Un romance real

Laura A. López

Fragmento

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Capítulo 1

El periódico The West, anunciaba el matrimonio del afamado príncipe Robert Wilburg-Bergen, con una tal lady Coraline Hans, venida desde el Reino Unido para convertirse en la futura reina de Westland.

Westland, un país independiente de la mancomunidad de la reina Elizabeth II. Quienes lograron la independencia en 1900 fueron proclamados, como la nobleza de ese pequeño país de tamaño de Uruguay. Con cuatro millones de habitantes, habían logrado vivir de la agricultura y ganadería, convirtiéndose en un país rico y próspero.

Susan Culligan cerró el diario y lo arrojó al cajón. Adiós a sus sueños de ser cenicienta y casarse con un príncipe.

Los Culligan no eran una familia pobre, pero pertenecían a la clase media-baja. A sus padres les alcanzaba el dinero para enviarla a una de las mejores universidades del país, Saint Mary University.

Desde aquel periódico de octubre del 2010, habían pasado cinco meses y, como todo lo que pertenecía a la monarquía de Westland, ella lo coleccionaba.

Tenían las mismas costumbres de Inglaterra, suvenires por doquier del matrimonio real. Sería el primero que presenciaría desde su nacimiento.

—¡Ya tengo el vestido! —Sonrió sacándolo de un perchero para extenderlo en su cama—. ¡El tocado!

Se rebuscó el tocado en una caja redonda.

Su atuendo sería azul con un tocado y zapatos negros; pediría prestadas las perlas de su madre, y asunto arreglado.

El único inconveniente era cómo entrar. Le restaba importancia; iría en taxi hasta la capilla de Saint Gregory o al menos que la dejara cerca o mejor...

—¡Tengo la mejor idea de todas! —Mañana sería la boda real, y ella asistiría fuera como fuera.

Susan era entusiasta e inteligente, graciosa y revoltosa, nada de lo que la realeza era, pero a ella le interesaba. Sabía que para ella sería imposible llegar a conocer a los integrantes de la nobleza. La familia Wilburg-Berger, pertenecía a la estirpe más alta de Westland: eran los reyes.

—¡Susan, se te hará tarde para la universidad! —anunció su madre creyéndola dormida—. Oh, estás despierta.

—Es la víspera del casamiento del príncipe Robert; es emocionante.

—Susan, ¿tienes este vestido, los zapatos y el tocado para ver todo por televisión? Me parece innecesario.

—Si no te agrada que asista, aunque sea sentada frente al televisor, entonces déjame ver la boda real en la casa de Cynthia.

—Está bien, vete. Mañana es feriado.

—Ya iré a quedarme con ella esta noche...

—De acuerdo. Ahora vístete. —Su madre cerró la puerta y se retiró.

Ella tomó un bolsón y colocó todas sus ropas y también su elegante atuendo para la ceremonia a la que su mente le decía que debía asistir.

¿Quién no ha soñado con la elegancia de la realeza, con las fiestas de jardín, aquellas sábanas blancas y perfumadas cambiadas diariamente si fuera una de las princesas? Estaba segura de que cualquier dama estaría feliz de ser una princesa glamorosa.

Con aquel bolso con unas cuantas pertenencias, esperó el autobús que la llevaría hasta la universidad.

Su bulto era una verdadera molestia en hora pico, pero valía su sueño. Después de veinte minutos, bajó frente a la universidad y caminó hasta el pasillo de economía.

—¿Qué traes ahí? —preguntó Cynthia señalando el bolsón.

—¿Te echaron de tu casa? —cuestionó Vanessa, su otra amiga.

—No mis queridas amigas... Alguien va a quedarse esta noche en la casa de Cynthia —informó pícara, alzando una ceja.

—¡¿En mi casa?! No me habías dicho nada de que tuvieras esa intención.

—En realidad no iré a tu casa... Iré a otro lugar.

—Supongo que traes el vestido que compraste y el tocado —opinó Vanessa.

—Olvidas los zapatos, Vanessa.

—Es ridículo. Los guardias reales no te dejarán parar; te considerarán una amenaza para la familia real, aunque en realidad, ya pienso que eres una amenaza.

—¡Cynthia, necesito tu apoyo!

—Susan, las calles ya se han cerrado antes, nadie puede entrar o salir, salvo que sea para confesarse en Saint Gregory —explicó su amiga muy pasiva.

—Es descabellado que pienses en asistir. Te gastaste tus ahorros en esos accesorios para ir.

—Lo sé, Vanessa, solo estoy esperando cumplir mi sueño de ser estrella por un día; quiero estar ahí. ¿Qué simple mortal ha logrado ir a una boda real?

—Pues más bien pareces estrellada —se burló Cynthia con pequeñas risotadas.

Vieron al profesor acercarse y entraron al aula para iniciar las clases.

Estaba demasiado excitada como para concentrarse en la ley de la oferta y la demanda. Miraba por la ventana, imaginando cómo sería la boda.

Ella esperaba la sobriedad y elegancia a la que estaban acostumbrados con sus reyes, y ella adoraba cada gesto de austeridad que colocaban aquellos.

Si bien, como toda monarquía, eran mantenidos con los impuestos, los habitantes adoraban a la familia real; eran sencillos y también amables. No creían ser de otro mundo por ser nobles.

—Susan, debemos movernos a otro salón —avisó Vanessa a una viajante Susan, que estaba desarrollando una película en su mente.

El día completo lo pasó distraída, pensando en su plan para asistir.

Tenía todo fríamente calculado. Iría a casa de Cynthia, de ahí tomaría un taxi que la acercaría a Saint Gregory y luego caminaría con una mochila; pasaría desapercibida por los guardias y dormiría dentro de la iglesia, específicamente en un confesionario, donde nadie la vería.

Se cambiaría de ropa ahí y se arreglaría el pelo. Saldría como si nada hubiera pasado, sería una invitada más. Luego de participar en la boda, buscaría sus ropas y regresaría a su casa, fin de la historia.

Alrededor de las cuatro de la tarde, salió de la casa de Cynthia, donde almorzó; cargó su celular y mp4 para sobrevivir a la larga noche que la esperaba.

Tomó el taxi que la dejó casi a cinco largas cuadras de Saint Gregory. Tuvo la infinita paciencia, y las agallas para pasar por aquel lugar.

Cuando se dirigía a entrar en la iglesia, uno de los guardias uniformados con grandes sombreros en la cabeza, la frenó.

—No puede pasar, señorita.

—Pero, tengo una crisis de consciencia, necesito hablar con alguien.

—Lo lamento señorita, pero está prohibido el paso a la iglesia.

—Solo serán unos minutos y luego me iré. ¿Qué daño puedo hacerle al príncipe si él no está aquí? —indagó inocente.

El guardia la miró fijo.

—Que sean solo unos minutos...

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Capítulo 2

Ella pasó a su lado, bajó una rodilla en la entrada e hizo la señal de la cruz para que su pedido pareciera fidedigno.

Se metió a la capilla que estaban limpiando. Solo tenían permitido pasar, los limpiadores, decoradores, y los que habitaban la

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