La cínica, el guapo y el socorrista

Lisa Aidan

Fragmento

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Capítulo 1

Si había una sola palabra que pudiera definir a Debra Scott esa era PELIGRO. Y no era debido a la falta de control de su temperamento o por esa impulsividad por la que de tantos líos la había tenido que sacar. No. Lo era porque consiguió lo que ninguna otra chica había podido. Que él, Cédric Hunter, pasara todo un año deseando a que llegara el momento de volver a verla.

La primera vez que reparó en la chica tenía catorce años y, aunque él contaba ya con diecinueve, al término de aquel verano de hacía ya dos años, su cabeza estaba llena de ella, de la forma en la que el cabello se le enredaba en la mejilla, la sonrisa tímida, la forma almendrada de sus ojos y la manera de perderse en el vacío cuando estaba a solas. Pasó mucho tiempo convenciéndose de que aquello no tenía nada de extraño ya que, de algún modo, le tocó ser su cortafuegos; y ese y solo ese era el motivo por el que había tomado por costumbre prestar atención a los gestos y acciones que realizaba. Nada más.

Para cuando comenzaron las vacaciones del siguiente año y la vio de nuevo, esa chispa volvió a prender y en pocos días Debra ocupaba cada recoveco en su cabeza otra vez. Sin embargo, ella contaba entonces tan solo quince primaveras recién cumplidas y a sus veinte años eso lo hacía sentir como un auténtico viejo verde. 

La imagen de ella en bikini, saltando y celebrando haber ganado un juego propuesto por el hotel, lo asaltó una vez más. ¿Qué tenía esa niña que se le había ido metiendo por dentro? Ah, le gustaba esa forma de sonreír; parecía que le costara hacerlo y, sin embargo, tenía la sonrisa más bonita, pura y genuina que existía.

No obstante, en esta ocasión, estaría listo para ese momento en que regresara de nuevo a su vida; estaría prevenido y preparado a conciencia para evitar hacer o decir algo que pudiera delatarlo. En lo que a la adolescente se refería, él era una persona que veía apenas tres meses una vez al año; ella era la sobrina de su jefe, Pacey Abrams, dueño del Pacific, un hombre al que había llegado a admirar.

Claro que también tenía grabado a fuego en su mente el momento en el que la chica discutió con Pacey, su tío. Aquella explosión de carácter fue tan inusual en ella... Con tan solo catorce años estaba encarándose con el hombre, por lo que consiguió averiguar después, porque este la pilló dándose el lote con el hijo preuniversitario de un cliente extranjero.

Todo lo que llegó a saber de aquel incidente fue que estaban en actitud cariñosa, demasiado, cuando el director y dueño del Pacific los encontró. La discusión que presenció fue bastante acalorada. Y ahí, en ese momento, su forma de mirar a aquella chica fue distinta, muy probablemente debido a esa nueva faceta que descubrió por casualidad y que creó un verdadero y profundo impacto en él.

Ah, si tan solo fuera tan sencillo olvidar a Debra como meterse de lleno en sus estudios en la universidad. Tarde o temprano lo conseguiría, la haría a un lado; mantendría esa chifladura a raya por el bien de todos, aunque aún conservaba una última esperanza. Se aferraba a la idea de que cuando la viera en unos meses, todo aquello que había nublado su mente hasta el momento hubiera desaparecido.

¿Utópico?

Tal vez. Pero de veras que deseaba que así fuera. Eso haría que su trabajo, y su vida, fueran mucho más tranquilos.

***

—¡Mira! Es ella. Es la chica que está por Jace.

Los susurros y cuchicheos la habían acompañado desde poco después de que empezara el curso. Hacía ya dos años. Puso los ojos en blanco por dentro. Todavía no sabía por qué, ni quién había comenzado con aquella tontería.

Al principio le dolió y se avergonzó, por supuesto. ¿Quién no? Su secreto mejor guardado había quedado expuesto, ya no era algo solo suyo y, lo que era aún peor, habría llegado también a oídos del chico en cuestión. Sabiendo lo despiadados que podrían llegar a ser en el instituto decidió que, por propio instinto de conservación o tal vez por supervivencia, lo mismo daba, no demostraría a nadie que aquello le molestaba.

El problema era que el tiempo pasaba y no solo no se cansaban de especular, sino que cada vez eran más atrevidos y ya no era algo que la gente se limitara a comentar en privado; era vox populi y, por lo tanto, allí por donde fuera estaba en boca de todos cuantos la veían. Así que la esperanza de que se cansaran de hablar se agotó con el tiempo y simplemente lo asumió para descartar después cualquier sentimiento que la situación pudiera generarle.

No dejaría que los rumores ni las habladurías gobernaran su vida.

—Espero que no piense ni por un segundo que él pueda corresponderle —continuó la chica que advirtió a sus amigas del corrillo de tres de su llegada.

Como hienas famélicas la observaban sin quitarle el ojo de encima a cada movimiento que hacía mientras sus bocas seguían con el destripamiento. Las reconoció como unas más de los grupos de chicas chillonas que seguían a Jace a todas partes. Era irónico que justamente aquellas que sí conocían sus horarios, lugares de quedada con su grupo de amigos e incluso sus hábitos alimentarios tuvieran ese tipo de comportamiento hacia ella. Aunque solo ella parecía verle ese lado absurdo a la situación.

Poniendo solo un poco de atención podrían darse cuenta de lo falsos que eran gran parte de todos aquellos rumores que había en circulación acerca de su persona. Jamás persiguió a Jace. Lo único de todo aquello que resultaba ser verdad era que Jace Reeve le gustaba y no iba a perder el tiempo en desmentir algo que era cierto, no se rebajaría de ese modo.

—¿Cómo iba él a hacerlo? —siguió otra de las poco discretas adolescentes.

—Tienes razón. Si yo fuera ella, desaparecería. Me moriría si todos hablaran de mí —sentenció la tercera.

—Y esa es solo otra de las diferencias entre nosotras —dijo Debra en voz alta para que pudieran escucharla sin girarse ni dirigir siquiera su mirada hacia ellas.

El grupo se cuadró al instante.

—¿Nos ha oído? —cuchichearon, esta vez sí bajando la voz.

Pues claro que las había escuchado, no es que fueran las personas más discretas. Las tres iban a un curso superior al suyo, el mismo en el que se encontraba Jace, el objeto de deseo de casi todas las chicas de por allí. Está bien, quizás no tanto, pero sí de un buen número. Todavía podía recordar el momento en que lo conoció, fue todo un impacto...

Era su primer día de clase en el instituto, en el primer año de secundaria, por lo que era una novata en muchos sentidos, casi todos. Sus padres le pidieron que entregara unos papeles que el director estaba esperando y los llevaba en la mano para que no se le olvidaran.

—¡No puedes hacerme esto! ¿El primer día de clase? ¿¡Es una broma!?

—¿Hubieras preferido que te enviara un mensaje? Porque yo no. He querido ser sincero contigo y hablar cara a cara. Creo que es mejor.

¿Una pareja discutiendo? Lo que era peor, ¿rompiendo? ¿Qué iba a hacer? Sus voces se escuchaban cada vez más fuerte conforme avanzaba hacia la oficina del director a donde debía acudir.

—¡Te has enrollado con otra! ¿Es eso? ¿Me has engañado?

—No. Mira, Tina; tú y yo comenzam

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