Entregándome al amor (Los tres mosqueteros 3)

Fernanda Suárez

Fragmento

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Capítulo 1

—¿No sientes la necesidad de una familia, Enrique? —preguntó Elliot, su gran amigo, mientras este sostenía a sus pequeños hijos, dos niños sentados en sus piernas y una niña que abrazaba con ternura, además de una esposa envidiable que parecía admirarlo desde lejos. Él tenía una familia hermosa y realmente perfecta, era feliz y no dudaba de su deseo por verlo gozando de la misma dicha, sin embargo, los sueños que inspiraban su vida eran distintos.

—¿Acaso tú la sentiste antes de enamorarte de Scarlett? Que yo recuerde, eras tú quien más insistía en la felicidad de la soltería, o así fue hasta que cierta mujer de ojos verdes apareció en tu vida y te dio hijos —le recordó con diversión. Cuando se está tan cómodo con la situación actual, nadie piensa en nada más que mantenerla, o así es hasta que ante sus ojos aparece una razón lo suficientemente fuerte como para desear algo más. Por ello él se limitaba a dejar que su vida avanzara con tranquilidad, prefería evitar los afanes o las preocupaciones; todo llegaría a su debido momento.

—Bueno, amigo mío, es solo que dos de los tres mosqueteros ya fueron cazados; espero con ansias el día en que enloquezcas por una mujer. —Alan entró a la sala con su pequeño hijo en brazos, apenas tenía diez meses de vida, ambos seguidos por Sara, su esposa, y Alexa, su hija. Ese día se habían reunido para celebrarle su sexto cumpleaños, acostumbraban a pasar ese tipo de épocas entre familia.

—Entonces esperemos a que el tercero caiga en las peligrosas redes del amor —concluyó con diversión.

Conocía a Alan y a Elliot de toda la vida, no había un solo recuerdo en su mente en el que no estuvieran ambos hombres; los quería y adoraba como si fuesen sus hermanos, por lo que amaba compartir con sus hijos, quienes lo llamaban tío. A pesar de haber sido criado bajo la idea de la necesidad de una familia, esos pequeños y dulces rostros eran lo único que le hacía plantearse la posibilidad de procrear, pero, al recordar que todas las mujeres que se acercaban a él solo las inspiraba la ambición, desechaba la posibilidad. Si algún día encontraba una persona capaz de estar con él si su fortuna desaparecía, entonces sabía que era la indicada, mientras tanto, seguiría disfrutando de los placeres sin compromiso.

Su teléfono sonó por lo que se alejó un poco para tomar la llamada.

—Señor Bembourg, he estado revisando todos los documentos que me dio y he encontrado algo muy preocupante —le dijo su contador. Él no era precisamente ordenado con sus documentos, por lo que contrató a alguien que le avisara cualquier imprevisto.

—Sea directo que estoy un poco ocupado —pidió con seriedad; quería volver junto a los pequeños, disfrutar del brillo de sus rostros al ver el pastel.

—Usted, hace un par de años, realizó un importante préstamo al señor Necker en el que se firmó un acuerdo de pago, debía consignar una mensualidad durante tres años, pero en los últimos nueve meses no se ha recibido el dinero. —El empresario suspiró, eso era lo que sucedía cuando no se tiene el control total y se delegan tareas a personas incompetentes, como su contador anterior; por suerte, notó su error antes de que fuera demasiado tarde.

—¿Cómo es posible que hayan tenido que pasar nueve meses antes de notar tal descalabro? Habla con mi secretaria, que llame al señor Necker y que le pida una cita lo más pronto posible, si es para mañana mismo mejor. ¿Qué tiene como respaldo del préstamo? —preguntó. Su padre le había enseñado que nada puede ser gratis y que todo necesita un seguro, por lo que, cuando alguien acudía a él por problemas financieros, aceptaba ayudarlo mientras dejara algo «empeñado», una propiedad que reclamar en caso tal de que la deuda no fuese saldada. Tampoco iba a perder su capital por personas que no tienen la inteligencia para hacer multiplicar el dinero; los negocios no son para todos.

—LeoRise International Company he escuchado que es una compañía encargada de hacer envíos de cargas internacionales, mercancías grandes; en su momento fue una de las más importantes. Hace muy mucho tiempo que no escucho noticias positivas de ellos, tengo entendido que se perdió la confianza en ellos luego de saber sobre las malas inversiones que realizó su dueño, quien dejó varios ceros faltantes. —El joven suspiró, ese tipo de situaciones eran el veneno de toda empresa.

