14 razones para pasar de ti (Mujeres únicas 2)

Begoña Gambín

Fragmento

14_razones_para_pasar_de_ti-2

Capítulo 1

La ocasión la pintan calva.

Dicho popular

Benidorm (Alicante), 30 de julio de 2018

Un bulto se movía debajo de las sábanas con movimientos sensuales mientras el otro que estaba a su lado, parecía una estatua, inmóvil por completo.

Carlota sintió un cosquilleo en sus brazos, pero su cuerpo le pedía a gritos seguir durmiendo. Sus ojos no querían abrirse, pero cada segundo que pasaba estaba más incómoda. Con el objetivo de evitar que esas molestias la despertaran, intentó bajar los brazos que estaban elevados sobre su cabeza para cambiar de postura, pero algo se lo impedía.

Pese al malestar que sentía, consiguió amodorrarse de nuevo, aunque, por encima de su soñolencia, no pudo evitar notar las pulsaciones que le martilleaban las sienes y un embotamiento en su cabeza.

Tum, tum, tum, retumbaban los tambores dentro de ella. Tum, tum, tum, retumbaban sin cesar.

Sin abrir los ojos, su subconsciente comenzó con lentitud a reconocer su cuerpo, que descansaba sobre su lado derecho, desde los pies hasta la cabeza. Se notaba la piel ardiente y sensible pese a que el aire acondicionado mantenía fresco el ambiente. Sacó una pierna por encima de la sábana y solo consiguió que miles de agujas se le clavasen en su epidermis. Notaba como si hubiese corrido diez maratones seguidos, y las agujetas producidas por cada uno de ellos se hubiesen acumulado, unas encima de otras.

Los párpados le pesaban y mantenían la oscuridad en sus ojos por lo que su mente asumió que todavía era de noche, así que aumentó su empeño por no despertar. Volvió a intentar bajar los brazos, insistió con fuerza. Bueno, con la fuerza que le permitió la laxitud que sentía en todo su cuerpo junto con el dolor en sus músculos que aumentaba con el más leve movimiento.

Otro tirón de brazos consiguió que comprendiera que no tenía nada que hacer. Algo rodeaba sus muñecas y las retenía por encima de su cabeza.

Bufó con fastidio. No tenía más remedio que abrir los ojos y ver qué era lo que inmovilizaba sus miembros superiores. Parpadeó unos segundos. Volvió a bufar, molesta. Notaba los ojos llenos de arena. La arenisca le rascaba la córnea como si tuviese, en su lugar, un puñado de gravilla perforándola. ¡Seguro que tendría los ojos rojos como la nariz de un payaso!

Decidió esperar unos minutos antes de volver a intentarlo. Sondeó su mente abotargada para conseguir despejarla. Sus recuerdos más inmediatos eran confusos. El día anterior, su mejor amiga y jefa, Raquel, había contraído nupcias con Dante, el propietario del complejo hotelero situado en Benidorm en el que se había llevado a cabo la celebración y en el que se encontraba ella hospedada.

Raquel le había pedido que, durante la ausencia de quince días de ambos por su luna de miel, ella se quedase en el hotel para comprobar que el proyecto de ocio que habían implantado en él correspondía con las necesidades del complejo. Así que debía estar en su cuarto, aunque no recordaba cómo había llegado allí.

Lo último que acudía a su mente era el desmadre que se formó durante el convite después de que Raquel saltase a la piscina. Como no podía ser menos, ella, Felipe y Fanny habían secundado a su amiga por lo que acabaron todos sumergidos en las refrescantes aguas.

Y después, tras la sorpresa, muchos otros invitados también acabaron en remojo. Hasta al estirado de Carlos, con su pelo engominado y su traje de Massimo Dutti, lo vio tirarse de cabeza. ¡Increíble! Jamás habría pensado que el prepotente director del hotel y amigo personal de Dante acabase haciendo una locura mayor que comer el pescado con el tenedor de la carne.

Notó que el hormigueo de los brazos le aumentaba y que, si no hacía algo para recuperar su movilidad de inmediato, pronto las punzadas del dolor muscular serían insoportables.

Decidió abrir los ojos desmesuradamente para intentar espabilarse, parpadeó y volvió a abrirlos. La penumbra que envolvía la habitación, no era tan profunda como para impedirle ver con bastante claridad lo que la rodeaba. Elevó la mirada hacia arriba, pero no podía verse las manos, así que echó la cabeza hacia atrás en su búsqueda y de repente las vio.

¡Unas esposas de pelo rojo que rodeaban uno de los barrotes del cabecero aprisionaban sus muñecas! Un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba esposada a la cama?

Se estrujó la cabeza intentando recordar cómo había acabado allí, pero no lo consiguió. ¡No tenía ningún recuerdo después del chapuzón en la piscina!

Histérica, miró alrededor y se dio cuenta de que no estaba en su cuarto. Esa decoración no era la que tenía en la habitación que le habían destinado en el hotel.

¡¿Qué estaba pasando allí?!

Comenzó a sacudir sus brazos con la imposible ilusión de desprenderse de las esposas. La cadena que unía las dos argollas, golpeó el barrote produciendo un ruido que aporreó la cabeza de Carlota. Entrecerró los ojos en un intento de mitigar el dolor, pero este era punzante y persistente.

Y entonces, escuchó un gruñido quejoso a su lado izquierdo. Giró enseguida su cabeza y la mitad superior de su cuerpo y vio un bulto a su lado.

Su garganta inició un grito que consiguió retener antes de que saliese al exterior de su boca. Pese a la histeria que sintió, su cabeza se despejó de inmediato y contuvo el chillido que pugnaba por salir de su garganta.

El corazón le palpitó a mil por hora y un miedo atroz le invadió el cuerpo. De un plumazo le desaparecieron todos los dolores que sentía y su máxima preocupación se concentró en esa figura.

¿Quién dormía junto a ella? ¿Quizás su amiga Fanny? No, no lo creía. Llevaba pocos meses casada y lo más seguro es que estuviese en brazos de Vicente. Lo mismo que Raquel. Era su noche de bodas. ¡Imposible que estuviera allí!

Observó con mayor minuciosidad el cuerpo que permanecía tapado por la sábana y llegó a la conclusión de que era una constitución de hombre. El ancho de los hombros que se adivinaba, no parecía coincidir con la silueta normal de una mujer.

¿Sería su compañero de trabajo y amigo Felipe?

Si era él, podía estar tranquila, no era la primera vez que dormían juntos. Los gustos de Felipe coincidían con los de ella a la hora de buscar género humano para pasar una noche loca.

Todavía estaba con estos razonamientos cuando un brazo emergió de debajo de la sábana y se posó de un golpe sobre lo que Carlota imaginó que sería su cadera. Lo observó con minuciosidad. ¡Ese no era el brazo de Felipe! Su amigo tenía los brazos delgados con unas grandes manos que reconocería con los ojos cerrados. Y, además, el moreno intenso de ese brazo musculoso no correspondía con el color de su piel.

Entrecerró los ojos para enfocar la mano desconocida y se fijó en que llevaba una manicura muy bien cuidada. Fue subiendo por el brazo con lentitud para admirar cada uno de los músculos que se marcaban en él junto a unas prominentes venas. Para mayor perplejidad, se fijó en que estaba exento de vello.

«¡Ay, Dios! —exclamó para sí—. ¿Quién será? ¿Con quién he pasado la noche?» Debía conocerlo, puesto que el complejo hotelero llevaba una semana cerrado para albergar a los invitados a la boda de Raquel y Dante, así que debía ser

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