Prólogo
Hola, me llamo Tere y soy la campeona de beber tequila a morro de la botella del grupo JB, Jueves Borrosos. Claro que, para ser justos con la realidad, mi vida lleva siendo borrosa desde que cumplí los dieciséis años, más o menos. Al terminar el instituto, me matriculé en Filología germánica, que me diréis qué mierda se me había perdido a mí leyendo a Nietzsche o a Goethe. ¡Pues un tío! El Charlie, para ser exactos. Un cerebrito de mucho cuidado, pero al final lo nuestro no funcionó, él era demasiado buenazo, y yo necesitaba más marcha en aquella época.
Así que caí de cabeza en los brazos del Luismi, que tenía los ojos más verdes y la moto más trucada de todo Vallecas. Y yo creo que ahí fue cuando mi vida empezó a desmoronarse, aunque no fuera consciente de ello. El Luismi me convenció para dejar la carrera e irnos a recorrer Europa en moto, y a mí eso me sonaba a lo más romántico que me hubiera propuesto nunca nadie. Si no fuera porque me dejó tirada en Dinamarca para irse con una danesa y yo me quedé más sola que la sirenita de Copenhague y con los pezones como para cortar vidrios del frío que tenía. Además de que no llevaba ni un duro porque el tío era un desgraciado, pero de tonto no tenía ni un pelo, y se marchó con la rubia y el dinero que teníamos para continuar el viaje.
Así que me vine desde Dinamarca a Madrid haciendo autostop hasta que en Perpiñán apareció un ángel enviado por el mismísimo Dios: el Jhony. Imagínate lo que yo sentí cuando abrí la puerta del Opel Corsa y me veo a un tío con el pelo tintando de rubio canario, una letra china tatuada en el cuello, tres pendientes en una oreja y un cigarrillo en la otra. Y como banda sonora: Estopa. Decidme la verdad, vosotras también estáis mojando las bragas ahora mismo, ¿a que sí? Y además, de Carabanchel, que no es tan buen barrio como Vallecas, pero que tiene un pase.
Y desde aquel día hemos estado juntos. Yo perdí mi beca por irme a mitad del curso, y desde entonces, he ido tirando con trabajillos aquí y allá porque el Jhony no es de los que trabaja. Él es más de quedarse en casa jugando al Fortnite, que dice que es ahí donde está la pasta ahora. Yo no sé si será verdad, solo sé que en diez años no lo he visto cotizar ni tres meses en total y la única pasta que ha traído a casa son los fideos del chino pagados con mi dinero. Pero es que además conseguía meterme en problemas con mis jefes y me han echado de más de un empleo por su culpa.
Y eso nos lleva a la noche de Halloween, cuando mi vida dio un vuelco en todas las direcciones posibles. Me habían echado del trabajo por culpa del Jhony y además él se había gastado el dinero que teníamos ahorrado para hacerme una inseminación in vitro en un clínica privada en carreras de hurones, que, según él, iban a desbancar a las carreras hípicas y de galgos. El caso es que por primera vez abrí los ojos y lo vi como de verdad era: un inútil aprovechado que no ha dado un palo al agua y con el que yo había perdido una década de mi vida.
Así que tomé la única decisión razonable en esos momentos: irme al chino a cogerme la cogorza de mi vida, porque de verdad que necesitaba olvidar esos últimos años en general y este último día en particular.
Pues Dios debe tener un sentido del humor muy retorcido porque en el chino Juan solo quedaba una última botella y tuve que pelearme por ella con dos zumbadas. Una ni disfrazada podía ocultar que era una especie de monja carmelita, y la otra una niña de El exorcista de mercadillo. Que me diréis, ¿qué pintan dos mamarrachas como esas en un sitio con tan buen renombre como el chino Juan? Menos mal que yo iba de bombera sexy para animar un poco la cosa y subir el nivel que esas dos habían dejado por los suelos.
Pero vamos, que yo les dije a esas dos señoras muy educadamente que me dieran la botella, que yo la había visto primero, y se me pusieron chulas las dos. A mí. En mi chino. Con mi botella. Una cosa os voy a decir, no les reventé la cabeza a patadas porque el chino Juan vino a repartir sabiduría oriental como si fuera el puto maestro de Karate Kid, que si no a esas las recogen con cucharilla los del Samur. Pero es que encima nos fuimos a emborracharnos a un parque y allí apareció una tipa con la vida sexual más desastrosa que se puede imaginar, y otra disfrazada de unicornio. ¡Un cuadro!