—Bien, encárgate de lo que te pedí y avísame cualquier otro imprevisto. —Colgó la llamada y volvió junto a sus amigos y sus sobrinos. No pasó mucho tiempo cuando recibió un mensaje de su secretaria en el que le avisaba que la reunión había quedado para el día siguiente a las 10 a. m. en la oficina del hombre en cuestión, por lo que adjuntó su dirección.

El resto del día fueron risas, juegos y abrazos; a pesar de ser el cumpleaños de Alexa, como buen tío, llevó regalo para todos los niños, aunque el de su princesa fue el mejor: un enorme castillo de Barbie con al menos diez muñecas.

Cuando llegó la hora de partir, Alan tomó a Alexa y la llevó a su habitación; la pequeña había caído rendida en brazos de su madre, por suerte el pequeño Adrián ya estaba en su cuna. Elliot llevaba a Elise, y Scarlett cargaba a Damien, por lo que él los ayudó con Darren, lo llevó hasta el auto y lo puso en su respectiva silla.

—Si tienes uno más, tendrás que comprar una ruta —bromeó con su amigo al ver todo el espacio de atrás ocupado.

—Si la decisión dependiera de mí, te aseguro que hace mucho que la habría comprado; el problema es que Scarlett no quiere más hijos, aunque espero lograr el milagrito una noche de estas. —Le guiñó un ojo con diversión, subió a su auto y, tras unas rápidas despedidas, partió rumbo a su hogar. Ambas familias no vivían a más de un par de casas, querían que los pequeños crecieran juntos, como hermanos, pero no era fácil cargar con tres hijos, por lo que preferían llevar el auto. Enrique era el único que se negaba a comprar una propiedad en ese lugar, allí solo había familias.

Hacía un par de años que Elliot y Alan decidieron irse a vivir a Londres, querían empezar de nuevo en un lienzo en blanco, por lo que tomaron sus cosas y emprendieron el camino. Los padres de Sara no hicieron más que apoyarla y Scarlett solo tenía a su hermana, por lo que la llevó con ella.

—Espero verte en la cena del viernes, que ni se te ocurra faltar —le dijo Sara cuando lo acompañó hasta la puerta; ese día celebraría el aniversario con su esposo.

—Ahí estaré, lo prometo —se despidió de ella y en cuanto subió arrancó a toda velocidad.

Años atrás se había enamorado de una mujer hermosa, de cabellos rojizos, mirada verdosa y delicadas curvas; era inteligente, estudiada y de buena familia, hija de uno de sus socios; compartieron mucho tiempo en pareja, hicieron planes para el futuro y hasta vivieron juntos en Londres. Ella era abogada, una de las mejores. Se enamoró con facilidad; no le costó esfuerzo alguno quedar más que prendado de ella, por lo que, en cuanto le pidió que se mudaran juntos a Alemania, no dudó en aceptar aun teniendo en cuenta que Inglaterra era su amada patria y nunca había considerado dejarla, pero ella merecía todos los sacrificios si con eso conquistaba su corazón. Estaba loco por Anne y pensó que era mutuo hasta que apareció su foto en la portada de una revista de chismes; se estaban besando, casi comiendo mientras bailaban. Su única excusa fueron los tragos de más, pero se negó a aceptar tales argumentos, no quería por compañera a una mujer que era capaz de engañarlo de esa forma, nada justifica una traición.

Desde aquel día, se limitó a disfrutar de las mujeres; había tenido relaciones, pero todas fueron cortas e insignificantes. Toda su atención estaba centrada en el éxito y crecimiento de su empresa, un emporio que su padre empezó y que él buscaba expandir.

Era el dueño de una compañía de telecomunicaciones y tecnología, eran líderes en ambos ámbitos no solo a nivel nacional, sino también internacional.

Al llegar a su edificio, parqueó y tomó el ascensor; tenía un apartamento en el último piso, un lugar en el que contaba con toda la comodidad y lujo que cualquier persona podría desear, por ello estaba conforme con su vida, negocios y placer. Vivía el día sin esperar ni exigir nada, ese era el secreto de su felicidad.

Tomó una ducha rápida, se puso un simple pantalón de dormir color gris y en cuanto su cabeza tocó la almohada cayó rendido.

