Talamh

Lisa Aidan

Fragmento

talamh-2

Capítulo 1

—Padre. Padre, por favor. Por favor, no lo hagas.

Los troncos crepitaban en el hogar detrás de los grandes tronos de madera tallados para el rey y la reina situados uno al lado del otro, a cierta distancia, permitiendo que el calor los alcanzara a ambos. Cailin rogaba de rodillas postrada ante el trono que su padre, Mordrain, regentaba. Las puntas desiguales de su cabello ondulado recién cortado como protesta por el encierro injusto de Cumha, el lobo que le hacía compañía desde niña, se mecían ante sus ojos. Todo porque había salido de las murallas para internarse en el bosque en busca de raíces que la sanadora necesitaba.

Se encontraban en el gran salón, el centro de su poblado; una construcción donde toda su gente se reunía antes y después de una batalla, para las asambleas, celebraciones o para tratar algunos asuntos como discordias vecinales, disputas familiares y demás. Era una edificación de madera de dos plantas. La inferior, diáfana, tenía dos hogares; el que se encontraba tras los tronos de los reyes y otro hacia la mitad, en la pared que quedaba a su derecha en esos momentos. La superior consistía en una plataforma con diversas habitaciones y un pasillo que rodeaba toda la sala inferior, lugar desde el que los niños solían observar sujetos a los postes de la barandilla todo lo que ocurría abajo dejando que los pies colgaran por el hueco entre ellos. El tejado estaba hecho con troncos, ramas y capas de hojas y heno seco sujetos entre sí con cuerda, como el resto de construcciones del poblado amurallado en lo alto de la colina en el que vivían.

—Es necesario —manifestó el rey moviendo una mano haciendo que Keller, su escudero, y el resto de mozos que había por allí los dejaran a solas.

—No, padre. Por favor. Lo prometiste —recordó la muchacha en un último intento por hacerlo entrar en razón—. No me hagas esto. No puedes.

—¡Ya basta, Cailin! Está hecho —sentenció él—. Van a venir y decidiré quién será mi heredero.

—¡Tu heredero soy yo! —Estalló presa de la ira y de la impotencia—. ¿No lo ves? —continuó en un tono más bajo—. Soy una de tus mejores guerreros. No hace falta todo esto —expuso presa de la desesperación.

—Pequeña, si solo pudieras entender...

La voz de su progenitor se suavizó un tanto. La joven levantó la cabeza y sus miradas se encontraron.

—Padre, te lo advierto —continuó Cailin recomponiéndose al ver que no había forma de que la escuchara ni de hacerle comprender—. No pienso casarme —afirmó contundente—. Si sigues adelante con esto, no respondo.

—No me amenaces —gruñó el hombre inclinándose hacia ella provocando que el collar de oro forjado y retorcido que terminaba en dos extremos redondeados tintineara al chocar con la garra de oso que tenía anudada con un cordón alrededor del cuello, recordatorio de su poder y fuerza.

—Quieres un heredero —murmuró—, que tenga un hijo, ¿no es verdad? —Se puso en pie, no se arrodillaría de nuevo pidiendo una clemencia que no iba a recibir—. ¿Por qué no puedo tener para mí la misma libertad que tiene el resto de nuestro pueblo?

—¡Porque tú eres una princesa, tienes otras obligaciones! —Espetó el hombre controlando su furia.

El rey Mordrain lucía una melena salpicada de grises desde hacía muchas estaciones; su pelo continuaba fuerte, pero cada vez era más blanco y menos oscuro. Ambos tenían el mismo tono de cabello, un castaño rojizo que dejaba entrever mechones rojos bajo la luz del sol; con una diferencia, los ojos de él eran oscuros y los de ella verdes, como los de su madre, la reina Eara.

—Si haces esto, bien puedes cortarme en dos con tu espada, lo mismo es —señaló enfrentando a su padre.

—¡Cailin!

El rey se adelantó dejando atrás el asiento que ocupaba. Era consciente del enfado que sus palabras produjeron en él, pero también podía ver la determinación en sus facciones.

—¿¡Qué?! ¡Es lo mismo! —replicó alzando la voz de nuevo—. Me condenas a una muerte segura —manifestó furibunda—. ¡Mira a mamá! —Gesticuló señalando el trono vacío que había ocupado la reina, su madre, en vida.

El bofetón que recibió con el dorso de la mano resonó por todo su cuerpo del mismo modo que lo hizo en la estancia. Uno y otra se observaron con el horror dibujado en las pupilas. Su padre jamás le había puesto una mano encima. Hasta entonces. Levantó la cabeza y dirigió una mirada orgullosa a su progenitor y rey al tiempo que enderezaba la espalda.

Con un resoplo similar a un gemido el hombre alzó la mano despacio hacia ella tratando de alcanzar el lugar golpeado. Cailin podía ver el dolor que su propia acción le había causado, muy similar al infligido, pero no estaba dispuesta a perdonar la afrenta; dio un paso atrás alejándose de él, dejando sus dedos alzados en el aire sin que llegara a rozarla. El rey bajó el brazo al momento y sin decir una palabra pasó despacio a su lado. Escuchó el sonido de sus pasos abandonar el gran salón mientras permaneció allí, de pie, con el corazón atronando, herido, y la humillación todavía latiendo en el rostro.

La lluvia empapaba todo desde hacía varias noches, tres lunas habían pasado sin que cesara de caer agua del cielo propiciando que se formaran pequeños riachuelos y charcos de barro por todo el poblado.

—Lean. ¡Eh, Lean! —Toran, su segundo al mando, cruzaba el patio llamándolo.

Él se encontraba en una de las torres de la empalizada que rodeaba y protegía a su gente, vigilando el movimiento por el norte de sus tierras, desde donde solían recibir más ataques e incursiones. Había sido elegido el Ceann de su tribu, era el hijo del anterior líder, pero ese no fue el motivo por el que lo eligieron; bien podrían haber escogido a cualquier otro miembro de su familia para el puesto. Su gente lo eligió porque era uno de los mejores guerreros que tenían. Y como tal sería el encargado de protegerlos de los ataques de los líderes de las tribus que poseían las tierras colindantes con las suyas.

En especial de Melkart, el infame gusano que mató a Wotan, su padre; un hombre sin escrúpulos, capaz de las mayores atrocidades. No eran pocas las granjas y pequeñas aldeas que había saqueado dejando un rastro de muerte y destrucción tras de sí. Pero eso no era lo peor, lo que les hacía a los más débiles era perverso; mutilados, humillados, algunos de los supervivientes incluso pedían la muerte.

No obstante, sus otros vecinos no se quedaban rezagados, Heck y Bac eran dos de ellos. El primero había usurpado la dirección de la tribu del oeste mediante el asesinato del anterior Ceann; se impuso a los demás pretendientes bajo la amenaza de matar a cualquiera de ellos. El segundo era heredero legítimo, sin embargo, igualaba a Melkart en su falta de escrúpulos. El hombre mataría o vendería a cualquiera de los suyos con tal de conseguir lo que fuera que se propusiera.

Cuando no se atacaban y saqueaban entre ellos, incursionaban en su territorio. Llevaba toda la vida en guerra con cada uno de ellos, desde que tuvo edad para sostener una espada. Ansioso por mantener a su familia a salvo, su progenitor, Wotan, alzó una muralla doble alrededor de la colina, sobre la que se asentaba su poblado, hecha de piedra y madera, recubierta de tierra compacta, además de mandar construir su propia re

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