Pero el caso es que compartir esa botella nos unió más de lo que yo me esperaba, y ahora esas cuatro zumbadas son como de la familia. Y eso en Vallecas significa mucho. Porque, parafraseando a la gran filósofa de nuestra era, la todopoderosa Belén Esteban, «yo por mi familia mato. MA-TO».
Si este jueves no tenéis nada que hacer, pasaos por nuestro grupo. Solemos dejar una silla vacía por si hay alguna mujer que necesite borrar su día a base de beber en buena compañía.
Capítulo 1
El metro iba a reventar, como cada día en hora punta, y yo notaba como un señor con barriga se pegaba demasiado a mí y me olía el pelo. Iba a darme la vuelta y soltarle un tortazo cuando me vino a la cabeza la imagen de Chus hablando de perdonar y de ser mejores personas. Así que respiré hondo, conté hasta diez y me dije que haciendo eso me estaba ganando un lugar en el cielo. Yo estaba poniendo de mi parte, de verdad que sí, pero entonces el otro mamarracho se acercó aún más y ya no lo pude resistir.
—Esta experiencia que muestra oliendo pelo es por aspirar coca, ¿a que sí? —Lo dije suficientemente alto como para que todo el vagón lo oyera.
—Yo… Esto… Eso no es así.
—¿Qué no es así? ¿Lo del pelo o lo de la coca?
La carcajada en el vagón fue general. Se bajó en la siguiente parada, yo no sé si era la suya, pero reconozco que me alegré cuando se alejó. No lo puedo negar, soy impulsiva, pero últimamente la cosa iba a peor. Desde que me echaron del curro por culpa del Jhony, había ido encadenando trabajillos de mala muerte que no duraban más de un mes y que pagaban en negro la mayoría de las veces. Tenía algo de dinero ahorrado en una cuenta de la que el inútil de mi ex no tenía ni idea, e iba resistiendo gracias a eso, pero se acabaría pronto y empezaba a notar la urgencia de encontrar un trabajo mejor.
Y luego estaba el otro tema… Llevaba una eternidad sin sexo. No me juzguéis mal, pero llevaba… No, no lo puedo decir, que me da vergüenza. Bueno, estamos entre amigas y no iréis con el cuento por el barrio. Llevaba un mes sin sexo. ¡Ya lo he dicho! A vosotras os puede parecer poco, pero para mí estaba siendo un infierno. Porque el Jhony sería un vago sin futuro, pero en la cama cumplía como un campeón. Y a mí en una época mala me tocaba cada dos días como mucho, así que imaginaos cómo estaba, llevando un mes entero sin mambo. Pues que me subía por las paredes. Y eso lo estaban notando hasta los del metro que iban conmigo y no me conocían de nada.
La siguiente parada era la mía; a ver si la suerte se ponía un poquito de mi lado, que ya me iba tocando. Tenía una entrevista de trabajo para ser camarera en un bar en la otra punta de Madrid. Se me iba a ir medio día en el metro para llegar, pero al menos el horario no era muy malo y me declaraban a la Seguridad Social. En esos momentos de verdad que no pedía más.
***
Llegué a la entrevista con diez minutos de adelanto. El sitio por fuera parecía un tugurio de mala muerte anclado en los años setenta. Letrero luminoso al que le faltaban letras, fachada de ladrillo visto y cáscaras de pipas en la puerta. Pero es que por dentro la estampa no mejoraba lo más mínimo. Mis botas de cuero hasta la rodilla hacían chof chof con cada paso que daba al quedarse pegadas en la grasa del suelo, las botellas de anís se alineaban enhiestas detrás de la barra, y un poster del Fary presidía la estancia. ¡El Fary! Yo soy de Vallecas y eso me pareció una cutrez hasta a mí. Conté no menos de cuatro vasos de tubo en la barra, seguramente sin lavar. Suspiré tratando de calmarme recordando lo que me habían dicho las chicas:
«Sé siempre cortés y educada.»