Al despertar, ya tenía una rutina programada: lavaba sus dientes, hacía ejercicio, desayunaba, se daba una ducha, se vestía, tomaba café y estaba listo para un día más de trabajo. Nunca le gustó tener a extraños paseándose por su espacio, por lo que aprendió a cocinar y asear su casa por sí solo. Se puso un traje azul oscuro, camisa blanca y cortaba azul claro con pequeños puntos blancos, tomó su maletín, las llaves de su auto y salió.

Ese día era la reunión con Necker, por lo que fue directo hacia allí; al llegar fue curioso ver cómo los pocos empleados que quedaban se esmeraban por hacer de su visita lo más cómoda posible. ¿Tan mal estaban?

—Señor, ya puede pasar —le dijo la secretaria guiándolo hasta la que suponía era la oficina del jefe.

—Gracias. —Al entrar, la mujer se retiró y los ojos de Enrique se centraron en la mujer de cabellera dorada sentada tras el enorme escritorio de madera.

—Señor Bembourg —la mujer se puso de pie—, siga, no se quede en la puerta. —Solo en ese momento notó que se había quedado viéndola como un imbécil; en su defensa, era la mujer más hermosa que había visto en su vida y, sorprendentemente, le parecía conocida.

—Tenía entendido que me reuniría con Leonardo Necker —argumentó con sorpresa. No podía dejar de ver sus ojos, eran de un azul nunca visto.

—Mi padre, pero por motivos de salud él no pudo asistir a esta reunión; sin embargo, no tiene de qué preocuparse, yo estoy a cargo de la empresa, por lo que sea cual sea la decisión que aquí sea tomada le aseguro que se cumplirá. Mi nombre es Clarise Necker. —Le tendió su mano y él no dudo en tomarla, su piel era tan suave que casi parecía un sueño. La joven tenía un vestido rosa pálido, que se ajustaba a su cuerpo hasta su cintura, y de allí caía con libertad en una falda suelta hasta la mitad de su muslo. Cuanto más la detallaba, más se le hacía conocida, por lo que no dejaba de rebuscar en su memoria.

—Es un placer, Enrique Bembourg. —Ella asintió y le señaló la silla. Una vez que ambos tomaron asiento, ella pareció sentirse un tanto incómoda.

—Conozco las razones que lo trajeron hasta mi oficina, señor Bembourg; mi padre me contó sobre el dinero que usted le facilitó y sobre la cantidad de meses que no han sido cancelados, sin embargo, le aseguro que lo único que quiero es demostrarle que de ninguna manera estamos intentando huir de nuestras responsabilidades; su dinero será pagado en su totalidad y con los debidos intereses si me da un poco de tiempo, aún no hemos podido superar una mala racha que nos cayó hace unos meses —se apresuró a explicar omitiendo la parte en la que le confesaba que ella no había sabido de tal deuda hasta el día anterior en el que su padre recibió una llamada por parte de su secretaria.

—Entiendo sus palabras, señorita Necker, pero, como entenderá, es un poco difícil creer en ella teniendo en cuenta que, si no mejoraron una vez que recibieron mi ayuda económica, mucho menos lo harán ahora con la evidente falta de capital; lo único que pido es que me sea entregada la garantía que se firmó. —Clarise frunció el ceño con clara confusión y preocupación, rogando al cielo que sus miedos no fuesen realidad.

—¿A qué garantía se refiere? —Entonces Enrique lo entendió, por lo que se puso de pie mostrando su elegancia.

—Dígale a su padre que tiene cinco días para realizar el pago de al menos cinco cuotas atrasadas, de lo contrario, que vaya preparando el traspaso. Que tenga buen día, señorita. —Ella quedó tan sorprendida que no se movió de su lugar, ni siquiera pudo despedirse; algo no estaba bien.

Sin pensárselo dos veces, tomó su abrigo y su bolso y salió de la oficina a toda prisa; le sorprendió no encontrarse con Enrique en el parqueadero, solo subió a su auto y arrancó a toda velocidad. Al cruzar la entrada de su casa, los nervios se apoderaron de ella; aquel lugar, que, en su momento, había sido admirado por su belleza y lujo, ahora no era más que una gran casa de tres pisos con los jardines llenos de maleza, los pisos sucios y las paredes negras; estaban mucho peor de lo que les gustaría admitir.

