir hasta un prado escondido entre los árboles y aún más solitario que el resto de la zona por la que solían cabalgar, una vez allí, ella empezó a deshacerse de sus ropas; al verla desnuda el noble solo podía pensar en las curvas de su cuerpo, por lo que allí, entre el césped, árboles y algunas flores, él la hizo suya, se entregaron el uno al otro, se hicieron uno, y fue el momento más maravilloso de sus vidas; fue especial, tierno, amoroso, candente, los llevo al éxtasis, al placer, al cielo; fue simplemente perfecto.

Los encuentros amorosos continuaron hasta que un día ella llegó con el rostro lleno de preocupación.

—Creo que estoy en cinta —confesó entre lágrimas, no podía creer que tal desgracia estaba sucediéndole justo a ella. El caballero no sintió la misma preocupación, todo lo contrario, se acercó a ella, la tomó entre sus brazos y con una sonrisa en sus labios la besó.

—No tienes nada que temer, amada mía, estoy perdidamente enamorado de ti, te amo, mi corazón es tuyo, lo arreglaré todo, nos casaremos lo antes posible y seremos marido y mujer, nuestro hijo llevará mi apellido y será el próximo heredero de la familia, estoy seguro de que mi madre te adorará y mi padre no tendrá reparo alguno en aceptarte después de que le diga lo mucho que nos amamos. —Se podía decir que él casi que tenía todo planeado, como si lo hubiese pensado desde tiempo atrás.

—Mi familia tiene serios problemas económicos, yo no tengo una dote —confesó ella.

—No tienes de qué preocuparte, amor mío, no necesito una dote para unirme a la dueña de mi corazón y madre de mi hijo, tendremos toda la vida para amarnos. —Al pronunciar esas últimas palabras el rostro de la joven se tornó más bien en la viva muestra del terror, pero él estaba tan centrado en su felicidad que no lo notó.

Ese mismo día el futuro duque visitó a los padres de la dama y les expresó sus intenciones de matrimonio con la joven y, en la siguiente tarde, ella fue presentada a los padres del caballero. Se casarían en tan solo un par de días, ya que consiguieron una licencia especial; todo estaba listo.

Te espero en el lugar de siempre a las 3 de la tarde, tenemos que hablar.

Lady J.

Decía una nota que la joven le hizo llegar a su prometido; él, preocupado, no lo pensó antes de correr a su encuentro a la hora acordada, pero lo que nunca imaginó fue que ese mismo día ella le entregó el anillo que simbolizaba su próxima unión.

—Perdóname, pero no puedo casarme, no puedo unirme a un hombre cuando no puedo prometerle fidelidad y amor eterno, no soportaría tener una vida como la de cualquier aristócrata llena de falsedades e ilusiones, yo no soy la mujer para ti. —Jaime, aterrado ante la idea de perder a la mujer que amaba y a la única persona con la que se veía compartiendo su vida, negó y la tomó por la cintura.

—¿Qué? No, ¿por qué? No puedes estar hablando en serio, si hay algo que no te gusta podemos cambiarlo sin importar lo que sea, te lo ruego, piensa en mí y si no piensa en nuestro hijo, te amo con todo mi corazón y si no nos casamos, él o ella terminará siendo un bastardo, ¿es eso lo que quieres? —comentó aterrado en un intento por abogar a su sentido común y al amor que se profesaron en su momento, no podía creer que aquello le estaba sucediendo justamente a él que creyó que las cosas entre ellos no podían estar mejor.

—No puedo unirme a un solo hombre de por vida, quiero otro tipo de futuro para mí y no puedo ir en contra de mis propios deseos por un hijo que yo no planeé y que no deseo. —El miedo se apoderó del noble que aún no entendía lo que estaba sucediendo.

—¿Qué? No puedes estar hablando en serio, ese pequeño que tienes en el vientre también es mío. —Estaba desesperado ante la idea de perder a su hijo, ya no sabía qué clase de mujer era la que tenía en frente, por lo que no le quedaba más opción que proteger lo único que realmente era suyo: el bebé que crecía en su vientre.

—Una vez que nazca prometo hacerlo llegar hasta ti, eres libre de hacer con él lo que gustes. —Sin darle tiempo a reaccionar, ella se subió a su caballo y salió a todo galope; él quedó con la palabra en la boca, el corazón roto y la tristeza en su cuerpo. De todas las posibles noticias que imaginó, recibir ese día esa, sin duda, no era una de sus posibilidades. Reaccionó cuando la perdió de vista, la realidad le cayó encima, acababa de perderlo todo. No dudó en subir a su caballo e intentar alcanzarla, pero al llegar a casa de sus padres ella no estaba allí, nadie la había visto desde que salió después del almuerzo; esa fue la última vez que la vio.

La buscó durante los días y meses siguientes, escuchó que viajó a Francia para convertirse en una cortesana y, desesperado por encontrar a su hijo que para esas fechas ya debía haber nacido, viajó a aquellas tierras, siguió todas las pistas que tuvo a su alcance e hizo todo cuanto pudo, pero nunca la encontró, no volvió a saber de ella ni de su hijo, quedó sin vida ni ganas de nada; esa era su amarga tortura, el recuerdo de todos los sentimientos de los que un día disfrutó y el dolor de lo que un día perdió.

No volvió a creer en el amor, se prometió a sí mismo que no volvería a confiar en las palabras y las caricias de las mujeres mientras estas no fueran para proporcionarle placer; ese día se quedó sin corazón.

Después dedicó gran parte de su vida a viajar a cuanto destino encontrara, fue en uno de esos lugares en los que conoció a Adrián.

—Bueno, amigo mío, nunca se sabe qué puede suceder de aquí a un par de horas o días, tal vez encuentres una mujer a quien por puro placer preferirás que sea la única en tu cama —aseguró; él mismo había pasado por algo similar cuando conoció a su esposa, pasó de ser un hombre sin ataduras a convertirse en un esclavo de las curvas y el lecho de su mujer, y esperaba que su amigo experimentara el mismo sentimiento.

Compartieron un par de copas más y continuaron con una charla amena sobre temas poco relevantes como la posible adquisición de un par de caballos o un viaje a la casa de campo para evitar por un tiempo la temporada social en Londres, además del posible embarazo de lady Emily; hacía tanto que no conversaban con tanta familiaridad que aquellas horas parecieron minutos, notaron que la noche había llegado cuando uno de los sirvientes tocó la puerta avisando que la cena sería servida. Jaime rápidamente se despidió, pues prometió a sus padres estar presente para la cena, se subió a su caballo y salió a todo galope; fue una suerte que al llegar su padre estuviese en una reunión con uno de los arrendatarios, ya que tuvo el tiempo suficiente para limpiarse y cambiarse de ropa. Al bajar al comedor ya todos empeza

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