Entregándome al amor (Los tres mosqueteros 3)

Fernanda Suárez

Fragmento

entregandome_al_amor-1

Capítulo 1

—¿No sientes la necesidad de una familia, Enrique? —preguntó Elliot, su gran amigo, mientras este sostenía a sus pequeños hijos, dos niños sentados en sus piernas y una niña que abrazaba con ternura, además de una esposa envidiable que parecía admirarlo desde lejos. Él tenía una familia hermosa y realmente perfecta, era feliz y no dudaba de su deseo por verlo gozando de la misma dicha, sin embargo, los sueños que inspiraban su vida eran distintos.

—¿Acaso tú la sentiste antes de enamorarte de Scarlett? Que yo recuerde, eras tú quien más insistía en la felicidad de la soltería, o así fue hasta que cierta mujer de ojos verdes apareció en tu vida y te dio hijos —le recordó con diversión. Cuando se está tan cómodo con la situación actual, nadie piensa en nada más que mantenerla, o así es hasta que ante sus ojos aparece una razón lo suficientemente fuerte como para desear algo más. Por ello él se limitaba a dejar que su vida avanzara con tranquilidad, prefería evitar los afanes o las preocupaciones; todo llegaría a su debido momento.

—Bueno, amigo mío, es solo que dos de los tres mosqueteros ya fueron cazados; espero con ansias el día en que enloquezcas por una mujer. —Alan entró a la sala con su pequeño hijo en brazos, apenas tenía diez meses de vida, ambos seguidos por Sara, su esposa, y Alexa, su hija. Ese día se habían reunido para celebrarle su sexto cumpleaños, acostumbraban a pasar ese tipo de épocas entre familia.

—Entonces esperemos a que el tercero caiga en las peligrosas redes del amor —concluyó con diversión.

Conocía a Alan y a Elliot de toda la vida, no había un solo recuerdo en su mente en el que no estuvieran ambos hombres; los quería y adoraba como si fuesen sus hermanos, por lo que amaba compartir con sus hijos, quienes lo llamaban tío. A pesar de haber sido criado bajo la idea de la necesidad de una familia, esos pequeños y dulces rostros eran lo único que le hacía plantearse la posibilidad de procrear, pero, al recordar que todas las mujeres que se acercaban a él solo las inspiraba la ambición, desechaba la posibilidad. Si algún día encontraba una persona capaz de estar con él si su fortuna desaparecía, entonces sabía que era la indicada, mientras tanto, seguiría disfrutando de los placeres sin compromiso.

Su teléfono sonó por lo que se alejó un poco para tomar la llamada.

—Señor Bembourg, he estado revisando todos los documentos que me dio y he encontrado algo muy preocupante —le dijo su contador. Él no era precisamente ordenado con sus documentos, por lo que contrató a alguien que le avisara cualquier imprevisto.

—Sea directo que estoy un poco ocupado —pidió con seriedad; quería volver junto a los pequeños, disfrutar del brillo de sus rostros al ver el pastel.

—Usted, hace un par de años, realizó un importante préstamo al señor Necker en el que se firmó un acuerdo de pago, debía consignar una mensualidad durante tres años, pero en los últimos nueve meses no se ha recibido el dinero. —El empresario suspiró, eso era lo que sucedía cuando no se tiene el control total y se delegan tareas a personas incompetentes, como su contador anterior; por suerte, notó su error antes de que fuera demasiado tarde.

—¿Cómo es posible que hayan tenido que pasar nueve meses antes de notar tal descalabro? Habla con mi secretaria, que llame al señor Necker y que le pida una cita lo más pronto posible, si es para mañana mismo mejor. ¿Qué tiene como respaldo del préstamo? —preguntó. Su padre le había enseñado que nada puede ser gratis y que todo necesita un seguro, por lo que, cuando alguien acudía a él por problemas financieros, aceptaba ayudarlo mientras dejara algo «empeñado», una propiedad que reclamar en caso tal de que la deuda no fuese saldada. Tampoco iba a perder su capital por personas que no tienen la inteligencia para hacer multiplicar el dinero; los negocios no son para todos.

—LeoRise International Company he escuchado que es una compañía encargada de hacer envíos de cargas internacionales, mercancías grandes; en su momento fue una de las más importantes. Hace muy mucho tiempo que no escucho noticias positivas de ellos, tengo entendido que se perdió la confianza en ellos luego de saber sobre las malas inversiones que realizó su dueño, quien dejó varios ceros faltantes. —El joven suspiró, ese tipo de situaciones eran el veneno de toda empresa.

—Bien, encárgate de lo que te pedí y avísame cualquier otro imprevisto. —Colgó la llamada y volvió junto a sus amigos y sus sobrinos. No pasó mucho tiempo cuando recibió un mensaje de su secretaria en el que le avisaba que la reunión había quedado para el día siguiente a las 10 a. m. en la oficina del hombre en cuestión, por lo que adjuntó su dirección.

El resto del día fueron risas, juegos y abrazos; a pesar de ser el cumpleaños de Alexa, como buen tío, llevó regalo para todos los niños, aunque el de su princesa fue el mejor: un enorme castillo de Barbie con al menos diez muñecas.

Cuando llegó la hora de partir, Alan tomó a Alexa y la llevó a su habitación; la pequeña había caído rendida en brazos de su madre, por suerte el pequeño Adrián ya estaba en su cuna. Elliot llevaba a Elise, y Scarlett cargaba a Damien, por lo que él los ayudó con Darren, lo llevó hasta el auto y lo puso en su respectiva silla.

—Si tienes uno más, tendrás que comprar una ruta —bromeó con su amigo al ver todo el espacio de atrás ocupado.

—Si la decisión dependiera de mí, te aseguro que hace mucho que la habría comprado; el problema es que Scarlett no quiere más hijos, aunque espero lograr el milagrito una noche de estas. —Le guiñó un ojo con diversión, subió a su auto y, tras unas rápidas despedidas, partió rumbo a su hogar. Ambas familias no vivían a más de un par de casas, querían que los pequeños crecieran juntos, como hermanos, pero no era fácil cargar con tres hijos, por lo que preferían llevar el auto. Enrique era el único que se negaba a comprar una propiedad en ese lugar, allí solo había familias.

Hacía un par de años que Elliot y Alan decidieron irse a vivir a Londres, querían empezar de nuevo en un lienzo en blanco, por lo que tomaron sus cosas y emprendieron el camino. Los padres de Sara no hicieron más que apoyarla y Scarlett solo tenía a su hermana, por lo que la llevó con ella.

—Espero verte en la cena del viernes, que ni se te ocurra faltar —le dijo Sara cuando lo acompañó hasta la puerta; ese día celebraría el aniversario con su esposo.

—Ahí estaré, lo prometo —se despidió de ella y en cuanto subió arrancó a toda velocidad.

Años atrás se había enamorado de una mujer hermosa, de cabellos rojizos, mirada verdosa y delicadas curvas; era inteligente, estudiada y de buena familia, hija de uno de sus socios; compartieron mucho tiempo en pareja, hicieron planes para el futuro y hasta vivieron juntos en Londres. Ella era abogada, una de las mejores. Se enamoró con facilidad; no le costó esfuerzo alguno quedar más que prendado de ella, por lo que, en cuanto le pidió que se mudaran juntos a Alemania, no dudó en aceptar aun teniendo en cuenta que Inglaterra era su amada patria y nunca había considerado dejarla, pero ella merecía todos los sacrificios si con eso conquistaba su corazón. Estaba loco por Anne y pensó que era mutuo hasta que

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