Construyendo un destino (Bilogía Corazones rotos 1)

Catherine Brook

Fragmento

construyendo_un_destino-1

Capítulo 1

Masoquismo. Eso era lo único que podía explicar el que ella, Alondra Saldivia, estuviera ahí, sentada en la fiesta de bodas de su antiguo novio y una mujer que le caía mal, viendo cómo estos bailaban felices de la vida mientras ella... bueno, ella tenía un vaso de whisky en la mano y consideraba seriamente la posibilidad de emborracharse para olvidar sus penas.

Ella lo haría, lo haría si tuviera la certeza de que sus penas se olvidarían emborrachándose, pero no se olvidarían, solo desaparecerían temporalmente y regresarían al día siguiente, junto con una fuerte resaca que no tenía ganas de experimentar.

Ahora, volviendo a los verdaderos motivos de por qué estaba ahí, podía decirse que era una forma de convencer a su cerebro de que aquel hombre que amó con locura ya no estaba disponible, que no valía la pena sufrir por él cuando en realidad nunca la quiso; aunque eso debería saberlo, pues él nunca la engañó. Alondra fue la que se engañó creyendo que podía hacer que la amara, que podían casarse y vivir felices comiendo perdices, cuando ya debería saber, a sus veinticinco años, que los cuentos de hadas no existían y los finales felices tampoco; al menos no para ella, ya que la pareja que se casaba sí estaba teniendo el final feliz de una historia donde había elaborado inconscientemente el papel de antagonista.

Emma y Diego vivieron una historia de amor digna de telenovelas dramáticas, donde Alondra había sido la chica mala que quería quedarse con el novio a como fuera lugar, a la que solo le faltó inventar un embarazo y… Está bien, no era para tanto, ella no fue tan mala, y la culpa tampoco fue toda suya. El hecho es que al final había comprendido que no valía la pena luchar por un imposible y lo dejó libre para que fuera feliz con su amada; y como toda historia de amor tiene un final feliz, ellos estaban teniendo el suyo.

Si sería duradero, ese era otro asunto, pues, con semejante decepción amorosa, empezaba a pensar que el amor no existía, y era solo un invento de esos filósofos con nombre extraño que, en su interés de buscar una explicación a todo en el mundo, inventaron el amor para describir a aquella atracción inexplicable hacia otra persona; pero en realidad no existía, solo era una ilusión, una ilusión que pronto se rompería y que por ello los matrimonios terminan en divorcio. Sí, eso era, ella no estaba enamorada, ella solo vivió una ilusión, aunque, literalmente, eso fue desde un principio, pues él nunca la quiso...

Suspiró y tomó otro sorbo de whisky intentando alejar todos esos pensamientos, pero no ayudaba mucho que la gente la mirase con disimulo y comentase a sus espaldas.

Como la mayor parte de esa gente era amiga de Diego, y por ende habían estado invitados a su boda, debían estar preguntándose el cambio repentino de novia e inventando posibles teorías que explicaran el asunto, teorías que pasarían de boca en boca volviéndose cada vez más inverosímiles. Ella odiaba causar lástima, lo que la hacía volver a la pregunta inicial: ¿por qué estaba ahí? Bueno, además de lo dicho anteriormente, quería demostrarles a esas personas y a Diego, que todo estaba bien, que en el fondo no le importaba el asunto, y sí, le importaba, pero no quería que los demás lo supieran; su orgullo le exigía eso.

Debido a que Diego y ella habían quedado en buenos términos, había sido invitada a la boda, aunque a Emma no pareció gustarle mucho la idea. Quizás la veía como una zorra que se abalanzaría en cualquier momento hacia su marido, lo que no estaba más lejos de la verdad. Alondra no era de las que se aferraba a imposibles. ¿Por qué sino lo había liberado del compromiso e instado a que arreglara las cosas con Emma? Si no fuera por su decisión, el estúpido todavía seguiría intentando enamorarse de Alondra aun sabiendo que no podía, incluso estarían casados. Ella era una buena persona, pero eso no era un consuelo. En esos momentos, hubiera preferido ser egoísta, aunque sabía que de haberlo sido, hubiera significado infelicidad inevitable en un futuro.

Pensándolo bien, se lamentaba porque quería, bien podía pararse y bailar con cualquiera, disfrutar de la fiesta en vez de estar ahí con cara de alguien plenamente inconforme con su vida. Ella era bonita, tenía el cabello castaño oscuro rizado, era esbelta y bien proporcionada por la naturaleza. Podría tener a cualquiera, en cambio, se lamentaba como una estúpida.

Decidida, se levantó de la mesa, y se dirigió a donde había parejas divirtiéndose, dispuesta a encontrar a algún hombre con quien bailar y poder disfrutar de la fiesta, pues para eso estaba ahí. Si lo que hubiera querido era compadecerse de su vida, bien podía haberse quedado en casa, llorando mientras comía un helado de chocolate y veía películas de amor con el final feliz que nunca tendría.

Cuando se acercó a la pista, vio a un hombre que se le acercaba. Al principio, creyó que la invitaría a bailar, hasta que vio la cara del hombre. Se trataba de Gabriel Mendoza, el presidente de Ea Construcciones, la empresa rival de donde ella trabajaba. Sin muchos ánimos de tener de nuevo la conversación que sabía que tendrían, ni de saber cómo se había colado en la fiesta, Alondra giró sobre sus tacones haciendo que uno de estos pisara la cola del vestido. Debió haberse puesto uno corto, pero no, ella optó por el lindo vestido azul rey de espalda descubierta, que la hacía ver maravillosa pero que terminaría llegando a casa destrozado si seguía así.

En esos momentos era que se preguntaba el nombre del genio que dictó que una mujer debía usar tacones para un evento elegante, el que lo hizo, no debía tener ninguna consideración por las mujeres que tendrían que soportar al menos la mitad de la fiesta con ellos. Habría a quien le gustara, pero ella se incluía en el grupo de las que llevaban unos zapatos bajos escondidos en la cartera para cambiarse a mitad de la fiesta.

Se alejó del hombre rogando silenciosamente que no la encontrara, sabía lo que quería y no era invitarla a bailar, así que lo mejor sería huir del enemigo. Como tenía la cabeza volteada para ver si la seguían, no se dio cuenta cuando Emma se le atravesó en el camino y terminó tropezando con ella.

“Suerte, ¿es que acaso alguna vez estarás de mi lado?”, se preguntó, aunque la respuesta la sabía: ¡No!

Con fastidio, enfrentó la mirada antipática de la rubia, cuyos ojos verdes la miraban como se mira a una plaga fastidiosa que te vive rondando para chupar tu sangre. Emma era linda, pero ese ceño fruncido no le favorecía en nada.

—Deberías fijarte por dónde caminas, Alondra, puedes importunar a alguien.

—Y tú ya deberías dejar de fruncir el ceño, uno juraría que las novias están más felices el día de la boda.

Emma frunció más el ceño, y Alondra sonrió consciente de que esas provocaciones infantiles siempre la habían hecho molestar, y a ella le gustaba hacerla molestar. ¿Ya mencionó que le caía mal?

—Si tuvieras algo de decencia, no estarías aquí.

Alondra se encogió de hombros. Bien, ella podía haber sido la antagonista de esa historia, pero Emma distaba mucho de ser una buena protagonista. ¿Acaso las protagonistas no perdonaban a la antagonista al final?

—¿Me han invitado, no? No veo ninguna razón por no estar aquí.

—Eres una

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