Al entrar, se encontró con sus padres en la sala.

—¡Quiero que me digas la verdad, ahora! —le exigió a su progenitor, con rabia. Había quedado como una estúpida frente a ese hombre.

—¡Clarise! Esa no es la forma de hablarle a tu padre —la reprendió su madre, pero la joven estaba demasiado furiosa como para prestar atención a tales pequeñeces; quería respuestas y no pararía hasta conseguirlas.

—¡Él no tenía derecho de ocultarme información! Ahora entiendo por qué te negaste a ir a esa reunión con Bembourg, no eras capaz de darle la cara, ¡quedé como una estúpida! Manejando una empresa que no conozco, exijo respuestas si no quieres que tome el primer avión a España. —Su padre soltó una risita llena de burla, que solo logró enfurecerla aún más; ella tenía toda una vida hecha en Valencia, si así lo deseaba, con una sola llamaba podría volver a ser esa Clarise que tanto extrañaba.

—¿Y con qué esperas costearlo? Tus estudios y tu vivienda los pagué con el dinero que me prestó Enrique. La empresa no mejoró porque me negué a dejarte sin nada; es con eso con lo que hemos estado viviendo todo este tiempo. Si no asistí a esa reunión fue porque de seguro él me habría hecho firmar los documentos de traspaso de inmediato, al menos a ti te dio un par de días, los suficientes para vender los autos; no iremos a vivir al apartamento y venderemos esta casa. —El rostro de la joven se tornó pálido, no podía estar hablando en serio. ¿Cómo es posible que no le dijera nada hasta ese momento? Ella tenía todo el derecho de estar al tanto de la situación económica de su familia, pero sus padres no hacían más que ocultarle información haciéndole creer que no estaban tan mal.

—¿Y qué esperas hacer después de vender y cancelar la deuda? No tendremos el dinero suficiente para invertirle el capital que necesita la empresa. —Sí, aprendió mucho de todos los cursos que tomó, sabía cómo funcionaba el mundo de la economía y de los negocios.

—No lo entiendes, lo que haremos no cancela la totalidad de la deuda, es más, no creo que cubra todos los meses que debemos, pero al menos nos evitará perder la empresa, que es nuestro único y pequeño ingreso. —Entonces entendió lo que en realidad estaba sucediendo, un fuerte mareo la obligó a apoyarse en la pared más cercana, lo habían perdido todo. Por Dios, ella habría accedido a volver y dejar sus estudios con tal de salvar a su familia, sabía que sus costos no eran nada bajos, pero nunca imaginó que eran tan altos.

—La garantía es la empresa; si no se cancela la deuda, nuestra compañía pasaría a ser de Enrique Bembourg y no nos quedaría nada —susurró para sí misma.

—Exacto, así que de verdad espero que tus estudios hayan servido de algo y tengas alguna idea que nos saque de este apuro. Solo nos quedaremos con un auto, el tuyo. Espero convencerlo para que me dé el tiempo suficiente de vender esta casa, el resto ya está arreglado, en dos días tendremos el dinero. ¿Cuánto tiempo te dio? —Su hija aún no salía de su estupefacción, no debieron ocultárselo, ella tenía todo el derecho de saber, podría haberlos ayudado, tal vez habría ideado alguna forma para disminuir gastos y ahorrar el dinero, o al menos habría disminuido sus propios gastos; seguro que cualquier cambio, por pequeño que fuese, hacía la diferencia.

Caminó hasta una de las sillas y tomó asiento; sus padres estaban abatidos, era evidente que para ellos tampoco era fácil afrontar esa situación, no cuando ambos habían crecido en medio de lujo y comodidad, pero aun así estaban ahí, al pie del cañón dispuestos a dar su último aliento por recuperar el que en algún momento fue el emporio de la familia. Entonces lo entendió, ella, como su única hija, debía ayudarlos, no quedarse llorando por lo perdido.

Cuando una idea se cruzó por su cabeza, se puso de pie y salió corriendo, tomó su auto, escribió la dirección en el GPS y en menos de media hora ya estaba frente al enorme e imponente edificio, que demostraba la misma elegancia y supremacía de su dueño.

—Disculpa, mi nombre es Clarise Necker y me gustaría hablar con el señor Enrique Bembourg —le dijo a la recepcionista del primer piso.

—¿Tiene cita? —preguntó la mujer.

—No, pero le aseguro que él estará muy interesado en recibirme. —La empleada no preguntó más, solo tomó el teléfono y marcó al que suponía era la secretaria personal del hombre en cuestión; fueron los minutos más largos de su vida, nunca se imaginó que la espera podía ser tan desesperante.

—Tome el ascensor del fondo, la llevará directo al último piso; una vez que esté allí, tome asiento y espere a que la llamen. El señor Bembourg está en una reunión, pero la recibirá en cuanto termine. Si desea café, aromática o té, puede pedírselo a cualquiera de las secretarias —la informó la mujer, con diplomacia. En ese momento, casi envidió al hombre; era evidente que en ese lugar todos eran más que competentes, no le hacía falta nada, no como en su empresa que apenas si tenía diez empleados, más de los que podía pagar, eso seguro.

Pasó poco más de una hora cuando la que supuso que era la secretaria personal le pidió que la siguiera y la llevó hasta una puerta de madera oscura.

—Siga, ¿desea algo para tomar? —ella negó.

—Gracias. —Al entrar, Enrique ya la esperaba—. Sé que esto no es normal, pero estoy dispuesta a negociar con tal de no perder la empresa —dijo en cuanto lo vio.

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Capítulo 2

—¿Debo suponer que su padre no posee los fondos necesarios para cancelar la deuda? —preguntó Enrique aun cuando la respuesta era más que obvia. Era de admirar que ella tuviese la valentía de ponerle frente a una deuda que en realidad no era su responsabilidad, no cualquiera es capaz de jugársela el todo por el todo cuando las posibilidades están en su contra, el problema era que la admiración no se convertía en dinero.

—Así es, estamos pasando por muchos problemas económicos, es casi imposible cancelar la deuda. Mi padre pensó en vender los autos, la casa y un par de propiedades; nos quedaríamos con un apartamento, todo para disminuir los ceros, pero usted mejor que nadie debería saber que una empresa sin capital es igual a nada. Piénselo de esta forma, si encontramos otra alternativa, podrá recuperar su dinero sin problema alguno, una compañía en la ruina no le sirve de nada, sería otra mala inversión. —Él elevó su ceja derecha claramente curioso, le señaló el asiento enfrente y se sentó en su propia silla. Ella caminó hasta el lugar indicado y se acomodó.

—Es una lógica interesante, sin embargo, si soy yo el dueño bien podría hacerle una buena inyección de dinero, un par de negocios y podría levantar la empresa en menos de lo que te imaginas; las ganancias serían completamente mías, recuperaría el dinero que le presté a tu familia en menos de dos años, con intereses y todo. —Clarise suspiró, claro, sabía que siempre cabía esa posibilidad.

—Lo entiendo, pero eso significaría la ruina de mi familia —susurró la joven casi sin voz. Eso era algo que no podía permitir, no por la comodidad que trae tener dinero en una cuenta bancaria, sino porque esa empresa era un legado familiar que no quería perder.

—No sabe cómo lo lamento, pero los negocios no pueden mezclarse con los sentimientos, de ser así hace mucho que habría perdido mi fortuna. —Ella soltó un suspiro lleno de resignación y tristeza, no podía creer que todo su mundo se estaba derrumbando y ella poco o nada podía hacer, ni siquiera Leonardo estaba ahí para ayudarla, aunque no debería sorprenderle, él nunca estaba, pero no por ello dejaba de necesitarlo.

—Mire, podemos llegar a un acuerdo, por favor, no me haga esto; estoy segura de que usted estaría dispuesto a todo con tal de salvar a su familia, eso es justamente lo que yo estoy haciendo, velando por el bienestar de los míos, solo le pido un poco de paciencia y una oportunidad, solo una, le aseguro que no se arrepentirá. —Enrique se quedó viéndola durante varios minutos, ya tenía suficiente riqueza, lo que menos quería era aumentarla marcando la ruina de otros, además, no era que su empresa le representase algún tipo de interés, no quería apropiarse de ella, prefería darles una ayuda.

—Bien, estoy dispuesto a escucharla. ¿Qué me ofrece a cambio de darles un poco más de tiempo? Entenderá que no puedo poner en peligro mis intereses. —La joven lo pensó por un momento.

—Le daremos un adelanto, como bien le dije. —El empresario movió su cabeza de forma negativa.

—Eso lo entiendo y les daré un par de días para que vendan lo que deben vender y me den lo que consideren adecuado, no exigiré una cifra exacta, pero necesito otro ingreso más seguro. Piénselo de esta forma, necesito una solución parecida a un contrato en el que usted se comprometa a algo, sería como un seguro para mí, ya que firmar un acuerdo de pago sería algo inútil en este momento teniendo en cuenta su situación. —Clarise no tenía mucho que ofrecerle, pero entonces recordó las palabras de su profesor: «Un trabajo bien hecho es el mejor pago que puede recibir cualquier jefe, así que son ustedes los que deciden cuántos ceros quieren que tenga su salario; la excelencia siempre es bien recompensada».

—¡Trabajaré para usted! No tendrá que darme un sueldo, trabajaré gratis y lo que se supone que debería pagarme, pues lo voy abonando mientras mi padre logra levantar nuestra empresa —le propuso.

—¿Trabajar para mí? —preguntó confundido, nunca imaginó que le haría tal propuesta, porque, aunque no tenía opciones en su cabeza para solucionar su problema, tener una empleada más no era una necesidad, es más, no tenía vacantes disponibles, ni siquiera sabía a qué se dedicaba, y no es que desprecie ciertas profesiones, es solo que hay algunas que no encajan en el rumbo de su empresa.

—Lo lamento, pero tendrá que pensar en algo más —dijo declinando su propuesta. Parecía ser una mujer inteligente, seguro que no le costaría pensar en algo más.

—No, no deseche la idea tan pronto, piénselo. Yo soy una experta en negocios y le aseguro que puedo serle de mucha ayuda, le traeré todos los diplomas de mis estudios y de mi experiencia laboral, soy la mejor en mi área; deme una oportunidad para demostrarle mis habilidades y va a ver que no se va a arrepentir. —Él analizó la situación en silencio, la hermosa joven lo miraba con tanta desesperación y esperanza que no se sintió capaz de rechazarla así sin más, después de todo, no perdía nada intentándolo.

—Hagamos una cosa, intentémoslo durante un mes; trabajará para mí y, si se le asignara un sueldo, será pequeño, pero espero que supla lo suficiente; el resto, tal como usted solicitó, disminuirá la deuda, aunque entenderá que su salario será asignado teniendo en cuenta sus títulos profesionales y su experiencia laboral. ¿Está de acuerdo con ello? Podemos negociarlo si así lo desea. —Ella asintió consciente de que esa era su mejor opción, estaba dispuesta a aceptar todo con tal de obtener la tan anhelada esperanza.

—Bien, trabajaré para usted.

—Perfecto, le doy una hora para que reúna todos los documentos. Pida la lista a mi secretaria. Sé que es poco tiempo, pero es el único momento en que tengo algo de tiempo libre para que negociemos los pormenores de su contratación. Pídale a Lina los documentos de seguridad y la orden para el carné. ¿Alguna duda? —Ella negó, le demostraría que era la mejor en su aérea, le daría tiempo a su padre y todo estaría mejor; estaba segura de ello.

—Todo está más que claro. —El caballero asintió. Trabajar con una mujer tan bella será un verdadero placer, solo esperaba que su inteligencia fuera acorde a su actitud; parecía ser una mujer muy segura de sí misma.

—Bien, cuando vengas te explicaré cuáles serán tus funciones.

Al abandonar la oficina, Clarise fue hasta la mujer sentada tras un escritorio a no más de un par de metros de la puerta; era alta, esbelta, con el cabello perfectamente recogido en una moña y un vestido negro con un cinturón blanco; su aspecto estaba en total concordancia con el lugar. Ya se podía imaginar el dolor en sus pies luego de usar zapatos altos todos los días durante tantas horas al día, pero cada sacrificio trae su recompensa.

—Hola, mi nombre es Lina y soy la secretaria del señor Enrique. Él ya me indicó cuál será tu proceso. Ahí puedes encontrar mis datos de contacto y los documentos que necesitas. Si tienes alguna duda, ya sabes que puedes contactarme, estaré para ayudarte. —A pesar de parecer seria y arrogante, era una persona de lo más amable, incluso hasta le explicó cuáles eran los pasos que debía seguir para que seguridad le entregase todo lo necesario para su inscripción en el sistema y cómo acortar el proceso, ya que el estudio de seguridad era cada vez peor.

En cuanto terminó salió corriendo a casa, por suerte tenía todo lo que nec

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