«Habla de tus cualidades sin decir ninguno de tus defectos.»
«Sonríe y sé tú misma.»
«Actúa como si el puesto ya fuera tuyo.»
«No te lo imagines desnudo.»
Este último consejo fue de Vero. Ya no le pasa eso de ver a los tíos en bolas, pero me lo recuerda cada vez que tengo una entrevista, por si acaso. Yo creo que es por nostalgia de aquellos tiempos antes de encontrar al macizorro de Óscar.
—¿Hay alguien? —pregunté mientras me adentraba un par de pasos más al ritmo del chof chof de mis botas.
Un señor de unos cuarenta y largos salió de detrás de la barra. Llevaba una camisa de cuadros abierta hasta el pecho y una medalla de oro de la Virgen relucía entre el vello pectoral. Le sobraban al menos veinte kilos y la camisa estaba marcada debajo de las axilas por el sudor. No se parecía en nada, pero pensé en Torrente apatrullando la ciudad y esbocé una sonrisa.
—Sí, es aquí. ¿Has venido por la entre…?
El tío se quedó callado y me dio un repaso que parecía un crítico de arte frente a un cuadro del Thyssen. Es verdad que yo me había vestido para causar buena impresión y llamar la atención: llevaba un top blanco que dejaba al descubierto el piercing de mi ombligo, unos pantalones negros muy, pero que muy ceñidos y unas botas de cuero por encima de la rodilla. Anisi me dijo que la combinación de camisa blanca y pantalón negro era una buena opción para una entrevista de trabajo y yo le hice caso. Pero como no tengo camisas, porque me parecen cosas muy viejunas, me puse un top. Tampoco se nota tanto la diferencia, ¿verdad?
—Sí, por la entrevista —le dije completando la frase porque no me apetecía seguir perdiendo el tiempo.
—Pasa a mi despacho. Es por aquí. —Señaló una puerta que estaba tan sucia que se camuflaba perfectamente con el resto del local.
Le dejé que la abriera él por miedo a contraer cualquier enfermedad que debería estar erradicada desde la Edad Media.
El despacho detrás de la puerta era exactamente como me lo imaginaba, igual de cutre que el resto. Una portada del Marca del año noventa y ocho mostraba a los jugadores del Madrid sosteniendo la Champions. Disimulé mi disgusto al ver esa foto enmarcada, no me gusta demasiado el fútbol, pero, como cualquiera en mi barrio, soy del Rayo a muerte. Un calendario Playboy había detenido el tiempo en el año dos mil dos con una conejita desnuda en la foto del almanaque. Había una pequeña pecera, de esas redondas, con un simpático pececillo naranja dando vueltas sin parar.
—Siéntate —me dijo señalando una silla roñosa—. Soy Eduardo, el dueño.
—Soy Teresa. —No hice amago ni de darle dos besos ni de estrecharle la mano.
Me senté en silencio esperando que fuera él quien comenzara la entrevista, pero viendo que sus ojos no salían del canalillo de mi escote decidí tomar la iniciativa.
—En la oferta se menciona el horario, pero no se dice nada del sueldo.
Eduardo se pasó la lengua por los labios y sus ojos brillaron.
—Verás, esto es un negocio familiar, como habrás podido ver. Nuestros recursos son limitados, pero siempre se pueden negociar… Ejem… Bonificaciones especiales.
—¿Por traer nuevos clientes? ¿Es algo así como los relaciones públicas de las discotecas?
—No exactamente.
Lo miré ceñuda y él se revolvió incómodo.
—No es nada ilegal, si es lo que te estás preguntando. Simplemente, estaría bien que de vez en cuando limpiaras el local. Se te pagaría un plus, por supuesto.
—¡Ah! Perfecto, me estabas asustando. Claro, sin problema, a mí no se me caen los anillos por coger un mocho y una escoba. La verdad es que al suelo de fuera le vendría de perlas una limpieza a fondo. ¿De cuánto estamos hablando?
—Pues serían quinientos más al mes por la limpieza.
Me atraganté con mi propia saliva. ¿Quinientos eurazos solo por pasar el plumero y fregar el suelo? Lo hubiera hecho por menos, pero recordé lo que me dijo Anisi.
—Seiscientos.
Eduardo sonrió.
—Claro que hay una condición.
