Solsticio de invierno

Luciana V. Suárez

Fragmento

solsticio_de_invierno-3

1

Un mes antes del solsticio de invierno

Hope Givens sabía que algo malo estaba a punto de ocurrir, lo supo cuando la mañana anterior había encontrado un cuervo posado en la ventana de su dormitorio, que la estaba mirando fijamente. Esos pájaros nunca traían noticias buenas, eso le había enseñado su madre cuando era pequeña, y desde entonces todas las veces que había visto uno era justo antes de que algo malo pasara.

También lo supo cuando quiso preparar una sopa de calabazas y esta comenzó a disolverse en grumos de la nada, su madre también le había dicho que aquello era signo de malos augurios.

Además lo supo cuando soñó con su madre tres noches seguidas; no había soñado con su madre tanta frecuencia desde su muerte y esta siempre le había dicho que, cuando una persona soñaba con un muerto de manera continua, eso significaba que la estaban tratando de prevenir de algo malo.

Algo iba a ocurrir, algo no muy bueno, algo que de seguro estaba relacionado al solsticio que llegaría con el invierno. Todos los lugareños estaban alarmados por eso y no hacían más que hablar al respecto, pero a ella la tenía sin cuidado aquello, lo que tuviera que ocurrir ocurriría al final; claro que no podía hacer caso omiso a las señales o al hecho de que algo malo se avecinaba, pero bien sabía que tras ello la vida continuaría, el mundo no se acabaría y todos seguirían adelante después. Así que trató de concentrarse en su trabajo, que era lo único a lo que tenía que aferrarse en la vida. Ya no tenía madre, había muerto hacía dos años tras una larga enfermedad; tampoco tenía padre, lo había tenido alguna vez, pero se había ido lejos y nunca regresó, por lo que su imagen se había difuminado con el tiempo, como una fotografía que va perdiendo color. Cuando le había preguntado a su madre por qué ya no lo veía más, esta le había dicho: «Es un hippie, y los hippies tienen almas nómadas, por lo que no se quedan en ningún lugar, no echan raíces, solo van a donde la corriente los lleve».

Hope no tenía hermanos u otros familiares, tampoco tenía amigos, apenas unos conocidos a quienes veía a diario, dado que trabajaban en la misma cuadra en donde ella tenía su tienda, pero no sabía si podía llamarlos amigos, porque no compartía secretos con ellos, así que todo cuanto tenía era su trabajo y su casa en el bosque; también había adquirido una gata callejera tras la muerte de su madre, y ya tenía un perro cuidador, que se llamaba Alfalfa, que su madre le había obsequiado cuando había cumplido diez años, así que ellos le hacían buena compañía.

No podía quejarse mucho de su vida, dado que había muchas cosas de ella que le gustaban, como su trabajo, por ejemplo, el cual había encontrado hacía un año y medio atrás cuando reparó en la cantidad de hierbas y plantas medicinales que tenía en el jardín de su casa y se dio cuenta de que podía hacer algo provechoso con ello.

Le gustaba su casa; a pesar de que no fuera inmensa, tenía diez dormitorios en total y era cómoda, y le agradaba que estuviera situada en el bosque, ya que allí prácticamente no había edificios, todo era pacífico y la vista era idílica (por lo menos para sus ojos), puesto que estaba rodeado de árboles, matorrales y hierbas, además de que en invierno había ciervos y en verano luciérnagas, y había que añadir que aquello era todo cuanto conocía, porque había vivido allí desde que había nacido y nunca había ido a otra parte que no fuera el pueblo.

Hope había leído acerca de otros lugares de su país, había visto fotografías e imágenes de todos ellos en libros y en la televisión, pero le parecían lugares exóticos y extranjeros, y casi imposible de conocerlos, ni siquiera conocía Hartford, la capital de su estado. Hubo una época en que solía imaginar que visitaba otros lugares, tal vez Los Ángeles o Miami, pero la ciudad que más ansiaba conocer era Manhattan, con todos esos rascacielos y parques inmensos, le parecía que era una ciudad fantástica. Se imaginaba caminando junto al jardín conservatorio en Central Park, patinando en la pista del Rockefeller Plaza (aun cuando no supiera patinar, dado que nunca había tenido patines), o simplemente admirando una ciudad llena de habitantes, con un tráfico tan atestado de vehículos a punto de colapsar, cosas que en Langsfield Field jamás había visto y jamás vería, ya que era un pueblo en donde siempre había lugar de sobra para estacionar y en el cual la población apenas llegaba a los dos mil habitantes.

De todas maneras, esas fantasías eran más intensas cuando era niña; con el paso del tiempo habían comenzado a diluirse, no era como si ahora ya no tuviera ansias de viajar y conocer otros lugares, pero ya no pensaba en ello de manera consciente, tal vez porque se había vuelto más práctica, era adulta y cada día representaba un desafío en su vida, porque su trabajo lo era todo, era su vida prácticamente, de lo contrario no podría subsistir, y hubo una época, tras que su madre muriera, que le había costado hacer durar el poco dinero que tenía; su madre le había dejado unos ahorros que guardaba para emergencias, pero no le duraron demasiado, dado que no era mucho, de todos modos, así que Hope se vio en la obligación de escatimar en algunas cosas, como ropa o comida. Gracias a su madre, se había vuelto experta en diseñar atuendos, ya que esta solía ser costurera y le había enseñado a diseñar prendas y, en cuanto a la comida, por casi un año tuvo que alimentarse de huevos de la pequeña huerta que tenía en el patio trasero, así como de verduras extraídas de allí y frijoles; todos eran productos que provenían de su propia tierra, ya que casi no tenía dinero para comprar comida en el pueblo y lo poco que le quedaba prefería guardarlo para emergencias. Tenía suerte de que aquella tierra fuera fértil, a tal punto de hacer brotar todas las verduras y especias en épocas en que no se suponía que crecieran. Aun así, una vez se vio en la obligación de sacrificar un venado; no lo hubiera hecho, pero el venado ya estaba mal herido porque un cazador le había disparado, así que ella solo agilizó su partida matándolo con una escopeta; cerró los ojos al hacerlo, dado que de lo contrario no habría podido matarlo. Nunca antes le había disparado a nada que no fuera una tabla o cualquier cosa plana como práctica, puesto que su madre le había dicho que debía saber cómo manejar un arma, ya que siempre debían estar preparadas por si el peligro las acechaba. Así que una vez que el animal estuvo muerto, Hope lo cocinó y lo comió con algo de remordimiento. Aun cuando todas las carnes eran animales antes de ser conservadas y cocinadas, no pudo evitar sentirse mal por un animal tan indefenso. Esa noche incluso lloró por ello antes de dormirse mientras recordaba la imagen del animal desangrado en su mente. Pero el hecho es que parte de haberlo comido era que hacía más de un año que no comía carne, y no porque fuera vegetariana, sino porque no podía permitírselo, aun así pensó que, antes de sacrificar un animal (aun cuando estuviera mal herido) solo para poder comer de nuevo carne, era mejor seguir alimentándose de verduras.

Un buen día, mientras estaba arreglando su jardín, se puso a ver la cantidad de verduras y hierbas que crecían en su huerta; eran muchas y todas se veían rozagantes. Recordó que una vez la señora Joyce, una mujer setentona que tenía una tienda en la misma

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos