Lo que te conté cuando nadie nos veía

Mavi Tomé

Fragmento

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Prólogo

Siempre me han acusado de timidez excesiva. Siempre me han dicho que pienso demasiado antes de actuar y que, en ocasiones, cuando doy el paso de hacer o decir algo, parezco forzada a ello. Algunos parecen confundir el silencio con la ausencia de palabras o de inteligencia. Parecen no entender que no hablo a no ser que tenga algo que decir y, si por el contrario, lo que tengo que decir no es bonito, lo mejor es callarme. Es una máxima universal: «Si lo que tienes que decir no es más bonito que el silencio, mejor cállate».

También dicen que tengo poca personalidad al decir a todo que sí, me guste más o me guste menos. Me acusan de falta de criterio al no querer dar mi opinión sobre determinados planes y no es por falta de ganas. Hace tiempo descubrí que, en ocasiones, no merece la pena iniciar una discusión con aquellos que no van a entender tu postura o tus gustos, con aquellos que actúan más por impulsos y guiándose por sus gustos personales que ni tan siquiera pueden reparar en los ajenos.

Es por eso por lo que hoy me encuentro aquí, en esta oscura ciudad de Southampton, bajo un cielo gris y cargando dos maletas.

No sé por qué demonios he accedido a ello... O mejor, dicho: sí que lo sé.

Formamos un grupo realmente extraño: ellas, con unos cuernos adheridos al pelo por medio de una diadema, sus jerseys de color rojo y sus gritos; yo, vestida de blanco por imperativo categórico, con una especie de banda que me cruza el pecho diagonalmente y con el letrerito de «Novia a la Fuga». No sé a qué viene señalarme como tal... Empiezo a pensar que hubiera sido más fácil la típica despedida de soltera. Esa en la que te llevan a un local indeterminado situado en el polígono o en Torremolinos, donde los pasteles con forma fálica (¡por Dios, qué asco me dan!) y unos machos con abdominales más o menos definidos se acercan por tu mesa para hacerte pasar el mayor ridículo de tu vida. Bien saben que no me gustan esas cosas, lo admito, pero hacer un crucero por los fiordos para decirle adiós a mi soltería es excesivo.

Recuerdo cuando me lo dijeron, hará cosa de dos meses...

Estaba en el piso de alquiler que compartíamos David y yo. Ya hacía tiempo que habíamos comunicado a nuestros amigos y familiares que nos casaríamos en verano y muchos ya hacían cábalas sobre nuestras despedidas. Prometían que ambas serían tan legendarias que se nos quitarían las ganas de casarnos, aunque nosotros nos limitábamos a sonreír quedamente. Ambos somos de naturaleza tranquila y no está en nuestro ánimo el alterarnos.

No obstante, ese día estuve a punto de perder los nervios.

—¡El viaje de tu vida, Sofía! —decía Cecilia, a voz en grito.

Yo alcé la vista para mirarla, mientras le servía un té que había hecho a la bulla, cuando las ocho se presentaron en nuestra casita rompiendo con la monotonía de una tarde que habíamos pensado dedicar a avanzar preparativos.

Junto a ella, las demás estallaban en carcajadas y hablaban entusiasmadas, interrumpiéndose las unas a las otras. No podía enterarme de nada, por lo que intenté llamar su atención con un «¡chicas!» que me salió del alma.

—Os agradezco las molestias que os tomáis, pero entre la boda y la luna de miel, ya se nos va de las manos el presupuesto. No voy a embarcarme en un crucero de ocho días si no puedo pagarlo.

—Por eso no te preocupes —intervino Gema, muy resuelta—. Tus padres han dicho que ellos te regalan la escapada.

—¿Cómo...?

—Y David también ha puesto algo de su parte —siguió Lucía, aludiendo a mi prometido.

El hombre de mi vida sonrió. Sobre sus mejillas aparecieron un par de hoyuelos bajo una incipiente barba que le daba un aspecto rudamente atractivo. Me encantaba despertar a su lado y acariciar su mejilla con la nariz para sentir su picor. Me hacía cosquillas... Y a él también... Siempre me ha apasionado esa sonrisa en la que se mezclaban la inocencia y la picardía de los pocos años.

Me senté a su lado, en la silla que había dispuesto para mí al otro lado de la mesa. El privilegio de ocupar el sofá lo habíamos otorgado a nuestras inesperadas invitadas, que comían cupcakes y galletas caseras a dos carrillos y reían a partes iguales que masticaban.

Él me cogió de la mano y fijó su mirada en mí.

—Sabía que un crucero por los fiordos era uno de los viajes que deseabas hacer y también sé que en la luna de miel declinaste por darme a mí el capricho de visitar Tailandia —dijo David.

—No debes tomarlo como una derrota. En realidad, Tailandia es un destino que me apasiona...

—Sofía —agarró mis manos y se las llevó a la boca—, solo quiero que tengas la mejor despedida de soltera del mundo y que la recuerdes con todo el cariño del mundo.

Sus labios rozaron mis manos. Cada vez que me besaba o me acariciaba, sentía un escalofrío que me recorría de la cabeza a los pies. Una especie de calor que anidaba en mi bajo vientre y me inspiraba pensamientos sucios en la cabeza. Él siempre sabía dónde tocarme, qué decirme para hacerme querer pasar el rato entre las sábanas y aprisionarlo entre mis piernas. Pero allí, delante de mis amigas, no podía dejar que mis sentimientos salieran a la luz. Me limité a tragar saliva, mientras la pandilla nos jaleaba.

—¿Para cuándo queréis que nos vayamos? —pregunté.

—Para principios de junio —contestó Lucía.

—¡¿Junio?! ¡¿Estáis locas?! ¡Eso es solo un mes antes de la boda! Voy a estar liadísima...

—No te preocupes —intervino David, sabedor de que aquello podría ser similar a la erupción del Vesubio—. Solo estarás fuera semana y media, y te prometo que para esas fechas ya tendremos listo prácticamente todo. Tú solo tendrás que ir y divertirte.

Iba a negarme por primera vez en mi vida. Iba a decir que aquello me parecía una locura, que no estaba para nada de acuerdo con marcharme de picos pardos mientras en Málaga se estaba gestando un acontecimiento que deseaba que saliera perfecto. No obstante, mi inicial reticencia mutó al mirar los ojos negros de David. Sabía por qué lo hacía, sabía que quería hacerme el mejor regalo de toda mi vida, en forma de aquel viaje por mí tantas veces soñados. Ojalá hubiera sido a su lado, pues era el mejor compañero de viaje que nunca hubiera podido soñar. Pero también tenía ganas de pasar aquella última aventura con mis amigas, lejos de ojos conocidos y dedicadas a pasarlo bien.

Lo que no podía sospechar es cómo cambiaría aquel viaje toda mi vida...

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Capítulo 1

NUBES NEGRAS SOBRE UN DESTINO BRILLANTE

Del diario de Sofía, 6 de junio de 2016. Vuelo de Norwegian Málaga AGP–London Gatwick.

Siempre me han dicho que me conformo con poco, que no soy capaz de luchar por lo que quiero con tal de no salirme de mi zona de confort.

Me llaman cobarde y puede que lo sea, si por cobarde entienden no habl

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