Fruncí el ceño, ya sabía yo que no podía ser todo tan bueno.
—Tienes que limpiar desnuda. O solo con un delantal si es que eres muy pudorosa.
Me levanté de un saltó y la pecera se tambaleó sobre la mesa.
—¿Pero de qué vas, tronco?
—Te pagaré los seiscientos, incluso seiscientos cincuenta, si quieres.
—Lo que quiero es que se entere tu mujer de lo que me acabas de proponer —le solté, señalando el anillo que llevaba en el dedo anular.
El golpe pinchó en hueso, pues escondió la mano tras la espalda rápidamente.
—Venga, no me dirás que no es un buen plan. Además, con la ropa que llevas es como si fueras ya medio desnuda, así que no habría tanta diferencia. No me digas que vas ahora de santurrona, tienes pinta de ser una guarrilla.
Vi la lascivia en sus ojos, y la codicia, y la inmoralidad de querer aprovecharse de las mujeres que necesitan el dinero. Y si a eso le sumas la abstinencia que llevaba, se me juntó todo eso aquí, en las entrañas, y me convertí en una gorgona.
—¡Me visto como me da la gana, cerdo de mierda! Y ni tú ni nadie me va a juzgar por mi ropa, ¿me estás oyendo?
Ya digo que no estaba pasando por mi mejor época, así que reconozco que no me siento muy orgullosa de lo que pasó a continuación, pero comencé a tirarle cosas de la rabia que sentía en esos momentos. Iba cogiendo todo lo que encontraba encima de la mesa y se lo tiraba mientras él se tapaba con las manos como podía para esquivar mis proyectiles. Bolígrafos, la grapadora, un manojo de papeles y… ¡la pecera!
Lo sé, no me juzguéis, no sé qué me pasó por la cabeza para creer que eso era una buena idea. Me di cuenta de la estupidez que había hecho cuando vi el vidrio volar sobre su cabeza y estrellarse contra la pared del almanaque de Playboy.
—¡Serás zumbada! —me dijo mientras se cobijaba tras un sillón mugriento.
—¡Y tú desgraciado! —respondí mientras le daba la vuelta a la mesa y me ponía a cuatro patas buscando—. Estúpido pez, ¡aparece si no quieres morirte asfixiado! Y no pienso cargar con tu muerte en mi conciencia, te aviso.
Mi invocación surtió efecto y el pequeño cuerpecito naranja apareció dando saltos y grandes bocanadas al lado de la papelera. Lo cogí entre mis manos mientras él pugnaba por liberarse y me fui del despacho hecha una furia no sin antes dedicarle una mirada al dueño que hubiera helado el mismísimo infierno.
—No te lo mereces —le dije señalando con la cabeza al pequeño animal que saltaba dentro de mis manos. El dueño ni se movió y solo asintió en silencio.
En mi salida me detuve en la barra y llené un vaso de cubata con agua en el que metí a mi nuevo amigo y salimos rumbo al metro.
Me vida era una mierda, pero una mierda descomunal. Menos mal que esa noche era jueves e iba a poder contarle mi aventura a mis amigas. Ahora no solo había perdido un trabajo, sino que, por lo visto, había adoptado a un pez naranja.
—¡Maldita sea mi suerte! —dije en voz alta, llevándome varias miradas de reproche por parte de los transeúntes.
Capítulo 2
Los jueves me reúno con mis amigas, esas zumbadas de las que ya os he hablado, a tomarnos algo y ponernos al día. Cada una bebe lo suyo, por eso los camareros se vuelven locos con nuestros pedidos, porque además, no hay ninguna que beba algo normal como cerveza o una copa de tinto. El caso es que ese día habíamos quedado para ir al Lolita’s, nuestro bar fetiche, cuando la serie de catastróficas coincidencias que acompañan me vida se hizo de nuevo patente.
Imaginaos el cuadro, yo de pie en el metro, apretujada entre la gente que volvía a casa del trabajo o de la universidad, con un vaso de tubo en la mano en el que había un pez naranja, y una mala leche mortal, cuando de repente sentimos un frenazo y todo el mundo se mueve al unísono primero para adelante y luego para atrás. Mi primer pensamiento fue hacia el pez, porque si se llega a escapar del vaso, sí que hubiera sido imposible buscarlo ente tanta gente. Pero su instinto de supervivencia era mejor que el de muchos humanos y no movió ni un pelo. O ni una escama.
