Te elijo a ti

Pilar Piñero

Fragmento

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Capítulo 1

ELLA

¡¡¡No me lo puedo creer!!! Se ha acabado, cuatro años de lucha, infinidad de horas de estudio, noches en vela, nervios, deberes, trabajos, exámenes… ya sé, ya sé, solo he acabado la ESO, pero ha sido duro… Mis circunstancias personales no son las normales para una chica de dieciséis años.

Fui abandonada por mis padres cuando nací. Me dejaron en la puerta del convento de Santa Clara de Salamanca, que pertenece a la orden de las Clarisas o Franciscanas y, desde ese día, vivo aquí, ¿curioso, eh? Una chica de dieciséis años que vive en un convento y, como no podía ser de otra manera, me llamo Clara.

El día que las hermanas me encontraron, se enamoraron de mí al instante. El obispo estaba de visita en el convento ese día y, al ver la ilusión de las hermanas, decidió darles «la gracia y la bendición» para quedarse conmigo, haciéndolas responsables de mi educación hasta que tuviera los dieciocho años. Por supuesto, ellas aceptaron encantadas.

Mi vida aquí es rara a los ojos de la gente pero, para mí, es de lo más normal. He crecido rodeada de amor. Las hermanas han sido siempre unas excelentes madres y amigas. Me enseñaron todo lo necesario para ser una superviviente, para valerme por mí misma y para tener el valor de luchar por aquello que quiero.

De pequeña las llevaba por el camino de la amargura. Fui bastante traviesa y a menudo me perdía por el convento y tardaban horas en encontrarme. Corría por los pasillos, me metía bajo sus hábitos, les ponía ranas en las camas, cambiaba el pimentón dulce por el picante y el azúcar por la sal… todo lo que se me ocurría. Tuvieron una paciencia infinita conmigo y por eso las quiero con locura a todas.

Mi relación con ellas es excelente, aunque con la madre superiora, sor Aurora, choco un poco. Tiene un carácter bastante seco para mi gusto. Sé que me quiere, pero siempre tiene alguna queja de lo que hago, de lo que digo, de todo… y es muy seria; creo que nunca la he visto sonreír.

Entro por la puerta de las cocinas. Allí están mis dos soles: la hermana María y la hermana Ana. Son las mejores cocineras del mundo. Cocinan cada día para todas nosotros: quince hermanas, la madre superiora, yo y una veintena de niños de familias desfavorecidas que comen cada día allí, y para alguien más que siempre se apunta a última hora.

—¡He acabado, he acabado, ole, ole, ole! —digo bailando como una loca al entrar en la cocina.

—Ay, mi niña… mi corazón, mi cielo, ven aquí para que te abracemos, ven. Para de bailar, locuela… —Y me encierran entre sus brazos. Son tan buenas…

—Estoy muy contenta, hermanas, emocionada y orgullosa de mí misma. Mirad mis notas finales, vais a flipar.

—Esa boquita… —las dos miran mis notas con una sonrisa.

—Eres estupenda, lista y buena. Estamos orgullosas de ti, mi ángel.

—Muchas gracias, hermana Ana, vosotras sí que sois ángeles. Bueno, voy a ver a sor Aurora, aunque no sé si estoy preparada para ver su cara de…

—Clara, haz el favor de no hablar así de sor Aurora. Te quiere como si fueras su hija. Se va a alegrar mucho por ti. Ella está igual de orgullosa que nosotras. —La hermana María siempre tan conciliadora entre las dos.

—Sí, bueno, vale, voy. Ya os contaré. —Y me dirijo hacia su despacho.

Siempre está encerrada trabajando. Es incansable. Solo sale para comer y para orar con las hermanas. Llamo a la puerta y espero…

—Adelante, por favor.

—Hola, sor Aurora.

—Hola, Clara, ¿cómo te han ido las notas?

—Muy bien, tenga, véalo usted misma. —Y le entrego el boletín de notas. Lo estudia durante lo que me parece una eternidad.

—Bien. Todo excelente. Ya te dije que el esfuerzo tiene su recompensa. Muy bien. ¿Qué vas a hacer ahora? —Allá vamos.

—Pues, creo que merezco pasar un buen verano, sin libros de por medio, solo los que me apetezca leer, ir a la piscina con mis amigas, salir… disfrutar.

—Ya… la gandulería no es buena, Clara, y sabes lo que pienso al respecto, así que he pedido a la hermana Elo que te dé clases de refuerzo para que cuando empieces el bachillerato vayas por delante. Una buena base es importante para seguir aprendiendo —sentencia. Ya me olía yo algo así.

—Pero, sor Aurora, he trabajado mucho todo el año; quiero descansar y pasarlo bien. Me lo merezco. —Sé que va a ser inútil discutir, pero no me voy a rendir sin pelear.

—No seas vanidosa, niña; tienes que prepararte y lo vas a hacer.

—Uf… ¿Cuánto rato al día tendré que estudiar? —No sirve de nada discutir, es mejor acatar su orden.

—La hermana Elo dice que con dos horas diarias será suficiente. Los fines de semana los tendrás libres. El horario de estudio lo tienes que hablar con ella; ahí no me meto —Vaya, que raro…

—Vale, voy a hablarlo con ella. Gracias, sor Aurora.

—Clara… estoy muy orgullosa de ti. Cierra la puerta al salir. —Y ahora sí que me ha dejado con la boca abierta. Es la primera vez que me dice algo así. Le sonrío y salgo del despacho más contenta que unas pascuas.

La hermana Elo lleva solo tres años con nosotras. Era profesora en la facultad de Derecho canónico, hasta que decidió retirarse y venir aquí. Es una máquina, culta e inteligente y con un don para la docencia, pero su artritis la ha vencido y, aun siendo joven, tiene una movilidad muy reducida. Me enfada que sor Aurora quiera que estudie en verano también, pero será más llevadero hacerlo con la hermana Elo.

La encuentro en la biblioteca, como siempre, y hablamos de los horarios y del temario. Al final quedamos en que haremos una hora y media lectiva diaria y media hora de «tutoría», o sea, hablar de lo que nos venga en gana. Es una trampilla sin importancia, así sor Aurora estará contenta y yo también.

Esta tarde voy a salir con mi grupo de amigas. Hemos organizado una fiesta en casa de Irene. Vive aquí cerca, a cinco minutos. Sus padres son benefactores del convento y por eso tengo el beneplácito de sor Aurora para ir.

No salgo mucho y de chicos cero, pero en eso no tiene nada que ver el lugar en el que vivo. Es por convicción propia. No me interesan ni los chicos ni la fiesta, pero hoy es especial y por eso quiero ir.

Me pongo unos tejanos cortos, una camisa sin mangas y unas sandalias que me encantan. Seco la maraña de pelo con el difusor. Con espuma mis rizos castaños quedan geniales. Me pongo un poco de brillo de labios y nada más. Nunca uso maquillaje ni rímel porque tengo unos ojos verdes demasiado grandes para mi gusto e intento disimularlos. Un último vistazo en el espejo antes de irme. Me doy el visto bueno y salgo de mi habitación, porque yo tengo una habitación, no una celda como las hermanas, y mi cuarto es precioso, luminoso y muy grande, además de tener un baño para mí sola.

Cuando voy por el pasillo saltando y canturreando, me llama sor Aurora.

—Clara, por favor, quiero que vengas a las nueve y media, y no hagas nada reprobable. ¿De acuerdo? —¡Guau! Media hora más tarde de lo normal.

—¡Muchas gracias, sor Aurora, ni un minuto más tarde! Y no se preocupe: seré buena. —Le doy un beso en la mejilla y salgo dando saltitos de alegría.

La hermana Asunción —Asun como yo la llamo— me aco

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