—¿Pero qué mierda está pasando? —pregunté sin poder contenerme cuando nos quedamos a oscuras dentro del vagón.
Las luces de emergencia se encendieron iluminando todo con su tenue resplandor. Parecía que estábamos en un fotograma de Paranormal Activity. Solo que estos fallos en el metro eran bastante más normales. De repente, una voz como de ultratumba se dirigió a nosotros:
—Metro de Madrid informa: por un problema técnico ajeno a nuestra voluntad, el vagón quedará parado por tiempo indefinido.
¿Quieres provocar el caos y la destrucción? Dile a gente del extrarradio después de un día de trabajo que no van a poder llegar a su casa a tiempo. Hubo insultos, gritos, imprecaciones y maldiciones. Se mentó al alcalde, al presidente de la Comunidad, al ministro de Transportes e Infraestructuras, a los miembros del FMI y a los taxistas barceloneses. Ya se sabe que en estas cosas siempre hay algún desubicado que aprovecha para protestar por sus propios intereses sin venir mucho a cuento.
Cuando llevábamos ya media hora dentro del vagón, y los efluvios corporales de todos los usuarios se habían mezclado lo suficiente, me di cuenta de que no llegaría a tiempo a mi cita con las chicas. Así que le dejé el vaso a un joven que me pareció lo suficientemente sensato como para no dejarlo caer y saqué como pude el móvil del bolsillo.
YO: Chicas, hoy no llego a tiempo, el metro está parado entre estaciones.
CHUS: Pobrecita, te rezo un par de avemarías para que se ponga en marcha con rapidez.
ANISI: ¿Dónde estás?
Y: La última estación que pasamos fue Valdezarza.
C: ¿Eso está en Madrid? Primeras noticias, chica.
ROMI: Yo estoy libre, ¿y si buscamos un bar por esa zona para que no tengas que venir corriendo?
A: Por mí sí
VERO: Estoy viendo en Google que hay un bar que se llama Faustino’s no muy lejos. Podemos intentar ir ahí.
LENA: Yo también me apunto.
C: Una aventura fuera de Madrid. ¡Me encanta!
Y: Chus, seguimos en Madrid… Gracias, chicas, me vendría bien porque hoy definitivamente necesito veros.
Tras unos cuantos emoticonos de besos y caritas sonrientes nos despedimos con la intención de cambiar nuestro Lolita’s por su primo el Faustino.
***
Pasamos otra media hora más encerrados en ese vagón. Al final nos enteramos de que a doña Pura la iban a operar la semana próxima y que ese día venía del anestesista, que Miguel iba a llegar tarde a su segundo trabajo, y asistimos encantados al primer beso entre dos adolescentes que llevaban enamorados desde principio de curso sin atreverse a afrontar sus sentimientos. Un vagón atascado es casi mejor que una telenovela turca, solo nos faltaba el mozo buenorro, pero de esos no hay por Madrid. Creedme.
Llegué al Faustino’s cansada, sudada y harta de vivir. Me instalé directamente en la mesa del fondo y pedí un tequila. Me lo bebí de un trago y pedí un segundo. Aún me quedaban unos minutos antes de que llegaran las chicas y necesitaba serenarme.
La primera en aparecer fue Vero, que llegó sonriente como siempre y se quedó de piedra en la entrada del local al verme. Supongo que mi aspecto reflejaba el día de mierda que había tenido. Las demás no tardaron más que unos pocos minutos en llegar.
—¿Qué es esto? —preguntó Chus señalando la botella de tequila que iba ya por la mitad.
—Mi carburante —dije con voz pastosa mientras la cogía con las dos manos y la apretaba contra mi pecho.
—¿Y esto? —preguntó Anisi.
—Un amigo, a lo mejor le invito al club. —Cogí el vaso con el pescadito con mano tambaleante y Romi se apresuró a quitármelo.
Las chicas se miraron entre sí y negaron en silencio. Vero se acercó a la barra y pidió por todas, nos conocíamos lo suficiente para saber lo que le gustaba a cada una. Yo tolero bastante bien el alcohol, no suelo emborracharme, pero ese día lo necesitaba. Necesitaba escapar y evadirme de todo.
—Teresa, querida —dijo Chus con la voz que ponía para reñir a alguno de los niños del coro—, ¿por qué no nos cuentas qué ha pasado y así podemos ayudarte? ¿De dónde ha salido el pez, cariño?
—De una pecera, Chus. El puto pez ha salido de una pecera voladora que se ha estrellado contra Miss Junio 2002. Y con los del Madrid, ¿pensabas que iba a dejarlo con esos?
Las chicas volvieron a mirarse entre sí. Yo cogí la botella y me disponía a servirme otro tequila cuando Lena detuvo mi movimiento con firmeza. Se notaba que la tía era jefa de algo en una empresa importante. Juro que sabía en lo que trabajaba, pero era incapaz de recordarlo. Romina se me acercó, llevaba un jersey de lana de cuello vuelto con rayas de todos los colores del arcoíris en tonos brillantes. Si la miraba fijamente me dolía la cabeza.
—Tere, en tu cabeza es posible que esté todo muy claro, pero a nosotras nos está costando un poco seguir la historia. ¿Podrías explicarla de nuevo?
Fijar la mirada era un suplicio, y ordenar mis pensamientos para relatar lo acontecido desde esa mañana resultó ser una tarea titánica, pero al final fui capaz de contarlo más o menos. Las chicas rompieron a reír en varios momentos de mi narración, y todas valoraron positivamente mi rescate del pez, al que aún no había puesto nombre.
—Lo que nos has contado es delirante, pero no creo que sea motivo para pegarte una cogorza de estas características —dijo Anisi expresando en voz alta lo que todas pensaban.
—Mi vida es una mierda, Anisi. Una mier-da —separé las sílabas por culpa del alcohol, pero eso añadió un efecto dramático a mis palabras―. Tengo treinta y cuatro años, he pasado los últimos diez de mi vida con un vago, no tengo estudios, no tengo trabajo y este pez es lo más cerca que voy a tener en mi vida de ser madre. No valgo para nada. ¡Si hasta la niña del sexto sentido porno tiene pareja! —dije señalando a Vero—. En ocasiones veo penes… ¡Qué miedo!
Me eché a reír yo sola pues ninguna me acompañó. Supe que había herido a Vero con mis palabras, le había costado mucho tiempo y muchas horas de terapia superar sus problemas con los hombres y yo ahora bromeaba sobre eso. Esperaba que se fuera cabreada dando un portazo, que es lo que yo hubiera hecho, pero en vez de eso me puso una mano en el brazo con cariño. Su gesto me sorprendió.
—Tere, tu momento llegará, de verdad que lo creo. Esto es solo una mala racha.
—¿Cómo lo sabes? ¿Eres vidente? Mi vida es una mierda y lo seguirá siendo. Además, ¿sabes cuánto tiempo llevo sin echar un polvo?
No me di cuenta, pero lo dije casi gritando y los demás clientes del bar se giraron a mirarme. Uno hizo amago de levantarse para proponerme sus servicios, pero Lena lo paró en el sitio con tan solo una mirada.
—El sexo no lo es todo —comenzó Romi, pero no la dejé terminar.
—Para ti a lo mejor no, pero yo estoy acostumbrada a algunas cosas y llevo un mes, ¡un mes!, sin catarlo.
Las chicas rompieron a reír y eso me cabreó todavía más. Estaba a punto de romper la botella de tequila contra la mesa y liarme a botellazos con ellas. La primera en responder fue Chus.
—Teresa, la última vez que yo probé varón teníamos otro presidente del Gobierno. ¡Hazte una idea!
—Y yo llevo pocos meses desde que empecé a disfrutar de la compañía masculina —dijo Vero con una sonrisa dulce.
—¡Tengo una idea! —soltó Anisi de golpe haciendo que la cabeza me doliera como si me la hubieran martilleado—. Cada una te vamos a presentar a alguien, ¿qué te parece? Con todos los clientes que tengo, seguro que alguno es perfecto para ti.
—¡Me encanta la idea! —secundó Romi dando palmas en el aire—. Kerem tiene algunos amigos que son guapísimos.
—Por la iglesia pasan muchísimos jóven